El 17 de enero de 2000 se cumplían los cuatrocientos años del nacimientode Don Pedro Calderón de la Barca. Esta gran figura del teatro español del XVII, no en vano llamado Siglo de Oro español, es ahora revisada por críticos y lectores apasionados. Todos coinciden en la genialidad del madrileño que supo encarnar en sus personajes y subir a las tablas problemas eternos del drama humano. La vida es sueño desarrolla el problema de la libertad, y lo hace mostrándonos una experiencia de libertad. No sin trabajos y contradicciones, Segismundo llegará a gustar lo que es ser libre. Desde esta perspectiva, proponemos la lectura
La vida es sueño es, probablemente, la obra más famosa de Calderón. Desde su estreno críticos y espectadores se han medido con aquellas palabras que constituyen una exaltación extraordinariamente aguda del hombre sobre posibles vaticinios funestos: «Porque el hombre predomina en las estrellas». Aguda exaltación que se repite rotunda: «Porque el hado más esquivo / la intuición más violenta / el planeta más impío / sólo el albedrío inclinan / no fuerzan el albedrío». Ahora bien, la libertad no se agota en un concepto filosófico, ni siquiera en estas palabras tan hermosas, la libertad es una experiencia que se encarna en el drama representado.
El anhelo del primer monólogo
De la mano de una mujer, Segismundo va descubriendo, no sin dolor, la libertad como reconocimiento amoroso de una presencia que le completa, que le acerca a ese destino de plenitud que la razón humana anhela. La presencia de Rosaura iniciará el camino de la libertad en Segismundo.
La vida del hijo del rey de Polonia ha sido una oscura pesadilla. Desde niño vive encerrado en una torre. Su padre, teme los vaticinios que pesan sobre su descendiente desde su nacimiento. Para vencerlos, encadena a su hijo, le oculta su verdadera identidad y le condena a una vida de fiera. Adoctrinado por un viejo servidor del padre, conoce sólo teóricamente el valor de las cosas.
A poco de abrirse el telón, Segismundo pronuncia un largo monólogo en el que dice sentirse “mísero” e “infelice”. Se sabe superior a las aves, peces y bestias y, sin embargo, menos libre.
Lo que llama a libertad
Casualmente, mientras pronuncia estas palabras, Rosaura que va de paso las oye y se estremece: «Temor y piedad en mí / sus razones han causado». Segismundo se da cuenta de que alguien ha escuchado sus dolores más secretos, y, airado, quiere matar a Rosaura que se le presenta vestida de hombre. Y ella, segura de la magnanimidad de cualquier hombre y en especial de éste que tan dolorosamente siente su desgracia, le dice: «Si has nacido / humano, baste el postrarme / a tus pies para librarme».
La escena cambia repentinamente. Segismundo ve por primera vez a una mujer y cautivado por su presencia, exclama: «Tu voz pudo enternecerme, / tu presencia suspenderme / y tu respeto turbarme. ¿Quién eres?». El impulso violento contra ella se trueca en admirada pregunta: «¿Quién eres?».
Confiesa que, aunque encerrado, ha aprendido política, astronomía, pero sólo ella ha sido capaz de calmar sus iras y enternecer su ánimo violento: «Tú, sólo tú, has suspendido / la pasión a mis enojos, / la suspensión a mis ojos, / la admiración a mi oído. / Con cada vez que te veo / nueva admiración me das / y cuando te miro más / aún más mirarte deseo».
Algo que excede la ilusión
La historia de Segismundo continúa. Basilio, su padre y rey, decide hacer una prueba y desafiar a los terribles hados que pesan sobre su hijo. Lo traslada, mientras duerme, a palacio. Lo hace despertar en el lecho principesco y le procura todos los poderes de rey. Segismundo decide vengarse: intenta forzar a Rosaura, mata caprichosamente y se muestra violento e injusto con sus súbditos. Basilio, amedrentado por los desmanes de su hijo y abrumado porque parecen cumplirse los funestos augurios, devuelve a su hijo de nuevo a la torre. Así el protagonista cuando se despierta, viéndose de nuevo en la vieja cárcel, duda de todo y piensa que sus tropelías han sido sueño, excepto una cosa: «De todos era Señor, / y de todos me vengaba; / sólo a una mujer amaba.../ Que fue verdad creo yo / en que todo se acaba / y esto sólo no se acaba». Todo puede ser una ilusión, mas no aquella correspondencia amorosa experimentada ante Rosaura, cuyo valor presiente eterno.
Reconocer a Rosaura
Por peripecias de la acción, Segismundo vuelve a salir de su encierro. Se encuentra con Rosaura, su presencia luminosa le inspira agradecimiento a Dios: «Su luz me ciega (...) / El cielo a mi presencia la restaura». Pero con este nuevo encuentro, conoce la verdad de Rosaura, está casada y quiere volver con Astolfo que un día le hizo promesas de amor y la abandonó. Segismundo nos muestra el drama de su alma. Fascinado por la belleza de Rosaura, no puede destruirla matando su bien y su verdad. Y, por eso, conteniendo su atracción, permanece en silencio: «No te responde mi voz / por que mi honor te responda / no te hablo, porque quiero / que hablen por mí mis obras, / ni te miro, porque es fuerza, / en pena tan rigurosa, / que no mire tu hermosura / quien ha de mirar tu honra». Mira por la verdad de Rosaura porque la quiere bien.
Un canto al amor
Calderón no canta el amor al modo romántico o sentimental. El bien, la verdad y la hermosura, que la presencia de Rosaura despierta en el hijo del rey se presentan como un acontecimiento imprevisible: «Tú, sólo tú, has suspendido / la pasión a mis enojos, / la suspensión a mis ojos [...] tú presencia [pudo] suspenderme». La mujer, un signo que abre una pregunta: «¿Quién eres?».
Negar la experiencia de este signo sería negarse a sí mismo: «que fue verdad creo yo en que todo se acaba y esto sólo no se acaba». Tan evidente es la intuición que no se cierra sobre los proyectos que alberga Segismundo respecto a Rosaura. La admiración conlleva un respeto e induce a optar por permanecer en silencio ante ella y restaurar su honra.
Más aún, la relación con Rosaura se convierte en “forma” de las demás relaciones, con sus súbditos, el gobierno del país, su padre el rey, la administración de justicia. Segismundo no puede amar a Rosaura sin respetar su verdad, tampoco amar su reino sin elegir su bien ni a su padre sin reconocerle como tal. La libertad, deseo de satisfacción total, no puede reducirse a un arbitrario ejercicio de poder. Este dejaría sólo el sabor amargo de una pesadilla donde todo se perdió.
Segismundo comienza a experimentar qué es ser libre, aupado por la sorpresa de un encuentro - «tu presencia suspenderme» -, guiado por el agradecimiento - «El cielo a mí la restaura» - , y sostenido por la pregunta «¿Quién eres?» llegará a la seguridad de poder amar a las criaturas según su valor.
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