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Huellas N.2, Febrero 2000

CARLOS V

Un hilo ininterrumpido

A cargo de Carmen Giussani

Nos encontramos con el padre Francisco de Andrés, prior del Real Monasterio de San Jerónimo en Yuste, donde culminó la vida del Emperador al que le "gustaba que le hablasen de la misericordia".
Una decisión, un tiempo y una muerte que piden una explicación convincente



Habla con llaneza popular y gracia extremeña, y trata al Emperador Carlos V como a alguien familiar. Más aún, como a alguien vivo que, andando por el palacio y refiriéndose a los simposios, estudios y celebraciones del quinto centenario de su nacimiento, le hubiera confiado: "Lo mejor de mi vida todavía no lo habéis dicho".
"Lo que digo está muy pensado - asevera el padre Francisco -, pasa por mi vida acrisolada y puesta a prueba como el oro en el crisol. Cuando quieras arrimarte, arrímate a un hombre grande. No perderás el tiempo. Siempre, por instinto, yo me he ido acercando a hombres grandes. Por experiencia sí que tienes que acercarte al más santo o al más pecador, al más borracho o al más ladrón, porque en un hombre grande siempre encontrarás algo de lo humano".

¿Cómo miras a Carlos V?
San Pablo, hombre de gran experiencia como el Emperador lo fue, invierte por completo la lógica que todos utilizamos cuando, ante una persona o un suceso, de diez virtudes le buscamos el defecto o el error, y escribe: "Hay que verlo todo y quedarse con lo bueno". Esto es verdad, porque sólo esto nos sirve para vivir. Un hombre sabe sólo lo que experimenta. Estoy convencido de que si miramos a Carlos V como a un hombre de Iglesia, le entenderemos mejor. Con los aciertos y desaciertos de todo hombre puesto en una situación tan compleja. Escribe el profesor Vicente de Cadenas y Vicent: "Carlos V trazó un tríptico que siguió toda su vida: defender la religión católica, mantener la unidad entre los pueblos cristianos de sus dominios y no ambicionar otros nuevos". Fue un hombre siempre fiel al papado.

El hombre más poderoso de su tiempo vino a morir aquí...
La decisión, tomada en contra del parecer de sus consejeros, no se explica como un arrebato místico o un gesto inducido por miedo a la muerte. Disponía de todo, palacios, riquezas, saber, relaciones y, sin embargo, quiso unirse a una comunidad de monjes en uno de los monasterios más austeros y apartados de la orden. No fue un paso debido a una decepción o frustración que busca una compensación espiritual. Fue la consumación de un proceso que maduró a lo largo de sus cuarenta y dos años de gobierno. Lo había entregado todo, lo había visto todo y lo poseía todo, y quiso apartarse para conocer a Cristo.
Como nadie lo dice, es un atrevimiento afirmarlo. Para mí está claro que Carlos V no habría hecho todo lo que hizo sin tener una fuerza interior que le impulsaba. Esta fuerza era Cristo mismo, la fuerza que le animó a lo largo de la vida y le llevó al deseo de conocerle.
¿Qué tenía esta comunidad para que quisiese unirse a ella?
Primero era un monasterio jerónimo y el rey estuvo vinculado siempre a esta orden, ya que se retiraba periódicamente a sus monasterios. En segundo lugar, Carlos V no buscaba riqueza, no le interesaba; buscaba una comunidad observante, viva, que estuviera apartada en un paraje bello, y aquí lo encuentra. Ante las resistencias de sus médicos acerca de la humedad del lugar, el Emperador que venía harto de estar en trincheras, librar las mayores batallas y pasar las mayores calamidades del mundo, no se iba a echar atrás a causa de la gota o la artrosis.

El Emperador había tomado esta decisión hacía tiempo?
La decisión de entregar su vida en este lugar fue el resultado de un hilo que recorrió toda su experiencia como persona y como soberano. Francisco de Borja, ante el cuerpo de Isabel de Portugal que empezaba a corromperse, exclamó: "No volveré a servir a señor que se me pueda morir". Al igual que su amigo el duque de Gandía, militar al servicio de su esposa, Carlos V manifestó la voluntad de afirmar un ideal que no pudiera corromperse tras su muerte.
Una decisión así sólo podía tomarla un monje o un hombre como el Emperador, que no daba nunca marcha atrás ante una decisión que estimaba justa. Venía a buscar a Cristo.

¿Qué relación mantuvo con los monjes?
El Emperador valoró, respetó y potenció la comunidad monástica con la que compartió un año y ocho meses. Mandó traer los mejores cantores y los mejores músicos de cámara, se rodeó de los mejores predicadores. Llamó al monasterio a San Pedro de Alcántara, a Francisco de Borja, a Carranza, arzobispo de Toledo, y a los hombres espirituales más vivos de su tiempo.
Su gran preocupación fue vivir, y vivir para ganar la batalla decisiva, la última que libró. Venía aquí enfermo y con cincuenta y seis años; tampoco era un iluso para creer que iba a vivir otros veinte. Llegaba muy mal, pero sabía también que iba a ser una temporada decisiva, en preparación al paso que consideraba el más importante, tal como lo demostró en el transcurso de su vida.
Decías que en este quinto centenario no se habla de esto?
El Emperador dio su vida entera por la Iglesia, porque la fe cristiana se había hecho tan carne de su carne que no podía obrar con criterios distintos en el plano personal y en el político, aun con los errores que todos cometemos. Así se lo transmitió también a su hijo Felipe II. El testamento recoje su forma de ser y de pensar de modo inequívoco.


El palacio de Yuste
Junto al Real Monasterio fue construido el palacio de Carlos V, siguiendo los planos y las instrucciones que dio el proprio Emperador, adosado a la iglesia y separado por la misma del monasterio. En el a?o 1414 se comenzó la construcción del monasterio, y el palacio, 140 años después, en 1554. La planta baja fue concebida como residencia de verano para el Emperador, pero nunca llegó a vivir en ella. Actualmente es sede de la Fundación Academia Europea de Yuste.
Carlos V ocupó sólo la planta noble con sus cuatro habitaciones: la Sala de Audiencias, donde recibía a nobles y embajadores; la Camara Real, donde el Emperador, que era muy culto, pasaba la mayor parte del día dedicado a sus aficiones, música, libros, relojes y mapas del viejo e del nuevo mundo; la llamada Sala de Don Juan de Austria, donde se produjo el encuentro entre el Emperador y Jeromín, un hijo ilegítimo que tuvo con una burguesa alemana con la que mantuvo relaciones después de la muerte de su esposa, y que, al ser reconocido por el Emperador como hijo natural suyo, adoptó el nombre de Don Juan de Austria, el célebre Capitán General de la Armada del Mediterráneo en la batalla de Lepanto; un dormitorio pequeño para recibir a algún familiar; y el dormitorio del Emperador que comunica directamente con el altar mayor de la iglesia. Las paredes están cubiertas por terciopelo negro en signo de luto por la muerte de su madre la reina Juana I de Castilla, y por la muerte prematura de su única esposa, la emperatriz Isabel de Portugal, por la que guardó luto hasta el último de sus días.


Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto


Fray Luis de León

Estos versos pertenecen a una poesía dedicada expresamente al Emperador en su retiro de Yuste. Alude bien a la esperanza que animó el tramo final del reinado terreno de un hombre que, habiendo recibido de Dios poder sobre el Imperio donde no se pon?a el sol, no quiso detenerse ante el paso a lo eterno.

La muerte de Carlos
Nada apartó al Emperador de la sorprendente firmeza con que quiso retirarse precisamente a este monasterio jerónimo. Con ello cumplía un propósito largamente madurado, probablemente a partir del año 1535. [...] Pero con todo, no dejaba de causar estupor al mundo el que este vencedor de Papas y reyes, temido en Europa por poderosos a quienes pudo aplastar, respetado en el mar latino por los turcos, genoveses y venecianos, obedecido por vasallos en el universo mundo, dominador no vencido, en radical acto de libertad se refugiase en el escondido lugar de Yuste. [...]
Dicen graves testigos que Carlos de Gante gustaba y deseaba que le hablasen de la misericordia de Dios. Lo atestiguan Fray Marcos de Cardona, el Conde de Oropesa y el mismo Carranza: "estando el Emperador N. S., que está en gloria, en lo último de la vida con gran congoja y temor, deseaba que le esforzasen con la gran misericordia de Dios, para lo cual no solamente al dicho tiempo, pero en salud quería que le hablase de ella". [...]
El Emperador, viéndose morir, ordenó que se trajese el crucifijo con que había muerto la Emperatriz, su querida esposa Isabel. Desde hacía tiempo lo guardaba en su cámara para este efecto, as? como nueve velas blancas, probablemente procedentes de Montserrat, reservadas igualmente para el momento. Las encendieron y comenzaron a rezar el Credo, [luego]inició la lectura de la Pasión. [...] Todos lo acompañaban con sus candelas encendidas. El Emperador, con pleno juicio, tomó en una mano su candela y en la otra el crucifijo diciendo: "Ya es tiempo". Tiene su grandeza este gesto noble ante la muerte y hasta su sabor de divinal batalla con el cirio por lanza y Cristo por escudo. Casi no resulta enfática la expresión solemne de Fray Francisco de Angulo, "cuando S. M. quiso rendir el espíritu", pues, aunque prevalezca fatalmente la muerte, todavía parece enseñorearse de ella la voluntad. Dios fija la hora, pero nosotros aceptamos con libertad el morirnos cuando él nos llama. Y de nuestra propia voluntad le sacrificamos nuestra vida, que es el mayor sacrificio que le podemos hacer. Cuando dio la última boqueada - prosigue el Anónimo - dijo "Jesús", de forma que todos lo oyeron. "Y con el "Jesús" - recuerda conmovido Quijada - se acabó el más principal hombre que ha habido ni habrá?".


Tomado de:
José Ignacio Tellechea Id?goras
Así murió el Emperador.
La última jornada de Carlos V.
Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, 1995

"Así mismo ordeno y mando
que, en caso que mi
enterramiento haya de ser en este dicho monasterio,
se haga mi sepultura
en medio del altar mayor
de esta dicha iglesia
monasterio en esta manera:

que la mitad de mi cuerpo
hasta los pechos está debajo de dicho altar; y la otra mitad, de los pechos a la cabeza salga fuera de él,
de manera que cualquier sacerdote que dijere misa ponga los pies sobre
mis pechos y cabeza"?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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