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Huellas N.6, Junio 2000

MEETING

Sobre las huellas de Pedro y Pablo en Roma

Giovanni Gentili

La historia, el culto y la memoria de los dos apóstoles en los primeros siglos de la cristiandad

La gran exposición arqueológica promovida por el Consejo Pontificio para los Laicos y organizada por el Meeting en colaboración con los Museos Vaticanos, del 30 de junio hasta el 10 de diciembre, es la clave de lectura indispensable para comprender el nacimiento y la difusión del primer cristianismo romano y por tanto universal. Una etapa fundamental de la peregrinación jubilar


Milán, año 313: el edicto imperial de Constantino, que concede a la Iglesia y a la fe cristiana tolerancia y libertad de expresión y culto, pone fin a un largo periodo de tribulaciones para las primeras comunidades cristianas diseminadas por los diferentes territorios del imperio. A las pruebas y persecuciones sucede finalmente un período de paz cargado de posibilidades de desarrollo. Inmediatamente y por voluntad imperial se erigen en Jerusalén, Belén y Roma edificios religiosos sobre los lugares históricos más queridos por la devoción y la fe de los cristianos. Es precisamente en la “capital del mundo” donde surgen en primer lugar la basílica vaticana y un poco más tarde la dedicada a san Pablo en la via Ostiense y, con anterioridad a las mismas, ese lugar dedicado a la veneración y al culto de los dos apóstoles, bajo mucho aspectos extraordinario, conocido como Memoria Apostolorum, en la tercera milla de la via Appia, la regina viarum, fuera de la puerta llamada hoy “de san Sebastián”.
Sobre el llamado “trofeo” de Pedro, admirado y descrito junto al paulino por el presbítero Gayo en torno al año 200 de nuestra era (se trata de una forma muy simple de hacer un monumento de un sepulcro, según pone de manifiesto la arqueología del “trofeo” vaticano y como también se deduce de la maqueta realizada para la exposición “Pedro y Pablo” exhibida en Roma) surge, cerca del antiguo circo de Calígula, la gran basílica que Constantino, en calidad de pontifex maximus, manda construir enterrando bajo sus cimientos una necrópolis pagana que allí existía. Aquí, en efecto - hoy se encuentra dentro del recorrido arqueológico de la misma realizado bajo las grutas vaticanas - fue enterrado el cuerpo de Pedro en torno al año 64 ó 67 d.C., por unas manos piadosas, en una fosa de tierra a cielo abierto, objeto de atención y de veneración creciente y como tal embellecida, probablemente en el siglo II, por una estructura arquitectónica relevante destinada a custodiar más solemnemente los restos del apóstol.

La tumba de Pablo
Lo mismo sucedería , en las cercanías de Aquas Salvias - hoy las Tres Fuentes - con la sepultura de Pablo, decapitado fuera de las murallas como era costumbre hacer con los ciudadanos romanos, probablemente en el 67. Allí, a lo largo de la via Ostiense se podía contemplar entre finales del siglo II y principios del III una tumba, probablemente de aspecto similar a la de Pedro, sobre la cual Constantino mandó construir una basílica. Mucho más pequeña que la vaticana, se dispuso a lo largo de un eje exactamente inverso al actual y más tarde, bajo el pontificado de Dámaso en el siglo IV, sufrió una profunda reestructuración y un considerable agrandamiento. Poco se sabe de la verdadera forma de la tumba del Apóstol de las gentes, que nunca ha sido objeto de excavaciones sistemáticas - como sucedió, en cambio, en nuestro siglo con la Memoria vaticana -. Casi de manera fortuita, con ocasión de la reconstrucción de la basílica y, en particular, de las excavaciones de 1838 realizadas en la zona del altar mayor a raíz del desastroso incendio de 1823 afloraron algunas pruebas arqueológicas. Además de la losa conmemorativa de la que se puede admirar una copia en la exposición (el original ya no se ve), su autenticidad es atestiguada por restos contemporáneos a la época y que fueron realizados por el arquitecto Vespiganani: un locus venerationis, un nicho protegido por una reja, integrado en un monumento formado por un zócalo con pilares en sus ángulos; esto, a pesar de la escasez de datos, permite suponer una Memoria monumental, esta vez Paulina, semejante a la vaticana.
Un poco más allá, a algún kilómetro hacia el este, un cenador con frescos con escenas de jardines, plagados de flores y pájaros entre enrejados de cañas y follaje era ya objeto, desde hacía tiempo - probablemente desde la segunda mitad del siglo III - de una forma de devoción singular. Aquí, en las cercanías de la zona del cementerio de Calixto y en las inmediaciones del sepulcro del mártir Sebastián en la vía Appia, se reunía una multitud de fieles, no sólo romanos, para venerar la memoria de los Príncipes de los apóstoles. Así se deduce de los más de 600 dibujos esgrafiados - de los cuales algunos, preciosísimos, se han expuesto en el Palacio de la Cancillería - sobre el enlucido rojo de la triclia, extraordinaria “reliquia” arquitectónica hoy bajo la basílica de San Sebastián, erigida sobre el lugar llamado ad catacumbas, una hondonada con minas de puzolana. La triclia debía servir probablemente para los refrigeria, banquetes rituales funerarios en honor de Pedro y Pablo en el aniversario de su martirio, el 29 de junio; y fue probablemente por este motivo por lo que más tarde este lugar se llamó “memoria apostolorum”. En este espacio abierto, apenas a las afueras de la puerta, entre huertos y jardines intensamente cultivados para las necesidades y los usos comerciales de la ciudad - seguramente en el año 258, siendo cónsules Tusco y Basso, pero probablemente ya antes - se celebraba el culto conjunto de Pedro y Pablo, en una sede única y diferenciada de los lugares de las dos sepulturas.
No está claro el motivó de esta elección logística. Ciertamente el culto a los apóstoles continuó después de su entierro y por tanto, la eliminación física de la triclia - descubierta, entre otras cosas, gracias a las excavaciones emprendidas por la Comisión Pontificia de Arqueología Sagrada precisamente este siglo - literalmente cubierta por la basílica dedicada a Sebastián, cuyo culto se unió en torno al siglo IV al ya existente dedicado a Pedro y Pablo.
Junto a los tres edificios de los que hemos hablado, el panorama de la capital del imperio se caracterizaba, entre el siglo IV y V, por otros monumentos significativos, ligados por una antigua tradición a la memoria de los dos apóstoles. Las iglesias de Santa Pudenciana, Santa Práxedes y Santa Prisca eran lugares estimados por los primeros cristianos por haberse erigido sobre casas que hospedaron a Pedro durante su estancia en Roma en el siglo I. San Pedro de Vincoli y “Quo Vadis” en la vía Appia y la Cárcel Marmetina en las cercanías del Foro Romano eran, asimismo, especialmente venerados. En cuanto a Pablo y a su presencia en la ciudad, una antigua tradición asocia su memoria a la iglesia de San Pablo de la Regla, en las inmediaciones del gueto judío, y a Santa Prisca del Aventino (indicada como casa de Prisca y Áquila, ya bien conocidos por el Apóstol de las gentes antes de su llegada Roma) y su martirio lo sitúa en el lugar denominado “Aquas Salvias”, o de las Tres Fuentes en las cercanías del Eur.

Pedro y Pablo romanos
Fue al final de su tercer viaje - iniciado en el 53 d.d.C. y que vio a Pablo atravesar por primera vez Galacia y Frigia y detenerse después, durante tres años, en la ciudad de Éfeso para de aquí llegar a Corinto, Filipo y por fin, a Jerusalén - cuando Saulo de Tarso, el tejedor, fue arrestado por los romanos por instigación de los judíos y trasladado a Cesárea. Allí sufrió un proceso ante el procurador Felice que, aún considerándolo inocente, mandó encerrarlo durante dos años.
Poco tiempo después, en el 59, debido a la petición de extradición del apóstol a Jerusalén que los judíos elevaron al nuevo procurador Festo, Pablo apeló al Cesar en calidad de ciudadano romano y así fue trasladado a Roma. El viaje, cargado de acontecimientos y no exento de peligros, le llevó a Italia, a Pozzuoli, escala fija de todos los navegantes provenientes de Africa o de Oriente. Al desembarcar el apóstol encontró un grupo de “hermanos”, de cristianos, que le esperaban (cf. Hch 28,14). Después de atravesar la región de Campania en dirección a Roma, cuando ya estaba cerca, «los hermanos, informados de nuestra llegada, salieron a nuestro encuentro hasta el Foro Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimos» (Hch 28,14-15), confiando en la amistad de los cristianos de aquella comunidad en la que san Pablo era ya bien conocido, tanto por la gran actividad misionera que allí había desarrollado como por la carta que les había dirigido en el 57, en la cual, entre otras cosas, expresaba su deseo de verles.
En cuanto a la llegada de Pedro a la capital del imperio no es fácil establecer con certeza cuándo sucedió. Fuentes antiguas datan su primer viaje a Roma entorno al 42 d.C., cuando, tras escapar de la cárcel de Jerusalén y por la imposibilidad de quedarse durante mucho tiempo en aquella ciudad dada la extrema inseguridad de la situación, «Pedro se fue a otro lugar» -¿tal vez a Roma?-, como cuentan los Hechos (12,17). Es seguro que después de su vuelta a Jerusalén en el 49, testimoniada junto a la presencia de Pablo por los Hechos de los Apóstoles, el pescador de Galilea marchó a la Urbe. Aquí su martirio aparece ya ubicado en la persecución de Nerón en el año 64 - después del devastador incendio de la ciudad acaecido la noche del 18 al 19 de julio de ese año - como refleja el papa Clemente, su tercer sucesor en la guía de la comunidad romana, en una carta escrita a los hermanos de Corinto en el 96. Se sabe que Pedro fue primero capturado y después procesado y crucificado en el circo que había mandado construir Calígula en las laderas de la colina vaticana o en los terrenos imperiales adyacentes, cabeza abajo - como cuentan los Hechos de Pedro (un escrito apócrifo de finales del siglo II) - probablemente en el mismo año 64, según Clemente e Irineo; mientras que Eusebio de Cesárea y san Jerónimo datan su muerte en el 67.

Los orígenes de la Roma cristiana
¿Quiénes eran los hermanos cristianos que salieron al encuentro de Pablo en Tres Tabernae? ¿Cómo y cuándo se extendió el cristianismo en Roma? Tenemos noticias históricas de la primera comunidad que se remiten al mismo Pablo que ya les dirige su primera carta, escrita entre el año 56 y el 57. En ella, la insistencia doctrinal sobre la justificación y, por tanto, la relación dialéctica entre la fe en Cristo y la ley mosaica, dejan ver que también en la comunidad romana estaba muy viva la controversia entre quienes querían obligar a la observancia de la ley a los paganos convertidos al cristianismo y aquellos que, como era el caso de Pablo, pensaban que estaban absolutamente libres de la carga de los preceptos legales y cultuales judíos. Es probable que esta insistencia Paulina manifieste la conciencia que tenía el apóstol de la tendencia “judaizante” dentro de la primera comunidad romana y que él tome la precaución de aclarar su posición sobre el candente tema antes de su visita a esta comunidad, que al final no se llevó a cabo a pesar del deseo del apóstol.
Un apunte más antiguo aún, relativo a la presencia de los cristianos en el corazón del imperio lo encontramos en Svetonio que, a propósito del emperador Claudio, cuenta que éste alejó de la Urbe, en el año 49 d.C., a los judíos que se peleaban entre ellos “impulsore Chresto” es decir, a causa de un revolucionario llamado “Cristo”. Por tanto, encontramos con certeza en el nuevo mensaje evangélico la causa de los movimientos que caracterizaron, de forma probablemente violenta, a la comunidad romana del siglo I, tanto que obligaron al Cesar a tomar esas medidas. Por otra parte, las vicisitudes del proceso y el martirio de Pedro y Pablo - por celos y envidia, como recuerda Clemente Romano - da pié a la hipótesis de que una profunda inquietud reinaba en la comunidad cristiana bajo Nerón. En cuanto a su consistencia numérica, Tácito en los Annali la describe como “ingens multitudo”; tanto es así que no fue aniquilada ni siquiera por la violenta persecución - nos cuenta el historiador - después del incendio de la capital del año 64.
Que el cristianismo se difundiera enseguida entre las clases pudientes de la ciudad, hasta tocar de cerca a la familia imperial es confirmado, un poco más tarde - exactamente en el 95 - por el asesinato de Flavio Clemente, primo del emperador Domiciano, y del noble Acilio Glabrione, entonces cónsul, y el exilio impuesto a Flavia Domitilla, acusados de ateísmo durante el reinado del mismo Domiciano. La acusación alude casi ciertamente a la profesión de fe cristiana por parte de los mismos, ya que se denominaba “ateos” a aquellos que no veneraban a las tradicionales divinidades paganas. El mismo Papa Clemente confirma esta persecución en la carta a los Corintios del 96. Éste, además, describió la comunidad romana como gobernada por un colegio de presbíteros, modalidad de organización jerárquica que la iglesia había heredado de la sinagoga judía, difundida entonces también entre las comunidades de tendencia judaizante, también de origen paulino (como Corinto y Antioquía) originariamente organizadas de otra manera, a través de guardianes (episkopoi) y ministros (diakonoi). Esta forma de organización será más tarde sustituida en Roma, hacia finales del siglo II, por la ordenación episcopal monárquica, ya adoptada en otras partes y destinada a imponerse en oriente y occidente con notable rapidez.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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