14.000 islas, 250 etnias, una situación geográfica estratégica. La vuelta de las hostilidades hacia los cristianos, pequeña minoría en un país musulmán
El pasado 6 de mayo llegaron al archipiélago de las Molucas los primeros 200 voluntarios para la “guerra santa”, decididos a perseguir a los cristianos de las en otro tiempo llamadas “islas de las especias” (en el siglo XVI eran el único productor mundial de nuez moscada y de clavos de especia). El grupo de fundamentalistas era la vanguardia de un más consistente pelotón de voluntarios (4.000 en total), decididos a terminar con la comunidad cristiana, responsable, en su opinión, de la masacre de musulmanes que se está produciendo desde hace año y medio. En realidad, en los incidentes interreligiosos estallados de improviso en enero de 1999 en Ambon (Indonesia), y propagados después a las islas vecinas, cristianos y musulmanes han sufrido pérdidas en igual medida, tanto humanas (2.000 en total) como en términos de edificios religiosos. Se trata de una violencia desatada sin motivos aparentes, en un archipiélago mostrado hasta hace poco tiempo como ejemplo de convivencia, con una mayoría cristiana (en gran parte protestante), heredera de los colonos portugueses y holandeses, y una minoría islámica que parecía satisfecha con esta convivencia pacífica. Detrás de esta apariencia de tranquilidad latían evidentemente rencores y desconfianzas que, en cuanto se ha presentado la ocasión, se han expresado con toda su virulencia. Es una situación que revela (y pone definitivamente en crisis) todos los límites del “Pancasila”, la ideología de estado indonesia sobre la que debía basarse la tolerancia entre las 5 religiones oficialmente reconocidas (Islam, hinduismo, budismo, protestantismo y catolicismo). Se trata de una ideología propuesta en 1945 por el “padre de la independencia” Sukarno y fundada sobre cinco principios que debían ser respetados por la población: fe en un único Dios, humanidad justa y civil, unidad de la nación indonesia, democracia, justicia social. Es el aglutinante históricamente necesario, según algunos, para mantener unido un país formado por casi 14.000 islas, con 250 etnias, plagado de intentos secesionistas y situado en una posición estratégica en la vía que une el Extremo Oriente con Europa. No en vano a lo largo de los siglos las islas de Indonesia han sido deseadas y conquistadas, por razones comerciales, primero por los árabes (a partir del siglo IX, aunque el verdadero proceso de islamización sucede en el sigloXV), después por las potencias coloniales europeas: los portugueses en las Molucas en 1500 (en las que predicó San Francisco Javier en 1546), seguidos por los holandeses calvinistas, que en 1596 prohibieron la fe católica, prohibición que se mantuvo hasta 1806; y finalmente los ingleses.
Tolerancia desconocida
El Pancasila permitió durante decenios la afirmación de un clima de tolerancia desconocido no sólo en otros países musulmanes, sino también en gran parte de los países asiáticos. Pero en un país de 200 millones de habitantes, con casi el 90% de musulmanes (los cristianos son 20 millones, de los cuales 5 millones son católicos), un equilibrio así sólo es posible si la mayoría religiosa lo permite. Así en los últimos 20 años, a la par que el desarrollo económico primero y la crisis financiera después, se ha ido afirmando progresivamente una especie de renacimiento islámico, con una brusca aceleración en los últimos tres años que ha puesto en peligro la existencia de las minorías.
Las primeras escaramuzas aparecen ya en 1978, cuando el gobierno de Yakarta publica dos decretos en los que prohibe la propaganda religiosa “para atraer conversiones” y somete toda ayuda (material y personal) procedente del extranjero a la aprobación del ministro de Asuntos Religiosos, que es siempre un musulmán. Al mismo tiempo se prohibe la entrada de nuevos “misioneros” procedentes del extranjero, sean de la religión que sean. En 1983 los movimientos fundamentalistas musulmanes lanzan una primera campaña contra la presencia de las iglesias cristianas, una acción de presión que dará frutos tangibles cinco años después, cuando sea denegada la renovación de los visados a los misioneros ya residentes en Indonesia: en dos años alrededor de 700 personas deben salir del país. La cuestión religiosa se mezcla en Indonesia con el factor étnico y económico, dado que la minoría china es en su mayoría cristiana (y en menor medida budista): apenas el 3% de la población , pero que tiene en su mano el 80% de la riqueza nacional. Cuando en 1997, después de más de un decenio de prometedor crecimiento económico, el Sudeste asiático se precipita en la conocida crisis financiera y económica, en Indonesia se desencadena la persecución contra los chinos (y contra los cristianos). La violencia alcanza su cúlmen en la primavera de 1998 cuando los disturbios populares que llevan a la expulsión del padre-patrón de Indonesia Suharto asumen en las islas de Java y Sumatra una connotación precisamente anti china y anti cristiana, con cerca de dos mil muertos, centenares de violaciones étnicas e incendios de iglesias y de edificios religiosos.
La mano política
Pero la violencia y las intimidaciones contra los cristianos no nacen y no terminan con las protestas en contra de Suharto: basta con pensar que desde 1996 han sido incendiadas o gravemente dañadas en Indonesia alrededor de 500 iglesias. Y en los dos últimos años son más de 1300 los edificios religiosos que han sido gravemente dañados. Pero los acontecimientos de la primavera de 1998 han puesto de manifiesto con claridad la mano del poder político y militar detrás de la violencia contra los cristianos: algunos sectores del ejército, probablemente ligados todavía al clan Suharto, han sido explícitamente procesados por haber fomentado los desórdenes en Yakarta, en las Molucas y en otras zonas de Indonesia. Tanto que algunos grupos fundamentalistas han sido vistos por primera vez en acción precisamente en 1998, como grupos paramilitares, junto al ejército para rechazar a los manifestantes (en su mayoría musulmanes) que pedían la dimisión de Suharto. Y el pasado mes de enero diez mil extremistas se reunieron en Yakarta para invocar la “guerra santa” contra los cristianos en las Molucas, abriendo el reclutamiento voluntario, y para pedir la dimisión del nuevo gobierno democrático nacido de las elecciones de junio de 1999. Se trata del Forum Ahlus-Sunnah Wal Jama’ah, una organización radical que tiene como modelo a los talibanes afganos. Aunque el gobierno ha tratado de minimizar la amenaza fundamentalista, la llegada de los “voluntarios” a Ambon, con la inmediata reanudación de los enfrentamientos después de un periodo de relativa calma, demuestra en cambio que existe una amenaza concreta: no sólo para las minorías, sino también para las instituciones islámicas tradicionales indonesias. Los musulmanes están agrupados fundamentalmente en dos grandes organizaciones: la Nahdlatul Ulama, con 35 millones de seguidores, y cuyo dirigente es el actual presidente indonesio Abdurrahman Wahid, y la Muhammadiyah, con cerca de 30 millones de seguidores, guiada por Amien Rais. Ambas agrupaciones, aunque con matices distintos, mantienen un perfil moderado. Pero el viento fundamentalista, alimentado por grupos de poder, puede fácilmente condicionar el “renacimiento islámico”, haciéndole asumir connotaciones en contra de las minorías.
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