La historia de Francisco y Jacinta, los pastorcillos que el Papa ha beatificado el 13 de mayo. Y la de Lucía, testigo viviente de un acontecimiento imprevisible que cambió la vida de tres niños para confundir a los sabios y entendidos. El secreto de los secretos
«Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños». Cuando Juan Pablo II inicia su homilía repitiendo las palabras de Jesús que se leen en el Evangelio de Mateo, ya se han descubierto sobre la gran explanada del santuario de Fátima las imágenes gigantes de Francisco y Jacinta Marto. Los dos pastorcillos, que en 1917, la época de las apariciones, tenían 9 y 7 años, y que murieron entre muchos sufrimientos poco más tarde, en ese momento eran ya oficialmente beatos. Era la primera vez que la Iglesia alzaba a los altares a niños que no habían sido martirizados. Nunca había sucedido que la Congregación para la causa de los santos reconociese que dos niños tan sencillos han alcanzado la perfección de la vida cristiana.
La historia de Lucía dos Santos - la única superviviente - de Francisco y de Jacinta comienza en abril de 1916 cuando un ángel se les aparece y les invita a la oración y a la penitencia. Pero fue el 13 de mayo del 17, poco después del mediodía, cuando los tres pastorcillos de Aljustrel, pequeña fracción de Fátima, mientras pastoreaban sus ovejas en la cercana Cova de Iría, vieron, primero, una gran luz, y sobre un pequeño acebo una «Señora más resplandeciente que el sol» de cuyas manos pendía un blanco rosario. La aparición dice a los tres niños que es necesario rezar mucho y les invita a volver a la Cova de Iría durante cinco meses seguidos en el día 13 y a la misma hora. Lucía, Francisco y Jacinta volverán puntualmente en junio, julio, septiembre y octubre. Sólo el 13 de agosto no pudieron estar presentes en el lugar establecido para el encuentro porque el alcalde de Villa Nova de Ourém, a cuyo distrito pertenecía Fátima, se los llevó y les amenazó para que confesaran que estaban mintiendo. Pero la Virgen se les aparece igualmente, unos días más tarde, el 19 de agosto, mientras los pastorcillos abrevaban al rebaño en la localidad “dos Valinhos”, a medio kilómetro de Aljustrel.
La última aparición
El 13 de octubre, durante la última aparición, que tiene lugar en presencia de casi setenta mil personas, la “bella Señora” dice que es la Virgen del Rosario y pide que en ese lugar se construya una capilla en su honor. La pequeña iglesia hoy está protegida por un gran cobertizo de cemento que se alza dentro del santuario, mientras en el lugar donde estaba el acebo donde se posaba la aparición - destruido pedazo a pedazo por los fieles que acudieron - hoy se erige la columna de mármol blanco que sostiene la estatua de la Virgen de Fátima. Durante la última aparición todos los presentes son testigos de un milagro: el sol se convierte en algo parecido a un disco que cambia muchas veces de color, gira sobre sí mismo y parece precipitarse sobre la tierra. Y puede ser recordado por todos sin dificultad. Varios años después, en 1950, Pío XII, gran devoto de las apariciones de Fátima (la primera de las cuales tuvo lugar precisamente en el momento en que Pacelli fue consagrado obispo en la Capilla Sixtina por Benedicto XV), asistirá al mismo milagro mientras pasea por los jardines vaticanos.
La “Señora más resplandeciente que el sol” lleva a los tres niños de Aljustrel a probar una experiencia dramática: les lleva a ver el infierno. Desde ese día el dolor por las penas a las que son sometidos los pecadores marcará de modo indeleble sus vidas. «Lo que más maravillaba al beato Francisco - decía Juan Pablo II en la homilía - y lo traspasaba era Dios en aquella luz inmensa que les había alcanzado a los tres en su intimidad. Sin embargo, sólo a él Dios se le dio a conocer “tan triste”, como él decía. Una noche - continúa el Papa - su padre le oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo respondió: “Pensaba en Jesús que está tan triste a causa de los pecados que se hacen en su contra”. Un único deseo - tan expresivo del modo de pensar de los niños - mueve ya entonces a Francisco y es el de “consolar y dar contento a Jesús”». El pequeño se compromete en una intensa vida espiritual, con una oración tan asidua y ferviente que llega a alcanzar una verdadera forma de unión mística con el Señor. «Soportó grandes sufrimientos causados por la enfermedad - continuaba Wojtila - de la cual moriría, sin ningún lamento. Todo le parecía poco por consolar a Jesús; murió con la sonrisa en los labios».
Como una madre
La Virgen de Fátima había dicho a los tres pastorcillos que ella había venido para pedir a los hombres que «no ofendan más a Dios, que ya le han ofendido bastante». Hablando con el dolor de una madre les pide a los niños: «Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores; muchas almas terminan en el infierno porque no hay quien rece y se sacrifique por ellos».
El auténtico mensaje de Fátima está todo aquí. No está en los secretos apocalípticos o en las profecías más o menos acertadas. El auténtico mensaje de Fátima traduce lo que decía san Pablo: «Cumplo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo». También el hombre, con su sacrificio, puede participar en la obra redentora de Jesús.
«La pequeña Jacinta ha compartido y vivido estas aflicciones de la Virgen - observa Juan Pablo II - ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día, cuando ella y Francisco habían contraído ya la enfermedad que les postró en el lecho, la Virgen María vino a visitarles a casa, como cuenta Jacinta: “La Virgen ha venido a vernos y ha dicho que muy pronto vendrá a buscar a Francisco para llevarlo al Cielo. A mí me ha preguntado si quería convertir a más pecadores. Le he dicho que sí”... Jacinta quedó tan impresionada de la visión del infierno, que tuvo lugar en la aparición de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían poca cosa con tal de salvar a los pecadores».
Las memorias de Lucía
Sor Lucía dos Santos, 93 años, la única que queda de los tres videntes, vive en un monasterio de clausura de Coimbra. Ella es la testigo, ella es quien ha escrito en las memorias la historia de las visiones y los mensajes recibidos. Ella es quien ha expedido centenares de cartas a los Papas para pedirles consagrar a Rusia al Corazón inmaculado de María. Pero los dos pastorcillos Francisco y Jacinta, los “pequeños” a los que María se reveló, no han subido al honor de los altares porque vieron a la “bella Señora”. Aunque el papa Wojtila ha elegido la ocasión de su tercera peregrinación a Fátima para anunciar la publicación del famoso tercer secreto, que se refiere a la larga cadena de mártires del siglo XX y al atentado sufrido por él el 13 de mayo de 1981, esta circunstancia no debe dejar en segundo plano el corazón del acontecimiento religioso acaecido las pasadas semanas: la beatificación de dos niños que habían decidido «completar en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo».
Durante una de las apariciones, la Virgen dijo a los videntes que Portugal conservaría el dogma de la fe. La frecuencia a la misa dominical en el país es del cincuenta por ciento y quien participa no puede no quedar asombrado por la fe profunda de aquel pueblo: una fe sencilla y esencial. La misma que animó a los pastorcillos de Aljustrel y que continúa animando a las muchedumbres de peregrinos que con el rosario en la mano atraviesan de rodillas la gran explanada del santuario de la Cova de Iría.
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