Un profesor universitario, un sacerdote y un psicoanalista se asoman a la obra de san Agustín De civitate Dei. La conferencia que clausura el curso de historia de la Iglesia en la universidad ante un auditorio excepcional
El lugar es solemne, con sus antiguas butacas rojas y sus paredes que rezuman historia. También la ocasión es solemne, con las primeras filas ocupadas por un gran número de autoridades y el resto de la sala abarrotada de estudiantes. Y es que el tema no es para menos: se habla de La Ciudad de Dios de san Agustín. El ponente, Giacomo Contri, se ajusta el nudo de la corbata, coloca el micrófono y a continuación dice, dejando a todos atónitos: «Permitidme una argucia: ¡Viva China!». Pero, ¿qué tiene que ver China con el obispo de Hipona, que de China no conocía probablemente ni su existencia? Pues sí, tiene que ver. Pero antes, recapitulemos.
Nos encontramos en Padua, viernes 3 de marzo, en el Aula Magna de una de las más antiguas universidades italianas (sus paredes están cargadas de insignias de centenares de doctorados conquistados a lo largo de siglos). Estamos en la clausura del curso que don Giacomo Tantardini, invitado por la cátedra de Historia de la Iglesia en la edad moderna y contemporánea del profesor Giuseppe Butturini, ha impartido sobre el De civitate Dei de Agustín. Para esta conferencia final, además de Butturini y Tantardini, se sientan en la mesa Gianpaolo Romanato como moderador y Giacomo Contri. Cuatrocientas personas dentro del aula y otras tantas en la sala adjunta conectada por vídeo. Una atención motivada porque - como explica el profesor Butturini introduciendo el encuentro - Agustín es idóneo para comprender lo que está sucediendo en la Iglesia de hoy. «La tentación de los historiadores es la de encontrar un sentido inmanente y lineal en la historia de la Iglesia». Pero una perspectiva así es inadecuada frente a aquello que Butturini define como un fenómeno de «descomposición del cristianismo».
Primera página
Giacomo Contri sostiene en su mano un artículo aparecido en la portada del Corriere della Sera. En él se habla de China, de sus números enormes, del multiplicador de potencia que podría llegar a ser en esa realidad y en esa cultura llamada Internet. Dice Contri: «El artículo se pregunta qué hacer con este país. Y termina admitiendo, entre las posibles hipótesis, el proverbial derramamiento de ácido sulfúrico sobre esta inmensa colmena. Se admite por tanto que una ciudad o un microscópico ejemplo de ella pueda ver su propia resolución histórica en la muerte, muerte violenta decidida por todos los demás». En este punto Contri llama a escena a Agustín. Explica: «Agustín, cuando habla de “ciudad”, quiere indicar una primera ciudad. Una ciudad eminentemente vivible y ya existente que, si es posible, será la condición para que la segunda ciudad no termine como la China de la que habla el artículo».
La primera ciudad
Pero, ¿qué es esta primera ciudad de Dios? Es muy real, práctica, accesible. Llamándose ciudad, explica Contri, implica todo: todas las relaciones, todo aquello que sucede, la existencia de sentimientos como el deseo de ganar dinero, los éxitos y las derrotas. No hay nada que pueda borrarse. Y aquello que la distingue es que es «más real e importante que la segunda: la ciudad estatal (la “segunda ciudad”) no tiene tanto reformas a hacer como agujeros, fragmentos de realidad». En la primera ciudad está Alguien que es «señor en su propia casa» o que «se encuentra bien en su pellejo»: es decir, Dios. «Es ciudad de Dios porque hay Uno para el que es posible vivir bien». La Revelación cristiana, sintetiza Contri, no afirma casualmente la Trinidad, es decir, la Revelación se constituye como relación, como ciudad. Contri alude a una antítesis muy eficaz, inventada en el siglo XVIII para replicar a Agustín. Se trata de Robinson Crusoe, que trata de desenganchar al hombre de la ciudad. Inventa una ciudad alternativa en la que él no se contamina con el trabajo, y en la que la única relación establecida, la que mantiene con Viernes, rehabilita la filosofía griega esclavista.
La primera ciudad es todo lo contrario: «Es el poder de quien pone a otros en una condición ciudadana, es decir, en la condición de no recibir lo que auspicia el autor del artículo sobre China. Se me ocurre decir que la ciudad de Dios es la ciudad del deseo».
La ciudad y los ciudadanos
También Giacomo Tantardini parte de un punto de vista histórico en su conferencia. Expone cómo Agustín, cuando escribe De civitate Dei, tiene en mente la imagen real de la ciudad de Roma y de lo que Roma había sido para él. Agustín describe las virtudes que han hecho posible esta “segunda” ciudad y dice que son de alguna manera similares a nuestras virtudes cristianas. Pero después el obispo de Hipona, en el libro V, escribe esta frase: «Toda la virtud sin la verdadera piedad es útil para la gloria del hombre, pero no se puede ni siquiera comparar con los primeros pequeños pasos de quien se encuentra con Él». Comenta Tantardini: «Toda la dedicación humana no se puede comparar con los primeros pequeños pasos de aquel “cuya esperanza está en la gracia y misericordia de Dios”» ¿Qué es esta esperanza? «Es ese estupor inicial frente a Su presencia». ¿Y por qué es incomparable? «No porque sea alternativo, dialéctico, ni porque se presente como un competidor», explica Tantardini. «Incomparable quiere decir que este estupor de los primeros que se encontraron con Él nunca había sucedido antes, de forma que Juan, que escribe su evangelio siendo centenario, recuerda incluso el tiempo y la hora». La síntesis se encuentra en una frase de don Giussani: «No hay comparación entre el entusiasmo que nace de la belleza y el entusiasmo que nace de la dedicación».
De civitate Deino es un tratado de filosofía o de teología, sino el registro de lo que ha sucedido en el mundo. «En el mundo - sintetiza Tantardini - hay dos tipos de sociedades. La sociedad de los que tienen como horizonte último la muerte y la sociedad de los que están ligados por este atractivo, por este estupor». Para decirlo con una fórmula, existen ciudadanos “agraciados” y ciudadanos “preocupados”.
Entre una ciudad y otra
«Los intereses y las materias son comunes en las dos ciudades. La ciudad de Dios no tiene intereses extraños o distintos de los de la ciudad del hombre». Entonces, ¿qué es lo que cambia? Tantardini responde con una cita tomada del mismo Agustín: «Diversa fide, diversa spe, diverso amore». Distintos porque también la segunda ciudad tiene su esperanza, su fe y su amor. En definitiva, sus buenos ideales. Y la diversidad está por entero en el hecho de que ahora esta esperanza, esta fe y este amor no son despertados por una dedicación, sino por un atractivo. Agustín no tiene ningún rencor hacia la ciudad del mundo. Incluso en la relación con los que están en contra, nadie «puede desesperar de que también ellos se vean implicados en esta societas», de que, tocados por este atractivo, lleguen a ser amigos. La primera ciudad ofrece posibilidades y por tanto poder también a la segunda, a este pueblo lejano de Dios. Por otra parte, la ciudad celeste también «usa necesariamente esta paz y, aun teniendo la promesa de la redención, no duda en obedecer las leyes de la ciudad del mundo». Busca la concordia, el compromiso. Conclusión: la ciudad de Dios no tiene la intención de cambiar las instituciones y las leyes de la ciudad moderna, porque «no tiene la intención de abolir, de destruir nada. Basta con que no impidan esa fe distinta, esa esperanza distinta, ese amor distinto. Basta con que no impidan esa felicidad distinta: In spe beati facti sumus».
Los asistentes
A la última lección del curso de Giacomo Tantardini (en su tercer año) acudió un alto número de autoridades, empezando por el rector Giovanni Marchesini, que saludó calurosamente a todos los asistentes al comienzo del encuentro. Junto a él, seis vicerrectores y numerosos profesores. En primera fila, entre otros, se encontraban Giancarlo Galan, presidente de la región Véneto, Guido Nardone, prefecto de Padua, el juez Gianni Pavarin, el diputado Piero Ruzzante, Giuseppe Gottardo, presidente del Departamento para el derecho al estudio y los asesores municipales Domenico Menorello y Augusto Morini.
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