Por fin ha vuelto un poco de tranquilidad a la plaza contigua a la fachada de la basílica de la Anunciación: junto al presunto sepulcro de Shibab Al Din, nieto de Saladino, la guarnición no es tan vistosa como lo era hasta el pasado noviembre; han cesado las reuniones de masa para la oración musulmana y se han suspendido las huelgas de protesta de los cristianos. Pero se trata sólo de una tregua: dentro de un año la crisis se reabrirá con más fuerza que antes, en cuanto quienes apoyan al Movimiento islámico exijan que el estado de Israel mantenga la promesa firmada por escrito por el ministro de Seguridad Shlomo Ben Ami de iniciar en el 2001 la edificación de una gran mezquita sobre un área de 700 metros cuadrados delante de la basílica de la Anunciación de Nazaret. Los cristianos gritarán de nuevo ante la provocación y la tensión resurgirá.
El suceso de la carpa-mezquita de Nazaret, alzada hace dos años por algunos extremistas islámicos a pocas decenas de metros de una de las más importantes iglesias de la cristiandad con la pretensión de hacer uno de los más majestuosos lugares de culto del Islam mundial, es emblemática de la condición actual de los cristianos que se encuentran en Tierra Santa, reducidos a una minoría en vías de extinción y condenados a la expulsión simbólica, antes que material, de la historia y la identidad de Palestina.
Los números hablan un lenguaje despiadado: al final del siglo XIX los palestinos cristianos de todas las denominaciones representaban casi el 13% de la población de la región. Hoy constituyen sólo el 2-3% de ellos, 120.000 viven en territorio del Estado de Israel dentro de los confines establecidos en 1948 y otros 150.000 en los denominados "territorios ocupados", incluida Jerusalén Este. A pesar de la protección de Yasser Arafat, en los territorios administrados por la autoridad palestina, su condición va empeorando: el programa de estudios nacionales actualmente en preparación para las escuelas de Cisjordania y de Gaza hace coincidir la historia de Palestina con la de su conquista islámica. Las únicas referencias a los cristianos y al cristianismo aluden a los cruzados y a Napoleón. La exclusión resulta aún más paradójica cuando es conocido el gran servicio, sin discriminación alguna, que prestan las escuelas cristianas a la comunidad palestina: en los territorios ocupados atienden a 18.000 estudiantes cristianos y musulmanes, incluidos, como bien saben cuantos han sostenido la campaña de Navidad de AVSI, 385 niños con retrasos y dificultades de aprendizaje de 11 escuelas elementales. Dicho servicio lo desarrollan en las escuelas de la administración militar israelita, en las del UNRWA (el ente de Naciones Unidas que se ocupa de los refugiados palestinos), y en las de la recién nacida autoridad palestina. Nazaret no forma parte de los territorios ocupados ya que se encuentra dentro de los confines israelitas de 1948, pero allí desde hace tiempo la situación tampoco es muy halagüeña. Mostrada durante años como un ejemplo de convivencia pacífica islamo-cristiana, la ciudad de la infancia y de la juventud de Jesús vive hoy días difíciles. Desde hace dos años sus habitantes islámicos más radicales reivindican la edificación de una gran mezquita en un lugar muy conflictiva, a pesar de que la ciudad cuenta ya con 11 mezquitas para una población musulmana de 40.000 personas. La población nazarena, en tiempos nayaritamente cristiana, hoy es en dos tercios musulmana: tras 1948 muchos musulmanes vinieron de los campos, ocupados por los israelitas, a la ciudad, y ello ha supuesto con el paso del tiempo un vuelco en las relaciones demográficas entre los diversos grupos religiosos. El proyecto de la nueva mezquita - que, por otra parte, no e compartido por todos los musulmanes: Yasser Arafat, el Consejo superior religioso islámico de Jerusalén y el gobierno de Arabia Saudita han expresado su parecer contrario al proyecto e intentado la mediación - se inserta en una continuidad histórica: siempre que ha podido, el Islam ha erigido sus edificios de culto en Tierra Santa frente a las iglesias cristianas para significar su superioridad, como en el caso de las mezquitas que se encuentran a dos pasos de la iglesia de la Natividad en Belén y la del Santo Sepulcro en Jerusalén.
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