ISRAEL
Hecho hombre
La visita del Papa ha sido algo extraordinario que no me podía imaginar. No tenía gran entusiasmo, y de no ser porque se quería a toda costa que hubiese una pancarta de “Comunión y Liberación” en Korazim, a lo mejor ni hubiese ido al encuentro y me habría quedado en casa. En cambio, por suerte, fui. Estábamos cansados y preocupados por que la pancarta se viese, pero cuando el Papa empezó a hablar me arrancó de mí mismo... y me pegué a él. Me parecía escuchar la misma pasión y sentir el atractivo que tantas veces en nuestra historia hemos podido gustar. Éramos un pueblo entero, unos cien mil, cansados, distraídos; pocos entendían inglés, pero muchos «le escuchaban hablar». Y nos volvimos a casa con ciertas palabras resonando en nuestros oídos: «Habéis venido a escuchar a Cristo que os habla, como hicieron muchos hace dos mil años. A lo largo de los siglos, multitud de hombres se han reunido a su alrededor para escuchar sus palabras fascinantes y conmovedoras. Ese hombre, que atraía porque anunciaba las Bienaventuranzas y las vivía, ese hombre no os dice: “Haced lo que os digo”, sino: “Venid conmigo y seguidme; Yo transformaré vuestra debilidad en fuerza”». Y, luego, lo más impresionante: este Papa tan débil y anciano, abraza los pies del Cristo tallado en madera y puesto en el estrado, con la ternura, el respeto y la devoción que un hombre sólo podría tener hacia una mujer si la amase de verdad, misteriosa y gratuitamente. No solamente se nos ha concedido volver a escuchar a Cristo, con su belleza y fascinación, como don Gius nos ha comunicado para siempre, sino que hemos podido ver cómo se puede amar a Cristo con un amor realmente humano. Jesús es un hombre al que se puede querer tanto como para darle la vida entera, sin miedo al sacrificio y a la fatiga con tal de poderle abrazar. Muchos de los judíos que han podido ver al Papa lo han percibido. Mi admiración es tan grande que no me pesa el tiempo que he perdido y sólo queda ante mi mirada este Hombre y el deseo de que permanezca, de que venga, de que exista. Y con ello, el deseo de que don Gius siga en medio de nosotros. Lo pido aquí, delante de la casa de María y José.
Ettore, Nazaret
AUSTRALIA
Ir al colegio... en Perth
En diciembre de 1999, en nuestro colegio parroquial Santo Tomás se celebró una misa para clausurar el año escolar. Como de costumbre, un padre del último curso (séptimo) habló en nombre de todos los padres de los alumnos para dar las gracias a la directora y a los profesores y para contar su experiencia del año que sus hijos han pasado en el colegio. El año pasado le tocó a Catherine, que ha participado desde el principio en nuestra pequeña escuela de comunidad. He aquí un resumen de lo que dijo.
«La decisión de mandar a nuestros hijos a este colegio no se inspiró en la lectura de folletos publicitarios ni en la excelencia de sus estructuras. Elegimos este colegio porque nos lo recomendó un amigo, John, que tenía ya a sus hijos aquí. Y en estos siete años me ha impresionado el peso que tiene la experiencia de las familias que llevan a sus hijos al colegio en la decisión de las nuevas familias a la hora de elegirlo. El Santo Tomás no figuraba en la lista de colegios recomendados de la zona que les proporcionaban las agencias inmobiliarias, pero tras el encuentro casual con una familia del colegio, matriculaban a sus hijos. He hablado con varias familias estos días y todas me han confirmado el valor de la amistad que nuestros hijos han vivido en el Santo Tomás. Algunas madres me han pedido que le agradezca a la directora el modo directo y auténtico en que ha expuesto cuestiones de justicia social a los niños. Ahora, que junto a mi familia vamos a mudarnos a otra ciudad, entiendo que es justo que el colegio lleve el nombre del apóstol que no quiso creer hasta haber metido el dedo en la llaga de Jesús.
¡No porque el colegio sea inseguro o tibio en su fe y compromiso! Sino porque Santo Tomás quería experimentar en la carne la realidad humana y vital de la fe. Ante esta realidad, Tomás quedó derrotado y ya no volvió a dudar nunca más. Lo que había oído y había comenzado a creer se había confirmado en su experiencia. También nuestros hijos, en estos años, han podido comprobar cómo la fe cristiana y católica es una realidad que se vive, una experiencia humana. Estoy convencida de que a lo largo de su camino recordarán las experiencias que aquí han vivido y, como Santo Tomás, ya no volverán a dudar».
John
Madres y padres
Querido don Giussani: Hoy le escribo porque quiero compartir la experiencia que llevo en el corazón. Después de la muerte de mi padre, mi madre compartió con mi familia catorce años de su vida, y en estos últimos ocho meses fue enfermando hasta quedarse como un niño que dependía en todo de nuestros cuidados. Al principio fue terrible, porque caí en una total desesperación. No poder entender qué tenía que ver eso conmigo sólo me provocaba desesperación, aunque tenía la certeza de la fe: «Señor, no entiendo, pero aquí estoy». Empecé a leer el Libro de las Horas junto a mi mamá y poco a poco se volvió una exigencia para mí y para ella, especialmente el rezo de Completas. Comencé a entender que el hombre es verdaderamente mendigo del corazón de Cristo y a hacer de mi vida una constante petición. Fue maravilloso, aun dentro del dolor, empezar a encontrar respuestas a todas mis preguntas. Quiero contarle las más importantes. La enfermedad de mi madre me permitió darle un cariño y una ternura que en cuarenta años no le había dado con tanta intensidad. En estos últimos meses Dios me ha permitido amarla mucho, y me ha dado la oportunidad de ver la grandeza de mi marido, que durante 25 días la estuvo llevando a radiaciones ,y subía y bajaba los tres pisos todos los días, empujando aquella silla de ruedas sin queja alguna. Además, quiero decirle que he visto la gran misericordia del Misterio, ya que mi madre tuvo una muerte santa, no sufrió y murió con una gran paz. Cuando se empezó a poner muy mala, yo estaba en la escuela de comunidad con mis amigos, y todos pidieron por ella. Al poco tiempo de avisarles de que se había muerto llegaron a mi casa y juntos rezamos el Rosario. Me hicieron sentirme amada, acompañada, y la certeza de pertenecer a Cristo se hizo presencia. Ahora, a tres semanas de su muerte, tengo una paz tan grande que reconozco que es un don. Muchos amigos me ayudaron a vivir intensamente esos ocho meses escuchándome siempre, abrazándome y hablándome. Cuando una vez me sentí agobiada por tantos días de hospital, me dijo un amigo: «Cuando vayas piensa que ese lugar es la Iglesia y tu mamá, la Eucaristía» y en verdad todo fue diferente. Por último, don Giussani, quiero darle las gracias por todo lo que he aprendido de usted, porque de otro modo no podría mirarlo todo como lo miro ahora. Gracias por todo lo que nos da y por esos Memores Domine que siguen sus huellas y nos ayudan tanto. Que Dios le bendiga.
Paty, Oaxaca
La ruptura con el pasado
Pensando en todo lo que no entendía de mi pasado mientras estaba sucediendo, ahora sé que ha sido necesario para que mi presente sea diferente. Un día de abril de 1999 eran las tres de la tarde y aún seguía en la cama, porque no tenía nada que me impulsara a levantarme. Cuando al fin conseguí tener fuerzas para hacerlo, lo único que hice fue marcharme sola al campo a llorar, intentando huir de todo y de todos. Un mes después conocí a algunos amigos y mi vida comenzó a cambiar. Hace poco empecé a trabajar, y hoy descubro con gozo que vivo el trabajo como ofrecimiento, con el deseo de que sea para gloria de Dios. Apenas conozco a mis compañeras, pero el otro día una me pidió que le hablara de mí. Le hablé de la desesperación de mi vida pasada y de la felicidad que vivo hoy gracias a una presencia humana que ha entrado en mi vida. Después de charlar con ella, me dijo: «Oyéndote hablar, la vida se valora de un modo diferente». Me di cuenta de que mi presente es, como dice Giussani, «Ese momento misterioso en que la riqueza del pasado se concibe de nuevo, se repiensa». La experiencia cristiana que ha cambiado mi vida está consiguiendo que pueda abrazar poco a poco la totalidad de mi pasado.
Marival, Alcalá de Henares
El Padre nuestro
Hace dos años y medio, tuvimos un accidente de coche. Nuestras dos hijas tenían una dos años y la otra tan sólo una semana. No nos pasó nada de milagro, y desde entonces mi esposa me repitió que si el Señor nos había preservado de este siniestro era porque tenía un designio sobre nuestra vida. Con mi pobre inteligencia muchas veces pensé que esas cosas grandes a las que Sandra aludía podían ser las obras en las que participamos o algún éxito personal. Sin embargo, cuando nuestra tercera hija nació de forma prematura y apenas vivió unos pocos días me vi obligado a pedir poder hacer Su voluntad. Miles de veces había rezado el Padre nuestro, pero sólo ahora comprendo que esta es la obra grande que Dios nos tiene preparada a todos.
José Luis, Argentina
Como Juan y Andrés
Una amiga de Novosibirsk nos envía este testimonio.
Trabajo aquí en un instituto de investigación y doy clase en la Facultad de Pedagogía. Cuando digo que en mi vida he encontrado a Cristo, lo digo en sentido literal, como lo fue para Juan y Andrés. Hace siete años conocí a una persona en Novosibirsk: mi profesor de italiano. Era una persona corriente y, sin embargo, era la primera que se tomaba en serio mis preguntas. Gracias a ella, con el tiempo comprendí que lo que había encontrado a través de él era a Cristo. Cuando pienso en que hace dos mil años Dios entró en la vida de los hombres, pienso que a mí me ha pasado lo mismo. Al conocer a algunas personas de Comunión y Liberación, me encontré con algo bello, que despertó en mí el deseo de ser como ellos. Tenía la necesidad de contárselo a todos mis amigos porque me hacía feliz. Un sacerdote o una monja - pensaba yo - pueden hablar de Cristo a todo el mundo, pero para mí, que estoy todo el día en la escuela y en la universidad, ¿cómo es posible esto? Hace poco me pasó una cosa en el trabajo. Celebrábamos el cumpleaños de una estudiante, y el jefe de laboratorio dijo: «Cuando era joven buscaba un sentido para mi vida. Ahora tengo 40 años, estoy casado, soy profesor universitario y parece que tengo todo lo que un hombre puede soñar. Sin embargo, sigo como hace veinte años. Con una diferencia: que entonces tenía un anhelo, una tensión, un deseo, y ahora sólo tengo un vacío. Todo lo que he alcanzado no tiene valor. Os deseo que sigáis buscando una respuesta a la vida animados por un anhelo ideal». Luego se dio la vuelta, me miró y me dijo: «La respuesta para mi vida es Dios, ¿verdad Tania?». «Sí, así es», le contesté, y no salía de mi asombro, porque en cuatro años de trabajo nunca le había hablado de Dios ni de religión. Nuestra alumna preguntó: «Pero si yo no conozco a Dios ¿qué hago?». Y él: «Si no tienes un dios, tienes que inventártelo; hasta que no encuentres al Dios verdadero, tienes que inventarte uno, porque nadie puede vivir sin él». En este punto salté: «¡Pero Dios existe! No hace falta inventárselo». Y caí en la cuenta de qué responsabilidad tenemos todos los que hemos conocido a Cristo. He entendido que para dar testimonio de Él no hacen falta, necesariamente, las palabras. Basta simplemente estar donde se nos llama y hacer lo que Jesús nos pide cada día. Sin embargo, hace falta pedir en toda ocasión: «¡Señor, muéstrame tu rostro!». Cuando salgo de casa por la mañana para ir al trabajo, digo: «Jesús, yo no sé qué pasará hoy, ni si haré bien lo que tengo que hacer, pero te lo ofrezco para que todo el mundo pueda conocerte». Y Jesús acepta mi ofrenda, la acoge y a menudo, sin que me dé cuenta, Él mismo se comunica a otros a través de mi vida.
Tania, Novosibirsk
Trabajar en la ONU
Querido don Gius: Soy un estudiante de Ciencias Políticas de la universidad de Florencia. De septiembre a diciembre trabajé en la Misión de la Santa Sede en las Naciones Unidas. Contrariamente a lo que piensa todo el mundo, la diplomacia vaticana no es simplemente un modo distinto de llevar los asuntos internacionales, sino una forma especial de testimoniar a Jesucristo. El Nuncio, Mons. Martino, me contó que volviendo de la ONU con el Papa, el Santo Padre exclamó: «¡¿Has visto?! Les he dicho a todos que nuestro trabajo es por Cristo». Resulta evidente que la delegación vaticana está en la ONU para servir a esta Presencia y de ninguna manera para ejercer un poder. Los discursos de las demás delegaciones, especialmente acerca de los principios morales, rezuman el violento arbitrio del hombre que se cree bueno y puro y se erige en juez supremo. Los discursos del Nuncio Apostólico se dirigen al hombre y no a la humanidad, parten del hombre de carne y hueso para defender su dignidad, conforme a lo que el Papa dijo una vez a propósito de la diplomacia vaticana: «Tratemos de no perder de vista lo que está verdaderamente en juego: el hombre y la plenitud de su vocación». He experimentado en primera persona esta mirada de misericordia, porque no me han juzgado por mis límites o incapacidad, por lo que sabía hacer o no, sino por la dignidad que tiene mi persona. La relación con los amigos, el trabajo de escuela de comunidad, la amistad con Mons. Albacete, rezar los Laudes o participar en los gestos del movimiento, me han puesto de manifiesto el destino bueno para el que estoy hecho.
