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Huellas N.6, Junio 2000

ORACIONES

Ciento cincuenta veces Ave

Paola Brizzi

El núcleo original data del siglo XII. La tradición dice que fue inspirado directamente por la Santa Virgen a santo Domingo. En 1572, tras la victoria de Lepanto sobre los turcos, el papa Gregorio XIII instituye la fiesta


Si bien podemos situar con toda seguridad el origen del rosario en su forma actual, y también en lo que constituyó su núcleo original, en el siglo XII en Occidente, quedan abiertas muchas controversias historiográficas acerca de su prehistoria. Así, junto a la antigua hipótesis según la cual los cruzados habrían adaptado a la oración cristiana una práctica de origen oriental, consistente en la costumbre propia del mundo islámico de recitar en secuencias reiteradas, sirviéndose de cadenas formadas por semillas, los noventa y nueve nombres de Alá, existe otra según la cual ya los Padres del Desierto, en los siglos III y IV después de Cristo, habrían utilizado cordones o cuerdecillas para contar sus oraciones repetidas.
En cualquier caso, es al comienzo del siglo XII cuando se difunde en Occidente, junto a la repetición en forma de letanía del Pater 150 veces, la del Ave Maria, que ya se recitaba como antífona del ofertorio del cuarto domingo de Adviento y se conocía hasta el 1483 sólo en su primera parte evangélica que comprende el saludo del ángel. Los dos salterios de los Pater y de las Ave (denominados así porque las dos oraciones son recitadas y repetidas análogamente al canto de los salmos, trama de toda celebración cristiana), son prescritos a los monjes iletrados y a los laicos devotos en sustitución del salterio davídico, y son divididos inicialmente en tres cincuentenas y recitados en cadencias diurnas, casi como una liturgia de las horas.
En el siglo XIV el cartujo Enrico de Kalakar opera una ulterior modificación en el salterio de las Ave, dividiéndolo en 15 decenas e insertando el rezo del Pater entre una decena y otra. Pero no es hasta el siglo XV cuando se comienza a conjugar el rezo de las Ave con la referencia verbal y explícita a los principales acontecimientos narrados en el evangelio, en particular por la contribución de Adolfo de Essen y Domingo de Prusia. Este último, cartujo de Colonia, en el periodo comprendido entre los años 1410 y 1439 propone a los fieles un salterio mariano con 50 cláusulas o estribillos conmemorativos de la vida, pasión, muerte y glorificación de Cristo como remate de las 50 Ave, abriendo el camino a la proliferación de intentos de reforma del denominado “salterio de María”, desde entonces llamado también “rosario” y en algunos lugares “corona”, o bien “pequeña guirnalda”.
El dominicano bretón Alain de la Roche inaugura una nueva fase de la propagación de esta práctica devota. Difunde la tradición de la Iglesia según la cual el santo rosario habría sido inspirado a santo Domingo, con el fin de convertir a los herejes albigenses y a los pecadores, directamente por la Santa Virgen, quien se le aparece y vuelve a proponer la meditación de los misterios en una triple partitura (encarnación, pasión y muerte de Cristo, gloria de Cristo y de María). Además, funda en 1470 en Doua la Cofradía del salterio de la Beata Virgen María, cuyos miembros tienen la obligación de rezar cotidianamente el rosario, provocando así el nacimiento de nuevas y numerosas cofradías marianas en toda Europa, a partir de Alemania. Los primeros documentos pontificios sobre el rosario hacen referencia precisamente a los privilegios y las indulgencias concedidas por el papa Sixto IV a estas cofradías, incorporadas progresivamente a la órden de los hermanos predicadores.
En 1521 el dominico Alberto da Castello reduce el número de los misterios eligiendo 15 principales y sólo en 1569, con la bula Consueverunt romani Pontífices, el papa Pío V consagra definitivamente la práctica del rosario en esta manera tan simplificada, similar en sustancia con la que se encuentra hoy en uso. En 1572 el mismo pontífice, canonizado en 1712, instituye con la bula Salvatoris Domini la celebración litúrgica de Nuestra Señora de la Victoria, convencidos de la poderosa intervención de María del Rosario a favor de las fuerzas navales cristianas contra la flota turca, destruida en la batalla de Lepanto del 7 de octubre de 1571. El siguiente año, llevando a término la obra de su predecesor, el papa Gregorio XIII con la bula Monet Apostolus instituye la fiesta solemne del rosario, insertándola en el calendario litúrgico en el primer domingo de octubre.

Los Papas y la corona
«El rosario o salterio de la bienaventurada Virgen María es un modo piísimo de oración y de petición a Dios, un modo sencillo, al alcance de cualquiera, que consiste en alabar a la misma bienaventurada Virgen repitiendo el saludo angélico ciento cincuenta veces, tantas como los salmos del salterio de David, interponiendo entre cada decena la oración del Señor, con determinadas meditaciones que ilustran toda la vida de nuestro Señor Jesucristo».
Pío V, Consueverunt romani Pontifices, Bula de 1569.
«Entre las muchas súplicas con las cuales nos dirigimos eficazmente a la virgen Madre de Dios, el santo rosario ocupa sin duda un lugar especial y distinto. (...) Esta práctica de piedad, venerables hermanos, admirablemente difundida por santo Domingo no sin la suprema sugerencia e inspiración de la virgen Madre de Dios, es sin duda alguna fácil para todos, incluso para las personas poco instruidas o simples. ¡Cuánto se apartan del camino de la verdad quienes definen tal devoción como una fórmula fastidiosa repetida con monótona cantinela, y la rechazan creyéndola buena sólo para las muchachas y las mujercitas! A propósito de esto conviene señalar que tanto la piedad como el amor, aun renovando tantas y tantas veces las mismas palabras, no por ello repiten siempre las mismas cosas, sino que siempre expresan algo nuevo, que brota del sentimiento íntimo de caridad. Y además este modo de rezar tiene el perfume de la simplicidad evangélica y reclama a la humildad del espíritu, sin las cuales, como enseña el divino Redentor, nos es imposible alcanzar el reino celeste».
Pío XI, Ingravescentibus malis, Carta encíclica de 1937.
«Así, por ejemplo, aparece con una luz más válida la índole evangélica del rosario, en cuanto que extrae del evangelio mismo el enunciado de los misterios y de las fórmulas principales; en el evangelio se inspira para sugerir, moviendo a partir del alegre saludo del ángel y del religioso asentimiento de la Virgen; y repropone del evangelio, en el sucederse armonioso de las Ave María, un misterio fundamental - la encarnación del Verbo -, contemplado en el momento decisivo del anuncio hecho a María. (...)
Además, se ha comprendido más fácilmente cómo el ordenado y gradual desarrollo del rosario refleja el modo mismo con que el Verbo de Dios, insertándose por misericordiosa determinación en la coyuntura humana, ha obrado la redención: de ésta, el rosario considera en ordenada sucesión los principales eventos salvíficos que se han cumplido en Cristo».
Pablo VI, Marialis cultus, Exhortación apostólica de 1974.
«La memoria litúrgica de la Beata Virgen María del Rosario (...) me ofrece la ocasión de volver a hablar del valor de esta singular forma de oración mariana que es el santo Rosario.
Siguiendo el ejemplo de mis venerados predecesores, no he dejado en distintas circunstancias de sacar a la luz su importancia. En ella se desposan de modo admirable la simplicidad y la profundidad, la dimensión individual y la comunitaria. El Rosario es en sí misma una oración contemplativa y posee una gran fuerza de intercesión: de hecho, quien lo recita se une a María en la meditación de los misterios de Cristo, y es llevado a invocar la gracia propia de estos mismos misterios en las múltiples situaciones de la vida y de la historia».
Juan Pablo II, Rezo del Ángelus, 10 de octubre 1999

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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