«Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños»
Juan Pablo II en peregrinación ante la Virgen que le salvó la vida para la solemne beatificación de los dos pastorcillos de Fátima.
La homilía del Papa.
Estaba en Fátima el 12 y 13 de mayo, adonde peregrinaba el Papa para elevar a los altares a Jacinta y Francisco Marto, con ocasión del aniversario de la primera aparición de la Virgen a los pastorcillos.
Cámaras y periodistas del mundo entero retransmitían un evento difícilmente comprensible pero tan extrañamente atrayente como para dejar huella en todos, desde el Presidente Jorge Sampaio y el Primer Ministro, hasta los dos mil niños portugueses que acudieron vestidos de blanco. No es preciso ser creyente para advertir un hecho extraordinario.
¿Y por qué yo? No era una pregunta obvia, ni mucho menos. Me vi obligada a reconocer que "una mano maternal", una preferencia gratuita, me había llevado a presenciar esta hora de la Iglesia. Todo lo que he visto me ha conducido al interior de «esa forma de enseñanza a la que hemos sido confiados».
Un resto
Más de treinta mil personas han recorrido a pie el camino que les separaba del Santuario viniendo de todas partes del país, sin medios ni infraestructuras excepto la confianza. Entre ellos, doscientos estudiantes y trabajadores de CL "da Nossa Senhora".
La pequeña ciudad estaba colapsada desde el jueves y nadie podría explicar tanta afluencia, tanto celo y fuerza, con tan pocos medios. Mi mirada "extranjera" ha ido cambiando profundamente desde 1991 cuando participé en la segunda peregrinación de Juan Pablo II, gracias a muchos y queridos compañeros de camino portugueses. La pertenencia al carisma me ha abierto al conocimiento de este pueblo que constituye, sin duda, "un resto de Israel". Un resto que aguarda la manifestación del Señor de la historia.
En Portugal
En una revista de fin de semana dedicada al Jubileo, se leía un título: A «banalidade» do bem. Lo que pasaba ante mí era todo - sufrido, atrevido, contradictorio, antimoderno -, menos banal. En la raíz del pueblo portugués está la evidencia de haber sido escogidos a comienzos del siglo para ser inicio del mundo que encuentra en la oración su tarea y el remedio para el mal. Por ello, el murmullo del rosario no se interrumpe en la explanada de Fátima.
A las 19.45 h, del viernes, el Santo Padre entraba en la plaza subido al papa-móvil después de haber recibido desde el helicóptero el saludo de los suyos. La emoción de la multitud no franqueó en ningún momento la seriedad que los rostros lusitanos conservan en sus facciones mezclada con la alegría. Cuando el Papa se arrodilló en la capelinha para agradecer a la Virgen que le salvara la vida en el atentado del 13 de mayo de 1981, se hizo un silencio repentino y tan profundo que hasta los fotógrafos y el comentarista de la televisión portuguesa enmudeció durante unos largos minutos.
El primer gesto
La sinceridad de esa súplica nos llevó a todos hacia la misma Presencia, arrastrando dureza, distracción, falta de fe o de atrevimiento. El Papa y muchos con él confiarían todos sus deseos a la mujer que es la "puerta del cielo". Recordaría los innumerables mártires de este siglo, quizás el hecho más evidente, continuo y constante de la Historia dela Iglesia del siglo XX, que con su sangre testimoniaron a Cristo. Pensaría también en su historia y en su misión. Como dijo al día siguiente dirigiéndose a los enfermos: «Hay muchas estaciones en la vida; si tú sintieras llegar el invierno, quiero que sepas que esta no es la última estación, porque la última será la primavera: la primavera de la Resurrección». Y en toda estación el Padre nos tiene preparada una tarea en la que cada uno, aunque no seamos nada, somos insustituibles.
El anillo
Después de la oración en la que exhortó a no tener miedo «de escalar la montaña de la santidad», el Papa entregó a la Virgen, colocándolo junto a su imagen, el anillo que recibió del Cardenal Wyszynski en el día de su nombramiento en Roma. Un acto de amor propio de un vínculo recíproco e indisoluble, y de una tarea que por su naturaleza no puede acabarse. De la mano de Jacinta y Francisco, en vísperas de sus 80 años, el Papa encarna esa promesa de fecundidad gloriosa que todo sufrimiento humano recibe cuando se vive en unión con Cristo y para el bien de los hombres.
Tras apartarse de la vista de los peregrinos, el Papa se retiró a la Casa de la Virgen del Carmen, al lado de un mar de velas que empezaban a encenderse en la explanada. La vigilia continúa toda la noche con la misa y la procesión llamada "del silencio". El frío es tremendo pero no desalienta a quien tiene necesidad de esperar y pedir. Mañana serán beatificados dos hermanos, los primeros niños preadolescentes de la historia de la Iglesia elevados a los altares porque vivieron las virtudes cristianas en grado heroico.
13 de mayo
A las seis de la mañana se sigue rezando. La misa oficiada por Juan Pablo II empieza a las 9.30h. en punto, y al rato el Papa proclama la beatificación: «Con nuestra autoridad apostólica concedemos de hoy en adelante, a los venerables siervos de Dios, Francisco Marto y Jacinta Marto, que sean llamados beatos y su fiesta anual se celebre en el día 20 de febrero La fiesta toca su culmen. Ante los terrores de las ideologías, de las persecuciones y de las guerras, Dios volvió a elegir al comienzo de este siglo a unos niños para vencer en la historia. Y lo ha demostrado.
Las palabras de las Memorias de sor Lucía, se esclarecen a la luz de nuestro carisma que ha crecido en este mismo siglo. La sencillez, el mantener la actitud original con la que Dios nos crea a lo largo del drama de la vida, como la actitud moral que hace del "sí" de Pedro, la niñez madura; el hombre que es nada, pero cuya libertad puede reconocer a Quien lo es todo; el ofrecimiento y el sacrificio, como la participación de cada uno en la presencia salvadora de Cristo. Y, por encima de todo, la oración: «La respuesta a esta elección consiste por entero en la petición de la que seamos capaces. Nuestra respuesta es una petición, y no tener una capacidad particular; es solamente el gesto de la ocasión».
Tres inseparables
«En el abandono a la Virgen se afirma grandiosamente la seguridad de nuestra vida, de modo que, al mirarnos unos a otros en nuestra compañía cristiana, vemos que realmente es el primer reflejo de la salvación, de una condición humana nueva », como la amistad que vivieron los tres pastorcillos.
Cuando Juan Pablo II, con espontaneidad, agradece en voz alta a Jacinta el haber ofrecido tantos sufrimientos por el Santo Padre, se comprende bien la comunión de los santos. No me cabe duda: gracias a esos niños alcanzo a ver el valor del sacrificio , como don Giussani lo vive y, por tanto, lo enseña.
Presentes al lado del altar están la hermana Lucía y María Emilía Santos, la mujer portuguesa que tras veintidós años de inmovilidad, recibió el milagro de la curación el día 20 de febrero de 1989 por intercesión de Jacinta y Francisco.
El Adíos
Después de la bendición, de los enfermos y de los niños, y la adoración de la Eucaristía, el Cardenal Sodano lee el mensaje acerca de la tercera parte del secreto de Fátima. El revuelo de la prensa eclipsará aparentemente el resplandor de la paternidad y maternidad singular de Dios para con el hombre. La única que no se agita en la plataforma de los periodistas soy yo, porque un Misterio incomprensible se acaba de manifestar, y también porque por la noche me he leído de un tirón el libro de Aura sobre O segredo que conduz o Papa.
Queda la procesión del Adiós que acompaña a la estatua de la Virgen a su lugar en la capilla. Mientras la plaza conmovida a más no poder se despide de la Virgen y del Santo Padre agitando los pañuelos blancos y cantando, veo cómo se acerca el puntito que vi en el horizonte a los 14 años, y el barco se aproxima con cada vez mayor dignidad de lo humano.
Portugal, 13 de mayo de 2000
Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Fátima
La homilía de la beatificación
1. «Te doy gracias, Padre, (...) porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Con estas palabras, queridos hermanos y hermanas, Jesús alaba al Padre celeste por sus designios; Él sabe que nadie puede venir a Él si no lo atrae el Padre (cf. Jn 6,44), por eso alaba su designio y se adhiere filialmente: «Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Mt 11,26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.
Según el designio divino, «una Mujer vestida de sol» (Ap 12,1), vino desde el Cielo a la tierra, al encuentro de los pequeños privilegiados del Padre. Esta mujer les habla con la voz y el corazón de una madre: les invita a ofrecerse como víctimas de reparación, ofreciéndose a conducirles con seguridad hasta Dios. Los niños ven salir de sus manos maternales una luz que penetra hasta lo más íntimo de su ser, de forma que se sienten inmersos en Dios como cuando una persona - así lo explican ellos mismos - se mira en el espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, observaba: «Nosotros ardíamos en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que no lo podremos decir nunca». Dios: una luz que arde, pero no quema. Es la misma percepción que tuvo Moisés cuando vio a Dios en la zarza ardiente; en aquella ocasión Dios le habló expresándole su preocupación por la esclavitud de su pueblo y su decisión de liberarlo por medio de él: «Yo estaré contigo» (cf. Ex 3,2-12).
Todos los que acogen esta presencia se convierten en morada y, por tanto, en «zarza ardiente» del Altísimo.
2. Lo que más le sorprendía al beato Francisco y le llenaba era Dios, en esa luz inmensa que les había alcanzado a los tres en su intimidad. Sin embargo, sólo a él Dios le dejó ver que estaba «muy triste», como él decía. Una noche, su padre le oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo respondió: «Pensaba en Jesús, está tan triste por los pecados que se cometen contra Él». Un único deseo - que expresa muy bien la forma de pensar de los niños - mueve a Francisco y es el de «consolar y alegrar a Jesús».
En su vida se opera una transformación que se podría calificar de radical; una transformación seguramente poco común en un niño de su edad. Se compromete en una intensa vida espiritual, con una oración tan asidua y ferviente que le hace alcanzar una verdadera unión mística con el Señor. Precisamente esto le empuja a una creciente purificación del espíritu, mediante muchas renuncias a lo que le gusta, incluso a inocentes juegos de niños.
Francisco soportó sin lamentarse el gran sufrimiento causado por la enfermedad que le traería la muerte después. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con la sonrisa en los labios. En el pequeño, era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, ofreciendo para esto su esfuerzo por ser bueno: los sacrificios y la oración. También Jacinta, su hermana, casi dos años más pequeña que él, vivía animada por los mismos sentimientos.
3. «Entonces apareció otra señal en el cielo: un enorme dragón» (Ap 12,3).
Estas palabras que hemos escuchado en la primera lectura de la Misa nos llevan a pensar en la gran lucha entre el bien y el mal, y a constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.
¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.
El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del "dragón", que, con su "cola", arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29).
Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".
4.La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores". Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.
Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.
5. "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños". La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.
Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil.
Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.
6.Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y... los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.
Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la "escuela" de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que "se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos" (san Luis María Grignion de Montfort, Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: "Fue Nuestra Señora", le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.
7.«Te doy gracias, Padre, (...) porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños».
Te doy gracias, Padre, por todos tus pequeños, empezando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcillos Francisco y Jacinta.
Que el mensaje de su vida se mantenga siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.
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