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Huellas N.5, Mayo 2000

BOLONIA

El estudio como descubrimiento

Elisa Calessi

¿Ha habido algo que te ha impresionado en el colegio? A esta pregunta han respondido ochocientos estudiantes de bachillerato, el pasado mes de abril en el Cinema dell'Antoniano. El congreso organizado por la asociación "Bolonia Estudiantes"

Mil setecientas sesenta y cuatro horas. Tullia, 16 años, juega con su pelo entre los dedos mientras cuenta las horas pasadas durante un año en las aulas del instituto. «El estudio como descubrimiento», el congreso organizado por "Bolonia Estudiantes" el pasado 7 de abril nació así, como un desafío. ¿Es posible que tantas horas tengan que pasar sin dejar nada, aparte de las ganas de que suene la campana lo antes posible? ¿Es posible que la escuela sea sólo un deber cotidiano, mientras esperamos el momento en el que finalmente la vida es vida? Y, sin embargo, habrá habido momentos en los que una poesía o la página de un libro haya roto la acostumbrada monotonía. Como un descubrimiento: «¡Está hablando de mí!». Entonces, unos cuantos estudiantes se ponen en marcha: visitan a los directores de las escuelas de bachilleratos de Bolonia, al Consejero de Educación y, sobre todo, pasan por el mayor número de aulas posible. «Mandamos una circular firmada por el Consejero a todas las escuelas - explica Elisabetta - y fuimos personalmente por las clases invitando a todos a que contaran episodios en los que, por lo menos una vez, el estudio hubiera supuesto la fascinación de un descubrimiento: un tema que haya impresionado, una lección interesante». Resultado: una avalancha de fax, e-mail, cartas de todas las escuelas de Bolonia y provincia. «Al principio - cuenta Tullia - ni siquiera nosotros esperábamos mucho. Yo, por ejemplo, quería escribir algo, pero no se me ocurría nada. Y como yo, otros de GS. Después, cuando empezaron a llegar las cartas y fuimos por las clases, algo cambió. Nos pusimos incluso a estudiar seriamente. Porque si no empiezas, no descubres nada». El día del congreso ochocientos estudiantes, con sus mochilas a la espalda, se agolpaban para entrar en el Cinema dell'Antoniano. Había de todo: "discotequeros" de domingo por la tarde, quinceañeros con el look de moda y chavales de los colegios bien. Diez de ellos, de uno en uno, desfilan por el escenario. Cuentas sus descubrimientos, llenando de su argot las citas eruditas.
Rompe el hielo Mariangela: «Supongo que la química no es mi fuerte: saco siempre un cuatro». Pero puede ser que una mañana la profesar hable del químico «como una persona como nosotros, pero que mira todo con sorpresa y, con este método, llega a hacer descubrimientos. lees el artículo sobre las "moléculas" y te das cuenta de que sus preguntas son las mismas que las tuyas». Li mismo con las matemáticas: «Pueden ser interesantes cuando descubres - dice Angelo - que cada cálculo tiene su lógica y que la realidad está ordenada». Y también para Ariosto: «en el Orlando Furioso - explica Debora - los acontecimientos suceden por casualidad y cada personaje vive una espera desilusionada». Como nos ocurre a nosotros, dice, cuando parece que la vida es un entramado de «hechos que suceden sin un porqué». Fácil con la literatura, pero y ¿con la física? La profesora escribe en la pizarra fórmulas incomprensibles y tú estás allí, tirado en la silla, con la mente a miles de kilómetros. «Calculad la distancia de una frenada a una velocidad determinada: imaginad que vais en la moto», dice ella. Se hace la luz: el movimiento rectilíneo, la moto, yo. Resulta que va a acabar siendo agradable también la física.
Aún más: lección sobre la tectónica de placas. Nada interesante. Después, empiezas a imaginar la antigua Pangea, los movimientos de tierra y cómo será cuando California se convierta en una isla. En definitiva, no es el acostumbrado aburrimiento. De igual manera descubres la pasión por los circuitos eléctricos, por Descartes, por Leopardi o Virgilio. Siguiendo a un maestro, acabas recitando en un perfecto inglés todo el Macbeth de Shakespeare, como le sucedió a un grupo de estudiantes del Liceo Malpigui. Pero hace falta un maestro. Alguien que te haga enamorarte de las estrellas o de Leopardi. Tal vez alguien como Marco Bersanelli, astrofísico del CNR, que habló del auditorio de la infinitud del cielo, de la oscuridad que hay detrás de las estrellas, del espacio de las galaxias que nos da las imágenes del principio de todo. Porque la vida - incluido el estudio - adquiere sabor cuando percibes la fascinación de un descubrimiento. Como para un científico. Hace falta curiosidad, dijo Bersanelli, un imprevisto - indispensable en cada descubrimiento -, una razón abierta, dispuesta a contar con la experiencia, y el agradecimiento cuando sucede algo nuevo.
«He entendido - resume Elisabetta - que el método usado para el estudio sirve para toda la vida». No está mal como principio.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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