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Huellas N.6, Junio 2000

EJERCICIOS DE LA FRATERNIDAD

La humanidad del Misterio

Giancarlo Giojelli

26.000 adultos en Rímini y otros muchos conectados vía satélite para los Ejercicios de la Fraternidad. El testimonio de un periodista ante un encuentro siempre imprevisible que vuelve a suceder


Giorgio Feliciani lleva hablando un rato: desde hace veinte años le toca a él la tarea de dar cuentas del balance anual de la Fraternidad. Los veintiséis mil reunidos en los grandes espacios de la feria escuchan, quizás un poco cansados, quizás menos atentos todavía. Cada uno sentimos cierto malestar ante el reclamo referente al fondo común, porque la libertad se fatiga algo más ante lo que tiene que ver con el bolsillo. Siempre ha sido así. Nadie juzga a nadie, pero cada uno tarde o temprano tiene que echar cuentas consigo mismo. Y las cuentas de la Fraternidad obligan, al menos por un instante, a un pequeño balance personal. Podría pasar este momento y cerrarse los ejercicios como siempre, antes de los avisos y del canto final. Alguien se prepara ya para levantarse, para muchos el camino de vuelta a casa será largo. Han venido de toda Italia hasta aquí, a Rímini. Como siempre, como todos los años. Ahora les espera una larga caminata para salir de la Feria, el paso apresurado para tomar los autobuses y los coches, la gente que abarrota la calle y los muchos amigos que se reúnen, se abrazan y se vuelven a ver, tal vez después de años. Siempre falta tiempo para saludar a todos. Hay que regresar a casa, volver con los hijos, volver al trabajo que empieza mañana de nuevo.
Pero, de repente: «Perdona, pero don Giussani nos está hablando...».
Giorgio esboza una sonrisa, pero su imagen desaparece de la pantalla y el corazón se agranda y los ojos de muchos se abren: y lo miran hablar.
«Llevamos toda la vida hablándonos...».

Una voz clara
La pantalla refleja la imagen de don Giussani un poco desenfocada por la conexión en videoconferencia y la voz resuena en los salones más ronca aún. Pero nadie está distraído o cansado. Se hace un gran silencio y todos fijan con gusto la mirada: mirarlo hablar y escuchar su voz cumple la espera de estos días.
«Yo no soy digno de lo que haces por mí... cada día aumenta el estupor por lo que Dios hace».
Cada uno de los veintiséis mil experimenta de nuevo ese estupor y se mira a sí mismo de un modo distinto; una vez más se mira a sí mismo de otro modo. Resuena la voz en el corazón, como muchos años antes una voz resonaba en la casa de Cafarnaúm y Levi, que estaba contando las monedas, cuando alzó la mirada: «Tú», le había dicho aquel hombre.
«¿Yo?».
«¡Tú!».
Y desde entonces aquel “Tú” entró en su vida y Mateo no volvió a decir “yo” de la misma manera que antes. Su nombre había cambiado y su vida también, sus amigos y la historia y el mundo entero habían cambiado por aquel “tú” que le había llevado a decir, quizás por primera vez, “yo”.
Cada uno de aquellos veintiséis mil se ha descubierto como un “yo” protagonista de la historia y de su destino. Y quizás por primera vez se mira a sí mismo sin orgullo ni pretensión, tan sólo con el estupor y la ternura entretejida de aquella gran, infinita ternura que lo ha conducido hasta esa cita, hasta este momento del tiempo en el que resuena el eco de la voz de la misma Presencia.
Cada uno de los veintiséis mil ha llegado a Rímini por un misterioso recorrido.
Cada camino está jalonado por la iniciativa de Cristo que tiene más inventiva de la que pueda imaginar el hombre. Más sorprendente que cualquier espera. Capaz de obras e iniciativas. Es alguien rico en iniciativa. Es esta la primera imagen que anota la libreta profana de un cronista: una sorprendente iniciativa de Dios.

De todo el mundo
Muchísima gente llegada de todas las partes del mundo y muchísimos reunidos en todas las partes del mundo: escuchan en Alemania, Austria, Bélgica, Eslovenia, España, Francia, Gran Bretaña, Hungría, Irlanda, Luxemburgo, Holanda, Polonia, Portugal, República Checa, Rumanía y Suiza. Resonarán estas palabras en Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, Estados Unidos, Méjico, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Venezuela, Camerún, Kenia, Mozambique, Nigeria, Ruanda, Uganda, Kazakistán, Japón y Líbano.
¿Quién se lo imaginaba? ¿Quién lo habría podido imaginar?
Gentes diversas, historias diferentes, lenguas, culturas y mentalidades distintas: ¿Qué tienen en común todos ellos? ¿Qué pueden tener en común?
Hay algo que desde los tres escalones de entrada a un instituto de enseñanza media de Milán ha atravesado mares y continentes: la respuesta a la embrollada objeción de un joven bachiller para quien fe y razón no eran compatibles ha alcanzado e implicado a millares de existencias. Y cada una de estas existencias se ha sentido llamada: llamada personalmente. Cada uno de modo distinto: para algunos, para muchos, la ocasión de aquel primer encuentro fue alegre, resulta grata a la memoria. Para otros fue atroz, como la muerte de un hijo. Hay algo que ha permanecido aferrado a cada uno, y el eco de aquel “¡Tú!” resuena en el espacio y en el tiempo.

La bondad del camino
Durante dos días los Ejercicios han acompañado nuestra reflexión: la autoridad de la Iglesia ha venido a confirmar la bondad del camino inscrito en el firmamento de estrellas que se llaman María, Pedro, Juan, Pablo... Carisma e institución. Durante dos días veintiséis mil personas, y tantas otras reunidas en todo el mundo, han escuchado la sinfonía de música, cantos y palabras que nace del deseo y la petición de una respuesta a la misma pregunta que los chavales del liceo Berchet de Milán dirigieron con premura a aquel sacerdote: ¿qué es el hombre?
Y, después, la misma urgencia que puede convertirse a veces en una objeción: si hay una respuesta, ¿cómo llega a saberlo?
Sin embargo, no hay signos de interrogación en el tema de los ejercicios: «Qué es el hombre y cómo llega a saberlo». Es la promesa de una respuesta, no la enigmática subjetividad de un problema desesperadamente irresoluble.
Una respuesta que nace en la carne de una historia y de una compañía: veintiséis mil historias, veintiséis mil personas, veintiséis mil veces “yo” descubierto en un “tú”, en una vocación irrepetible y personal.
Hay algo casi increíble en la historia de cada uno. Casi, porque cada uno existe y es imposible negar que uno existe cuando está ahí, y se puede tocar, sentir y escuchar. Y puede hablar y dar testimonio. «Falta en nuestras relaciones la memoria de Cristo», había recordado Giancarlo Cesana citando a don Giussani, y ese juicio duro, al decir de muchos, es un vapuleo: cuando don Giussani contempla aquel momento en Jerusalén, cuando Judas murió y era de noche. La tiniebla en torno a la sala del Cenáculo no nos resulta desconocida. La oscuridad: cada uno la conoce bien. Cada uno, al menos una vez en la vida, la ha experimentado.

Una pobre voz
«Pero nosotros avanzamos en la existencia a través de una seguridad que quema todos nuestros temores: la esperanza para nosotros es una certeza».
Una certeza que se entrega sin cálculos, más allá de la imaginación. Don Giussani recuerda a dos chicas de 16 años que hace cuarenta años escribieron la letra y la música que expresan la voz de todos: una pobre voz. La pobre voz que cada mañana vuelve a despertar la conciencia soñolienta y pide en lo efímero de las circunstancias la eternidad. Los cantos y el recuerdo de aquella noche en Jerusalén son lo que acompañan a las palabras de don Giussani. Aquellos cantos que todos conocen bien, muchos desde hace decenios.
«Cómo puede esperar un hombre que tiene todo en sus manos, pero no tiene el perdón».
Judas desaparece en las tinieblas. Cada uno siente el asedio de esa oscuridad secundada por el propio mal.
Cada uno siente la voz de don Giussani afirmar la promesa de un cumplimiento: en los salones de la Feria los veintiséis mil permanecen en silencio cuando oyen palabras que escrutan el corazón de todos.
«Es necesario que alguien nos libere del mal».
Y cada uno mira al otro con una mirada más atenta, cuando don Giussani recuerda de qué está hecha la compañía: «El Misterio se hizo presente de forma tangible, se hizo carne de nuestra carne».

Entre Ferrari y el Referéndum
Vuelve a suceder en un instante el milagro de esa conmoción que encuentra al corazón alegre y convencido. Se percibe el encuentro y hay un poco de milagro incluso en la salida ordenada y silenciosa de veintiséis mil personas, que llevan en sí la memoria de ese encuentro, que “son” memoria de ese encuentro.
Cada uno llamado y enviado a formar parte de la Gloria de Cristo. Y es esa memoria la que se llevan de los grandes salones de la Feria de Rímini, a lo largo del camino que desciende al mar o se dirige a las autopistas, y por las cálidas calles de este domingo que al día siguiente los periódicos celebrarán como la jornada de la Ferrari y del Referéndum, porque también esto ha sucedido y la crónica debe rendir cuentas de ello. Y tal vez muchos no se han fijado en este pequeño pueblo reunido en Rímini porque no es gente que arme demasiado jaleo. Pero es gente que existe, y todo en la vida de esas personas que ahora salen de Rímini lleva al mundo un ápice del Destino: porque no son mejores, pero saben pedir e implorar que el aliento de la vida no tenga fin.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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