Una variada muestra de pequeñas y cotidianas revoluciones. Historias de acogida ordinaria en el ámbito de una asociación de familias "abiertas" a todos. También a los ángeles
¿Qué hacer si la chica japonesa que llega de Hirosima por indicación de un sacerdote amigo decide que no quiere quedarse en el alojamiento que le han buscado? Cierto, la casa es pequeña, pero esa joven desorientada, que no sabe italiano y que apenas chapurrea dos palabras en inglés "japonizado", os parece un poco vuestra hija. Tanto es así que decidís cambiar de habitación a vuestra hija de 11 años para albergar al nuevo e inesperado huésped. Que, en vez de algunos días, se quedará tres meses. Sólo un imprevisto nos puede salvar, escribía alguien. Lo pensaba también Giampaolo y Grazi, matrimonio florentino que, desde hace un par de años, sigue el camino de otros amigos de la asociación Familias para la Acogida. «A partir de esa acogida no planificada y aceptada con alguna duda -recuerdan- surgió una experiencia apasionante». En esa casa inadecuada para hospedar a alguien creció la amistad entre una familia italiana estándar -marido, mujer y tres hijos - y una joven arquitecto del imperio del Sol Naciente, Emi. «Su presencia nos reclamaba a todos, padres e hijos, a algo positivo - cuentan -. La atención hacia ella nos obligaba a eliminar cualquier actitud superficial. En última instancia, es como si todos fuéramos más verdaderos». Los frutos llegaron abundantemente. Y gratis. La joven japonesa, que provenía de un ambiente no creyente, empezó a ir a Misa y, al dejar Florencia, entregó a la familia que le había acogido un donativo para AVSI.
Tenacidad nipona
Frutos que permanecen en el tiempo. Una vez en Milán, segunda etapa de su año sabático italiano, huésped de otra "familia para la acogida", la arquitecto empieza a frecuenta un grupo de recién licenciados, confesándole un día a Francesca, que junto con Riccardo le ha abierto su casa: «Yo no era creyente, pero desde que os conozco a vosotros y a los amigos de Florencia, Cristo me interesa». Y frecuenta, todavía con tenacidad nipona, la escuela de comunidad.
Los de Familias para la Acogida están acostumbrados. Muchos de ellos, sin practicar necesariamente la adopción o el acogimiento familiar - actividad en torno a la que nació la asociación - deciden abrir sus casas a las necesidades de otros. Durante pocos días o durante meses, casi siempre improvisamente. Y no siempre se trata de cosas fáciles, no siempre tienen un final feliz y el balance puede parecer deficitario, como recuerda Alda Vanoni, presidenta de la asociación: «Esto no debe escandalizarnos, porque no es el resultado lo que nos hace decir que esta experiencia es buena, sino la certeza de que al decir "sí" a este huésped, en el que se nos presenta Cristo, colaboramos en la construcción de su reino entre nosotros». Es más, a veces podemos encontrarnos rezando o pidiendo a los amigos que recen para soportar el peso y la fatiga de una acogida que parece que supera nuestras fuerzas. Como les sucedió a Nadia y Giovanni, otro matrimonio de Milán con tres hijos ya grandecitos. Hospedan a un amigo que viene desde Toscana para hacerse unas pruebas médicas en un hospital de la ciudad. «Durante algunos días», pensaron al preparar la habitación de los huéspedes. Pero al huésped le encontraron una terrible aplasia medular: sin un trasplante habría vivido pocas semanas. Nadia y Giovanni se miran y ofrecen su ayuda: «Quédate aquí», dicen. No se imaginan lo duro que es hospedar a una persona a la que le han hecho un trasplante: dietas especiales, esterilizar todo, hacer la colada aparte. Nadia y Giovanni "hospitalizan su menaje". «Haciendo un esfuerzo creciente por mi parte» cuenta Nadia, que después de algunos meses y a punto de rendirse y pedirle a su amigo que encuentre otro alojamiento, se sintió confortada por su marido: «Si esto nos ha sucedido a nosotros, es que podemos soportarlo». O azuzada por su anciana madre («Piensa en él que es el que está mal») y "amonestada por sus hijos": «Mamá, basta». Una experiencia que hace decir a Nadia: «He aprendido muchísimo: a rezar más, a pedir más, a mirar la fe sencilla de los que tengo cerca».
No basta "ser buenos"
Nada de exaltación por "ser buenos"; a menudo incluso fatiga y sacrificio. Y gestos que no nacen por casualidad. «Acoged al huésped como si fuera Cristo»; a los de Familias para la Acogida les gusta recordar este pasaje de la regla de san Benito de hace más de 1000 años. En cuya tradición se insertan las palabras cargadas de ternura paternal con las que don Giussani les ha acompañado siempre: «leed el capítulo trece de la Carta a los Hebreos - les dijo en un encuentro de hace algunos años -: "No os olvidéis de la hospitalidad", dice san Pablo. me imagino que os acordáis de este párrafo: esta frase debería ser vuestro lema. "No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles". No es que sean ángeles: ¡son más que ángeles! Son hijos de Dios, parte del misterio de la persona de Cristo».
A estos "extraños" Elvira y Antonio, de Varese, les abren su casa desde hace muchos años. Normalmente son los mismos servicios sociales los que les llaman. Jóvenes con dificultades, personas que salen de la droga: el muestrario de los sufrimientos es amplísimo. Francesca, joven anoréxica, forma parte de este vía crucis de dolor. Esta vez no es un asistente social, sino su hija la que la lleva hasta allí. Sí, porque las familias que viven la experiencia de la acogida normalmente educan a sus hijos en la misma actitud. Y después de algunos meses de convivencia, al volver a su casa, la joven deja una carta de agradecimiento a cada miembro de la familia: «Gracias por no haberme hecho sentir como un huésped», escribe a Elvira. Huésped en la acepción común, actual del término: alguien que por desgracia aparece en tu casa, un estorbo que hay que eliminar rápidamente. «Gracias por habernos reído conmigo y no de mí», apunta al hijo, Fabio, que al volver a casa por la noche la encontraba casi siempre comiendo a escondidas; y que no dramatizaba nunca, es más, bromeaba sobre eso haciendo inesperadamente más llevadero uno de los momentos más trágicos de su jornada.
Cultura contracorriente
De las historias de la asociación, un muestrario de momentos de pequeña y cotidiana revolución social. Porque no es propio de este mundo, de esta época, de nuestra cultura abrirse al extraño, al que es diferente de nosotros. Romper nuestra intimidad, nuestra idea de bienestar, de tranquilidad; tener que vérnoslas con las propias fijaciones o los esquemas que están de moda sobre la comodidad o la tranquilidad significa plantar un gesto de cultura nueva y totalmente contracorriente. ¿Qué impulsa, en efecto, a Silvia y a Franco, joven matrimonio de Turín, a meter en su casa a un joven que necesita ayuda? ¿Qué les lleva a construir con él, día a día, una relación fraternal real, afectiva y educativa? Nos lo desvela el mismo joven, en una carta enviada algunos meses después: «Ahora puedo decir que Dios existe y me ama y no podía responder mejor a mis necesidades que a través de vuestra presencia, que es la suya». «De esta manera del todo inesperada, nosotros, que no podíamos tener hijos - cuenta Silvia - hemos aprendido a vivir con más serenidad la contradicción de la esterilidad, experimentando una fecundidad diferente».
Todos tienen algo que contar: también Clara, de Madrid. En la vida de su familia - marido y cuatro hijas - entró un día Carmen, con una existencia difícil, una enfermedad crónica, un embarazo de riesgo y un hombre que no quiere hacerse cargo de ella. «Cuando nos dijo que estaba embarazada, pensamos que aquello era una "locura" - cuenta -, pero ese dato superaba nuestros cálculos y nuestras medidas: prevalecía el acto libre y creador de Dios».
Después de vivir en esta nueva casa durante un mes, Carmen cambia de rostro: es una mujer que empieza a amar su vida y la de la pequeña Dolores. «¿Por qué lo habéis hecho?», pregunta a los amigos que la han acogido. «Por una promesa de bien para todos que ya habíamos experimentado», responden. Y hoy recuerdan: «Hemos sido conscientes de nuestra común necesidad de ser amados».
El tiempo necesario
La misma conciencia mueve a Carmen y Beppe que, en 40 años de matrimonio, han abierto muchas veces su casa de Cagliari a la necesidad ajena. El último huésped fue Gelud, un rumano que sin saber cómo fue a parar a Cerdeña para curar su leucemia. Durante siete meses siguen sus sufrimientos, sus necesidades, cediéndole su habitación, adaptada artesanalmente como ambiente estéril. Y los hijos con ellos, también los que no participan en la vida del movimiento, todos dispuestos a colmar de atenciones al huésped con pequeños gestos cotidianos. Y aunque la experiencia parece estar marcada por el signo del drama - Gelud muere mientras Carmen y Beppe están en los Ejercicios de la Fraternidad -, dan gracias a Dios y a la asociación por hacerles vivir momentos tan verdaderos.
Lo mismo hace Cristina, de Lugo, que no formaba parte de la asociación y que, cuando le piden que acoja por un par de noches a una joven con dificultades, le dice a su marido Giancarlo: «¡Que sean dos noches! Ya conozco yo a los de Familias para la Acogida». Pero después de conocer a Roberta - 19 años, de los cuales 8 pasados en un centro de acogida - comprende que la acogería «durante todo el tiempo que fuera necesario». Y ese tiempo dura aún.
«La acogida interpela a nuestra libertad - explica Lia Sanicola, una de las responsables históricas de la asociación y docente de la Escuela de Trabajo Social en Pavía - en un mundo que va por otro lado. En una sociedad donde lo humano está cada vez más desfigurado y traicionado, la experiencia de estas familias no sirve menos que la militancia política para cambiar el mundo». «Tal vez más -observa Alda Vanoni - porque un buen político puede hacer buenas leyes, pero éstas no bastan para cambiar la sociedad si no existe un tejido social que las ponga en práctica, que las asuma. Una cultura que se difunda poco a poco».
Una cultura que está compuesta de gestos normalmente ordinarios, a veces extraordinarios, pero que, como recuerda Vanoni, «lo que importa es la conciencia con la que se realizan; es el juicio que se hace. Esto crea unas relaciones nuevas. Algo que salva lo humano». Estamos en el "punto de inflexión" descrito por el historiador McIntyre, que se refería al nacimiento de las comunidades benedictinas después de la desaparición del Imperio Romano, cuando los hombres «dejaron de apuntalar» lo que quedaba del Estado y empezaron a construir formas nuevas.
La acogida es identificación
Don Giussani ha seguido siempre con atención, desde su nacimiento, la experiencia de Familias para la Acogida. A menudo se encontraba con el grupo de responsables con los cuales conversaba sobre el gran tema de la acogida. La asociación ha recogido y publicado estas intervenciones cargadas de una paternidad que conmueve. Como la que pronunció con ocasión del congreso «Acogida, rostro de la gratuidad», que tuvo lugar en Milán, el 8 de junio de 1985. Dice don Giussani: «La acogida es identificación, tú eres yo y yo soy tú: la hospitalidad es grande si la persona comprende y siente que cada relación es una hospitalidad, es la acogida de otro. Pero la palabra hospitalidad expresa de forma muy significativa todo el fenómeno de la acogida... en el capítulo trece de la Carta a los Hebreos, san pablo dice: «Practicad la hospitalidad porque Dios se complace en ello». En la hospitalidad, en sentido estricto, se realiza esta identificación, en la concreción de todos sus factores. No existe objetivamente ningún acto más grande que la hospitalidad: desde una hospitalidad tan radical como la adopción, hasta la hospitalidad de ofrecer una comida o un techo a una persona que pasa por Milán aunque sea sólo una vez. Uno de los hechos más bellos que he visto realizar entre mis amigos es esta trama de familias dispuestas a hospedar a cualquiera»
La asociación
Nacida hace 19 años de un grupo de familias que deseaban compartir una compañía y un juicio sobre la experiencia especifica de acogida que estaban viviendo, Familias para la Acogida se ha convertido, con el paso del tiempo, en punto de referencia y de congregación para otras familias implicadas, de diferentes formas, en gestos de acogida: no sólo con niños adoptados o en régimen de acogida, sino también con personas adultas, con madres solteras con dificultades y jóvenes estudiantes con problemas, y después también ancianos, enfermos o no autosuficientes.
Propone, con periodicidad regular, a partir de un calendario fijado al principio de curso, momentos de escucha y de comunicación, con la ayuda de educadores, jueces de menores, médicos, neuropsiquiatras, psicólogos, maestros, asistentes sociales y sacerdotes.
Los 3.500 socios reciben la Lettera Periodica, una hoja trimestral que propone en su editorial la posición cultural de la que nace esta experiencia.
Asociada al sector no lucrativo de la Compañía de las Obras, Familias para la Acogida ha desarrollado en los últimos años numerosos congresos sobre el tema. En 1997, en Milán, la Asociación realizó el «Proyecto Simeón», para sostener a las familias integradas en la acogida de ancianos, con el apoyo de la Región de Lombardía.
En Italia la Asociación tiene sedes en Lombardia, Liguria, Veneto, Emilia Romagna, Abruzzo, Puglia y Cerdeña, mientras que en Piamonte, Toscana, Friuli, Trentino, Las Marcas, Lazio y Sicilia estña presente con realidades locales que hacen referencia a la sede nacional de la Asociación . Está presente también en España (Madrid), en Suiza (Cantón Ticino) y en Brasil (San Pablo).
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón