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Huellas N.2, Febrero 2000

JUBILEO

Los hijos del truenos

El discípulo predilecto que fue el primero en ir a casa de Jesús y ver dónde habitaba. El testigo ocular que, ya anciano, recuerda y escribe su Evangelio con una precisión inigualable

Juan era un tipo impulsivo, pero también muy preciso. Al escribir su Evangelio con casi 90 años relata aquel momento que había marcado su vida asta en los más mínimos detalles. Lo primero el lugar: Betania, en el Jordán. Los estudiosos durante un tiempo pensaron que era un error. Juan el Bautista, de hecho, bautizaba normalmente en el Jordán cerca del Mar Muerto, en la zona más cercana a Jerusalén. Betania, además, era el nombre de un pueblo situado en las cercanías de la capital. ¿Un error de Juan? No. Betania existía. Estaba situada más al norte, al otro lado del río, en una ensenada donde la corriente, en ciertas estaciones del año, era menos peligrosa. Su nombre significa "casa de la nave", precisamente porque era fácil atravesar el río por esa zona. Los arqueólogos han encontrado allí restos de antiguas instalaciones. Es muy preciso sobre la hora del encuentro: las cuatro de la tarde. Juan en aquel tiempo tenía unos 20 años; era hijo de un acomodado armador, Zebedeo, y de María Salomé y era seguidor del Bautista, como Andrés, el hermano de Pedro. Igual que Andrés provenía de Galilea y su nombre, Jokhanan en hebreo, significa "Dios concede su gracia".
Estos son, por tanto, los hechos. Jesús en un primer momento no fue reconocido por Juan cuando fue a bautizarse. Después se retiró al desierto, a pocos kilómetros de allí, a un lugar que la tradición identifica con una colina que se eleva 500 metros sobre el valle de Jericó. Precisamente cuando la cuarentena del Señor estaba acabando se presentaron ante Juan los miembros de una comisión de sacerdotes y levitas, venidos a propósito desde Jerusalén para interrogarle: querían saber quién era y qué pensaba del Mesías. La comisión se marchó completamente insatisfecha. Al día siguiente Jesús volvió del desierto. Esta vez el Bautista le reconoció inmediatamente y le señaló: "Este es el Cordero de Dios... " (Jn 1,29). Ciertamente, también el Bautista había hablado a sus discípulos de Él. Así, al día siguiente, cuando Jesús vuelve, el Bautista le espera con dos de ellos, Juan y Andrés. Los cuales, impresionados por la insistencia de su maestro y por las palabras de aquel hombre, deciden seguirle. "Maestro, ¿dónde vives?" "Venid y lo veréis", responde Jesús. Una invitación concreta, real, dado que a la mañana siguiente - es siempre Juan el que lo cuenta - Jesús vuelve a Galilea. Mientras tanto se había añadido un tercero, Pedro, invitado por su hermano.

Testigo ocular
Juan dice de sí mismo que es el testigo ocular de los hechos. Lo dice en el evangelio (Jn 19,35; 21,24); lo dice al principio del Apocalipsis ("Esto es todo lo que vio... "), y lo dice en sus cartas ("La vida se manifestó y nosotros la hemos visto").
Como testigo, Juan es de una precisión inigualable. Enumera al menos una decena de lugares que los sinópticos omiten y que los descubrimientos arqueológicos históricos han confirmado como exactos. De 100 situaciones de su evangelio, unas 92 son omitidas por los sinópticos y gracias a él podemos reconstruir un arco cronológico realista de la predicación de Jesús que, como él documenta, abarcó tres Pascuas diferentes y por tanto se extendió durante dos años y algunos meses. Por él sabemos que Jesús viajó por lo menos cuatro veces a Jerusalén. Hay un ejemplo emblemático de la fidelidad de Juan a los hechos vistos y vividos. Es el milagro con el que Jesús cura al paralítico en la piscina de Betsaida (Jn 5,1-9). Juan nos dice que estaba cerca de la puerta de las ovejas y que tenía cinco pórticos. Durante siglos los exegetas pensaban que lo de los cinco pórticos era una indicación simbólica, pareciéndoles demasiado extraña la idea de una piscina pentagonal. Sin embargo, las excavaciones han premiado la rigurosidad de Juan. La piscina estaba rodeada por un pórtico de 150 metros de largo y 60 de ancho; pero un quinto pórtico la atravesaba por el medio dividiéndola en dos. Es fundamental también la modalidad de transmisión de su Evangelio: lo escribió "in corpore adhuc constituto" (todavía físicamente vigoroso). Es testigo Policarpo, a quien había nombrado jefe de la Iglesia de Esmirna. Policarpo murió en el año 155, pero había pasado el testigo a Ireneo de Lyon, que desde que era un muchacho le había escuchado precisamente en Esmirna. Esta extraordinaria cadena de testigos directos es confirmada irrefutablemente por el mismo Ireneo en torno al año 180 en su Adversus haereses y en su carta al gnóstico Filón: "Te podría todavía hoy ubicar el lugar en el cual Policarpo se sentaba mientras hablaba al pueblo, lo que contaba de su familiaridad con Juan y con las otras personas que habían visto al Señor".

En Cafarnaúm
Pero volvamos a aquel viaje de vuelta hacia Galilea. Al día siguiente Juan es testigo de los hechos extraordinarios de Cafarnaúm; una posición privilegiada que se renueva con ocasión de la resurrección de la hija de Jairo (en la que está presente con Pedro y Santiago), de la Transfiguración, de la oración en Getsemaní: hechos relatados por los sinópticos porque, como ha puesto de manifiesto Giuseppe Ricciotti en su Vida de Jesucristo, el evangelio de Juan pretende ser un complemento de los otros. Para él, los hechos narrados son noticias asimiladas y por tanto es inútil repetirlas.
Juan vuelve a hablar de sí mismo, en cambio, en otro momento decisivo de su vida: la última cena. Él era el apóstol que Jesús amaba, y mientras "recumbens erat sinu Jesu" (estaba recostado sobre el pecho de Jesús) recibió la revelación sobre el traidor. Juan es "ho Epistethios", el que reclinó la cabeza sobre el pecho de Jesús. No el mejor, como dice san Agustín, sino el predilecto. Y san Jerónimo ve en la virginidad de Juan la razón de esta preferencia respecto a Pedro. Juan es el único apóstol que asiste a la crucifixión y desde lo alto de la Cruz Jesús le confía a su madre: "Desde ese momento el discípulo la recibió en su casa".
Juan es joven y llega antes que Pedro al sepulcro después de la noticia de la Resurrección. Pero después deja respetuosamente que sea Pedro el que entre primero. Después será él el primero en reconocer al Señor ya resucitado a la orilla del lago. Juan aparece luego muchas veces al lado de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, con ocasión de la curación de un cojo, ante el tribunal judío, en misión en Samaria; mientras que Pablo, en la carta a los Gálatas, habla de que estuvo presente en el concilio de Jerusalén con Santiago (el menor), con él y con Pedro (Gal 2,9).

El cáliz de la pasión
¿Y después? Hay que leer el pasaje de Mateo (20,22) en el que Jesús profetiza a los dos hermanos, Santiago y Juan, que también ellos beberán con él el cáliz de la pasión. De Santiago sabemos que fue decapitado en Jerusalén en el año 44, fue el primer mártir de los apóstoles. Pero de Juan todas las fuentes están de acuerdo en decir que murió viejo y de muerte natural en Éfeso (san Ireneo). Y, sin embargo, también Juan sufrió probablemente el martirio, saliendo milagrosamente vivo de la prueba. Da testimonio de ello san Ambrosio en su Himno escrito a finales del siglo IV en honor del discípulo predilecto: "Atado después por los malvados/ se cuenta que en aceite hirviendo / lavó el polvo del mundo /y se alzó victorioso sobre el enemigo". El hecho, según una tradición muy antigua, debió suceder en Roma. Allí, en la vía Latina, hay todavía un pequeño templo dedicado a San Juan in Oleo y a pocos metros el Papa Gelasio I hizo construir, en el siglo V, la bellísima basílica de San Juan de Porta Latina. Al salir ileso de la prueba, Juan debió ser enviado al exilio a Patmos, como él mismo cuenta al principio del Apocalipsis. Estamos cerca del año 95. En esta isla, Juan escribe, precisamente, el Apocalipsis. Después, en el año 96, muere Domiciano, el emperador que había ordenado las persecuciones y por tanto, probablemente, el exilio de Juan fue revocado. El apóstol pudo volver a Éfeso y allí escribir el Evangelio. Escribe Ireneo: "Juan, el discípulo del Señor, el que reposó en su pecho, publicó también el Evangelio mientras vivía en Éfeso, en Asia". Murió en Éfeso y allí fue enterrado. Su Evangelio tuvo una rápida difusión si es cierto que un fragmento con ocho versículos, encontrado en Egipto en 1935, el llamado papiro Egerton, se remonta al año 130. En pocos años el evangelio en el que el verbo que aparece con mayor frecuencia es "ver" (después "amar" y "creer"), había ya alcanzado los puntos más remotos del imperio.


Señas de identidad
Nombre: Juan "hijo del trueno"
Nacido en: Betsaida, Galilea
Padres: Zebedeo y Salomé
Profesión: pescador
Signos particulares: el más joven, también el más longevo de los apóstoles. Por tanto, el más ágil y desenvuelto. En general se le representa sin barba.
Fiesta: el 27 de diciembre, pero existe también una tradición antigua que lo festeja el 6 de mayo, para recordar su evitado martirio.
Lugares de culto: San Juan de Porta Latina, en Roma; templo de San Juan in Oleo y San Juan de Letrán (la basílica fue dedicada al Salvador por voluntad de Constantino, pero fue también dedicada a san Juan después de que el futuro Papa... se salvase en Éfeso de la furia de los herejes escondiéndose en la tumba del apóstol). Las basílicas de San Juan, en Éfeso y en Patmos.
Hablan de él: los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las tres cartas atribuidas a él, el Apocalipsis, la carta a los Gálatas de san Pablo y san Ireneo de Lyon.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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