Giovanni, Nueva York
Grano de fe
Querido don Gius: El 29 de febrero murió con nueve meses nuestro hijo, Simone. El dolor es indecible, un dolor físico que no se aplaca. Sin embargo, ni yo ni mi marido ni las niñas estamos desesperados. Estos nueve meses que Dios nos ha regalado con Simone han sido bonitos. Incluso los últimos veinte días en el hospital, con el miedo, el dolor y la fatiga, con el presentimiento de lo que iba a suceder, han sido el signo de que Dios nos muestra a través de todo su rostro cambiándonos el corazón. En cuanto supimos de la enfermedad de Simone empezamos a pedir el milagro de su curación. Sin embargo, el Señor ha realizado otro milagro: nos ha mostrado la fuerza y la dulzura de nuestra compañía, en primer lugar a través de Simone, siempre dispuesto a sonreír incluso después de las crisis más agudas; y luego, a través de los que nos han acompañado, turnándose en el hospital y permitiéndonos descansar o estar con nuestra hijas. A toda la sección de Pediatría, médicos, enfermeros y el resto del personal, les ha llamado la atención cómo hemos vivido juntos el sufrimiento de Simone. Nos dijeron que éramos padres excepcionales, pero no es así. Tengo la certeza de que la fuerza y la paz no venían de nosotros. A menudo me he preguntado: «¿Por qué? ¿Por qué Simone? ¿Por qué nuestro hijo?». No encuentro respuesta, pero tengo la certeza de que Cristo quiere para mí un bien que ni siquiera puedo imaginar. Tengo un ángel en el cielo. Querido don Gius, te quiero dar las gracias porque sólo en virtud de esa semilla de fe que tu has plantado y mantenido viva en mí, ahora puedo pedir un significado para mi vida, y no me siento derrotada ni traicionada; más bien deseo ser feliz.
Elena, Cesena
Unidad, ley del conocimiento
El martes 4 de abril se desarrolló en Milán la Asamblea de Responsables de CL. El tema que se propuso fue: «Sentido religioso y fe: implicaciones educativas del ímpetu original del movimiento». Don Giussani concluyó el diálogo con algunas observaciones que proponemos a todos porque son útiles para el camino de cada uno.
Ante todo, siento el deber de destacar la observación para mí más importante de vuestras intervenciones de hoy: Dios es el contenido de un encuentro. Dios como contenido de una relación, sólo es posible cuando la palabra «Dios» indica un mar inmenso, un mar que se puede ver y tocar; cuando Dios se hace Jesús.
Es esta una reflexión que debemos hacer personalmente, con los amigos y todos juntos: ¡es la memoria de Jesús que todavía falta en nuestras relaciones! Es decir, falta algo de la modalidad con la que el Misterio ha intervenido en la historia del hombre.
Jesús es la única realidad en la que el Misterio se torna afable, se torna compañía, se torna fuerza para el hombre.
En segundo lugar, una vez afirmado esto, ¡cuán cierto es que hay una categoría que no se puede hallar en ninguna otra posición! La unidad.
La palabra «unidad» indica una vibración que se acrecienta y se define cada vez con mayor claridad con el paso del tiempo. Sólo Jesús puede introducirnos en la unidad, entendida como medida y criba de lo que hacemos.
El discurso que profundiza nuestro conocimiento y hace posible el desarrollo del juicio - y, por tanto, de un conocimiento que determine de un modo más maduro el entendimiento y la forma de las obras - debe tener presente que la unidad constituye la categoría fundamental para aferrar y poder definir la realidad con la que nuestra inteligencia entra en relación.
Pero queda una última observación: la unidad solamente es posible si Dios se ha hecho hombre. En Él todo converge para expresar la pasión por llevar todo hacia la unidad.
Rezad a Jesús, y pedid y buscad la unidad en todo. ¡En todo!
don Giussani
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón