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Huellas N.6, Junio 2000

FÁTIMA

El secreto del Papa Wojtyla

Aura Miguel

Acaba de escribir un libro que ya en Portugal es un bestseller. La vaticanista de Radio Renascencia cuenta la devoción de Juan Pablo II por la Virgen, por cuya gracia se siente misteriosamente favorecido


Karol Wojtila ha tenido siempre una gran devoción por la Virgen. Al morir su madre siendo todavía un niño, comenzó a visitar con frecuencia la iglesia parroquial y a confiar habitualmente todas sus preocupaciones y ansias a la Virgen. Más tarde, al ser nombrado obispo, eligió como insignia episcopal la letra M junto a la cruz y el lema Totus Tuus como signos de total consagración a María. Era frecuente ver al entonces obispo y cardenal de Cracovia en el Santuario de la Virgen negra de Czestochowa, arrodillado a los pies de la Reina de Polonia. Pero tras el atentado de la plaza de San Pedro, muchas cosas cambiaron en la vida del Papa.
El 13 de mayo de 1981 Alí Agca disparó para matarlo. El pistolero turco elegido sabía que, a sólo 3 metros de distancia de la posición en que se encontraba, el disparo sería fatal. Los mismos médicos que operaron al Papa pocas horas después del atentado admitieron que el proyectil de 9 mm que le destruyó parte del colon y del intestino delgado, había desviado inexplicablemente su trayectoria a pocos milímetros de la vena aorta y no había alcanzado a otros órganos vitales. Juan Pablo II no tuvo dudas. Estuvo seguro enseguida de que su vida se había salvado por un milagro, gracias a la intervención de la Virgen de Fátima. El año siguiente al del atentado, en 1982, se dirigió a Fátima para dar gracias por esta protección especial: «Vi en todo lo que estaba sucediendo - no me canso de repetirlo - una especial protección materna de la Virgen. Y por coincidencia - y no existen meras coincidencias en los designios de la Providencia divina - he visto también un llamamiento y un reclamo al mensaje que ha salido de aquí».

El proyectil engarzado
Efectivamente, todo el pontificado de Juan Pablo II está intrínsecamente ligado al mensaje de Fátima. Los esfuerzos del Papa por cumplir todas las indicaciones que la Virgen María dejó a los pastorcitos tuvieron su culminación en el acto de consagración realizado en Roma el 25 de marzo de 1984, en unión con todos los obispos del mundo. Para presidir esta celebración, el Santo Padre hizo traer de la Capilla de las apariciones la imagen oficial de la Virgen de Fátima. Al día siguiente, Juan Pablo II consignó al obispo de Leiria, monseñor Alberto Cosme do Amaral, un pequeño estuche con un “regalo para la Virgen”. El obispo abrió el estuche y vio el proyectil que había impactado al Papa y que hoy está engarzado en la corona de la Virgen.
Diez años después del atentado, Juan Pablo II vuelve a Fátima. Esta vez, más allá de las motivaciones personales, el Papa tiene otros motivos para dar gracias a la Virgen. Él está en Portugal «con el fin de agradecer a la Virgen la protección que ha dado a la Iglesia en estos años, que han visto rápidas y profundas transformaciones sociales, permitiendo que se abrieran nuevas esperanzas para los diversos pueblos oprimidos por las ideologías ateas que les han impedido la práctica de su fe».
Pero el fuerte vínculo de este Papa con Fátima es sobre todo personal y, en diversas ocasiones, Juan Pablo II ha hecho referencia al “milagro del 13 de mayo”. En la audiencia del 15 de mayo de 1991, justo después del viaje a Portugal, afirmaba: «Considero todo este decenio como un don gratuito que, de modo especial, debo a la Providencia divina. Se me ha concedido de forma particular como un deber para que pudiera continuar mi servicio a la Iglesia, ejercitando el ministerio de Pedro». Pero en la misma audiencia general, las palabras más significativas fueron las que dirigió a los polacos: «Desde hace diez años he sido introducido en la experiencia de Fátima vivida por la Iglesia. Esto sucedió en la tarde del día 13 de mayo: el atentado contra la vida del Papa (...). Sé que la vida que se me ha concedido desde hace 10 años, ha sido salvada por la misericordiosa Providencia de Dios. No olvidemos las obras grandes de Dios».

Años de milagro
En ese mismo año, durante una visita pastoral a Brasil, el Papa festeja el aniversario de su elección pontificia. Es el 16 de octubre de 1991 y el episcopado brasileño “brinda” por sus trece años de pontificado. Juan Pablo II deja que hagan el brindis, pero al final se levanta y corrige: «No se puede hablar de trece años. Lo que es justo decir es que han sido tres años de pontificado y diez de milagro».
Pero tal vez la referencia más significativa de Juan Pablo II al atentado se encuentre en la carta que escribió el 19 de mayo de 1994 al episcopado italiano, con ocasión de la “Gran oración por Italia”. Las palabras fueron escritas en el hospital donde se recuperaba de una fractura del fémur. «Todos nos acordamos de aquella tarde en que fueron disparados varios tiros contra el Papa con la intención de quitarle la vida. El proyectil que le traspasó el abdomen se encuentra ahora en el Santuario de Fátima; la faja, a su vez perforada por el proyectil, está en el Santuario de Jásna Gòra. Fue una mano maternal la que guió la trayectoria de la bala, y detuvo, al borde de la muerte, al Papa, que era conducido hacia el Policlínico Gemelli ya agonizante (...). Aquel disparo en la plaza de San Pedro debería haber privado de la vida al Papa hace 13 años. En cambio, el proyectil mortal se detuvo y el Papa vive, ¡vive para servir!».

Un viaje fuera de programa
Con esta conciencia, Juan Pablo II ha venido a Fátima en este Jubileo del año 2000. Su agenda no preveía ningún traslado fuera de Italia, con excepción de la peregrinación a los Lugares Santos. La beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta se había fijado para el 9 de abril en Roma, pero el Santo Padre decidió cambiar los planes y ha venido a Fátima, precisamente para reclamar la atención de todo el mundo sobre la “ejemplaridad” del testimonio de Jacinta y Francisco Marto. Un gesto sorprendente, que ha recibido por parte de los portugueses una acogida inolvidable: «Una muchedumbre exultante de alegría y, al mismo tiempo, capaz de crear momentos de absoluto silencio y de intenso recogimiento», comentaba, todavía conmovido, el Papa en la audiencia general del 17 de mayo.
A los pies de la Virgen de Fátima, Juan Pablo II dejó el signo más simbólico de su vocación, el anillo de sucesor de Pedro: «Un agradecimiento que he querido renovarLe simbólicamente con el don precioso del anillo episcopal, que me ofreció el cardenal Wyszynski pocos días después de ser elegido para la Sede de Pedro», explicaba al volver a Roma. Fue precisamente el viejo arzobispo de Varsovia, Primado de Polonia, el que profetizó en el cónclave de 1978 que sería Woytila el que introduciría a la Iglesia en el tercer milenio.
Durante estos veintidós años, el Papa se ha hecho cargo de este mandato y lo ha conducido a buen fin. De rodillas ante la Virgen de Fátima, Juan Pablo II rezó con intensidad, con la cabeza entre las manos, aunque de vez en cuando alzaba la mirada y la fijaba tiernamente, con gratitud. El valor de este gesto ha sido subrayado también por la Secretaría de Estado; el cardenal Angelo Sodano, al término de la celebración eucarística en la explanada de Fátima, explicaba que la peregrinación del Papa «tiene también el valor de ser un nuevo homenaje de gratitud a la Virgen por la protección que ella le ha proporcionado durante estos años de pontificado. Una protección que parece que tiene que ver también con la denominada “tercera parte” del secreto de Fátima». El resto es la crónica de los periódicos y el empecinarse en los secretos, olvidando todo lo demás, que es la sustancia del acontecimiento de Fátima.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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