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Huellas N.10, Noviembre 1999

VATICANO

Un camino para Europa

Andrea Tornielli

Se ha clausurado el Sínodo de los obispos de Europa. Un mes de trabajo sobre el futuro de la fe en el Viejo continente. La fidelidad al acontecimiento de la gracia que es la persona de Jesús de Nazaret, presente hoy en la Iglesia, la compañía de los que Él elige. El reto del testimonio «Así dice el Señor: “Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos, cuál es el camino bueno y andad por él, y encontraréis sosiego para vuestras almas”»
(Jr 6,16)

El lugar de la gracia
ANDREA TORNIELLI

Lo que se ha desarrollado durante las pasadas semanas en el Vaticano ha sido un Sínodo para mostrar la unidad. La Segunda Asamblea Especial para Europa ha evitado, de hecho, la forzosa contraposición del pasado entre el alma carismática y la institucional de la Iglesia, entre parroquias y asociaciones o movimientos, entre jerarquía y nuevas realidades eclesiales. Del mismo modo, se ha evitado también la contraposición, de nuevo forzosa, entre los optimistas y los pesimistas, entre los que sostienen que en Europa todos son aún cristianos y quienes ven tan sólo la catástrofe de la descristianización y del asedio islámico.
Gracias a algunas intervenciones fundamentales, se puso de manifiesto cómo el tiempo que estamos viviendo es realmente un tiempo de prueba para los cristianos, pero, precisamente por esto, es también un tiempo en el que emerge con más fuerza que es el Señor quien guía a su Iglesia y que su existencia y su difusión, también en el Viejo Continente, es fruto de la gracia y no de estrategias pastorales. Un tiempo que necesita la aportación de todos y de cada sensibilidad.
Abriendo los trabajos del Sínodo, Juan Pablo II apuntaba con realismo que «los entusiasmos suscitados de la caída de las barreras ideológicas y de las revoluciones pacíficas de 1989 parecen, por desgracia, apagarse rápidamente ante los egoísmos políticos y económicos», pero también invitaba a la Europa «del tercer milenio» a «no caer en la cobardía», a no resignarse «a los modos de pensar y de vivir que no tienen futuro porque no se basan en la sólida certeza de la Palabra de Dios».
«Jesucristo está vivo en su Iglesia - dijo el Papa - y, de generación en generación, continúa “acercándose” al hombre y “caminando” con él. Él conoce la grave tentación de las generaciones que se disponen a cruzar el umbral del tercer milenio». Frente a esta situación, Wojtyla precisó que «la invitación a la esperanza no se funda sobre una ideología utópica como las que en los dos últimos siglos han acabado pisoteando los derechos del hombre y, especialmente, de los más débiles. Es, por el contrario, el imperecedero mensaje de la salvación proclamado por Cristo: el Reino de Dios está en medio de vosotros, ¡convertíos y creed en el Evangelio!». Y además: «Europa del tercer milenio, la Iglesia [...] te propone a Cristo, verdadera esperanza para el hombre y para la historia. Te lo propone no sólo y no tanto con palabras, sino especialmente con el testimonio»
Dos de los interventores en el Aula pueden resumir bien los nudos cruciales tratados en el Sínodo y fotografían la realidad del momento que estamos viviendo. La mañana del 4 de octubre, el cardenal Adrianus Johannes Simonis, arzobispo de Utrecht (Países Bajos), comenzó recordando la frase de André Malraux: «No existen más ideales por los que podamos sacrificarnos, nosotros que no conocemos qué es la verdad». «Malraux - alegó el cardenal - describe el clima de desilusión actual: la humanidad contemporánea vive con muchas “verdades”, consecuencia de la pretensión de dominar la realidad de un modo absoluto, pero no conoce la verdad. Se tiene la pretensión de poder decidir lo que es posible y lo que no lo es».
«La relación con el Misterio como fundamento de la realidad - añadió Simonis - se ha truncado. Como consecuencia, ya que la realidad y la naturaleza del hombre son incomprensibles, el mundo se ha convertido en un juego y el Estado parece representar, de modo sofocante, la única tutela de la sociedad».
«Hoy la Iglesia es una minoría - continuó - . Sólo unos pocos saben quién es Cristo y cómo encontrarlo. Incluso la Iglesia está influenciada por la mentalidad dominante, con el riesgo de reducir el Evangelio a una repetición de palabras o de apelaciones morales que, todavía, no aportan las respuestas necesarias a un mundo que vive en la confusión. La fe cristiana consiste esencialmente en un encuentro con Cristo vivo. La Iglesia está invitada a encontrarlo con el mismo gozo que probaron los del inicio. Su presencia realiza los deseos de nuestro corazón y de nuestros pensamientos y transformará la percepción de nosotros mismos y la moral».
«Querría poner el acento en el significado de los nuevos movimientos eclesiales - concluyó Simonis -. En comunión con la jerarquía, estos movimientos comparten una experiencia positiva del amor cristiano, reuniendo ambientes donde la conciencia de la fe está asentada y testimoniando, gracias a sus actividades, una nueva sociedad en una sociedad desorientada».
El día siguiente, 5 de octubre, intervino en el Aula el cardenal Godfried Danneels, arzobispo de Malines (Bruselas). «El hombre europeo de hoy - dijo el Arzobispo - tiene sed de felicidad: de una felicidad basada en los bienes materiales, muchos e inmediatos. Pero esta sed representa un llamamiento urgente a la Iglesia para que anuncie el Evangelio “Cantando en clave”, es decir, respondiendo en sintonía con esta sed. La sed la comprenden bien. Si bien la respuesta del hombre contemporáneo es falsa, la pregunta es justa: el mensaje de Cristo es terapéutico y es capaz de hacer feliz».
Para nuestros contemporáneos todas las religiones son equivalentes y Cristo es sólo uno de los grandes profetas. Obviamente esto no es suficiente para explicar su verdadera naturaleza. Nunca en el transcurso de la historia de la teología la cuestión de la unicidad de Cristo ha estado expresada con tanta agudeza. Nos obligará a pensar y afirmar más profundamente nuestra fe en el Hombre-Dios».
Danneels aludió, además, al problema del Islam, sin incurrir en el catastrofismo. «El Islam está cada vez más presente en Europa. Un cierto Islam con su monolitismo de fe, lengua y cultura, quizá económica y políticamente es un interlocutor difícil, casi inaccesible», pero «otro Islam nos vuelve a enseñar el sentido de la transcendencia de Dios, de la plegaria y del ayuno, del impacto de la religión en la vida social». En cuanto a la descristianización, el primado de Bélgica observó: «En muchos Países, la Iglesia resulta minoritaria y pobre de personal, de medios financieros, de poder y de prestigio. Quizá Dios nos conduce hacia una historia de “nuevo estilo babilónico” para enseñarnos a ser más humildes y a vivir de la doctrina de la omnipotencia de la gracia. No todo es negativo en la situación de aquellos que “están sentados en las riberas de los ríos de Babilonia”. Si es verdad que probablemente en Europa está calando una noche espiritual, imitemos a las vírgenes sabias y entremos en un estado de vigilia: el Prometido está llegando. Pero vigilar no significa tener miedo y huir. Tomemos nuestras lámparas de aceite. Cristo nos proporcionará el aceite (el Evangelio). Bendigámoslo. Pero las lámparas (la inculturación) son los hombres de todas las épocas que se le ofrecen, día tras día. Damos gracias también por nuestra época: no todo es, pues, tan negativo».
En el Sínodo se habló también de ecumenismo, escolaridad, el valor de la mujer y los laicos. El cardenal Carlo Maria Martini, pidió especialmente una Iglesia menos encumbrada y nuevas formas de corresponsabilidad entre los obispos para tratar de la «carencia de ministros ordinarios, la sexualidad, la disciplina del matrimonio, la praxis penitencial, las relaciones con las Iglesias hermanas y la Ortodoxia, la relación entre democracia y valores civiles y leyes morales»: muchos han interpretado en sus palabras la idea de un nuevo Concilio, aunque el Arzobispo de Milán precisó después que no era exactamente esa su intención.


Un reto ante el futuro

Proponemos algunos pasajes de la homilía de Juan Pablo II durante la Celebración Eucarística de clausura de la Segunda Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para el Viejo Continente. San Pedro, 23 de octubre

«Jesucristo el Nazareno... crucificado... Dios le ha resucitado de entre los muertos» (Hch 4,10)

Al alba de la Iglesia, resonó en Jerusalén esta firme palabra de Pedro: era el kerygma, el anuncio cristiano de la salvación, por voluntad del propio Cristo, a cada hombre y a todos los pueblos de la tierra. Después de veinte siglos, la Iglesia se presenta en el umbral del tercer milenio con este anuncio, que constituye su único tesoro: Jesucristo es el señor; en Él y en ningún otro está la salvación (cfr. Hch 4,12); Él es el mismo ayer, hoy y siempre (cfr. Heb 13,8). Es el grito que resonó en el pecho de los discípulos de Emaús, que regresan a Jerusalén tras su encuentro con el Resucitado. Han escuchado su palabra ardiente y lo han reconocido cuando partía el pan. Esta asamblea sinodal, la segunda para Europa, puesta oportunamente bajo la luz del icono bíblico de los discípulos de Emaús, se cierra con el signo del testimonio alegre que emana de la experiencia de Cristo, viviente en su Iglesia. La fuente de esperanza, para Europa y para el mundo entero, es Cristo, el Verbo hecho carne, el único mediador entre Dios y el hombre. Y la iglesia es el canal a través del cual pasa y se difunde la onda de gracia que ha brotado del Corazón traspasado del Redentor. «Tened fe en Dios y tened fe también en mí... Si me conocéis, conoceréis también al Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto» (Jn 14, 1-7). Con estas palabras el Señor conforta nuestra esperanza y nos invita a volver la mirada hacia el Padre celeste. En este año, el último del siglo y del milenio, la Iglesia hace suya la invocación de los discípulos: «Señor, muéstranos al Padre» (Jn 14,8), y recibe de Cristo la confortante respuesta: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre... yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14, 9-10) Cristo es la fuente de la vida y de la esperanza, porque en Él «habita la plenitud de la divinidad» (Col 2,9). En el acontecimiento humano de Jesús de Nazaret, el Transcendente ha entrado en la historia, el Eterno en el tiempo, el Absoluto en la precariedad de la condición humana. Por lo tanto, con firme convicción, la Iglesia repite a los hombres y a las mujeres del Dos Mil, y en especial, a los que viven inmersos en el relativismo y en el materialismo: ¡acoged a Cristo en vuestra existencia! Quien lo encuentra conoce la Verdad, descubre la Vida, halla el Camino que a ella conduce (cfr. Jn 14,6; Sal 15,11). Cristo es el futuro del hombre : «Ningún otro nombre se nos ha dado bajo el cielo en el cual podamos salvarnos» (Hch 4,12). (...) No habéis temido mirar con los ojos bien abiertos la realidad del Continente, resaltando sus luces pero también sus sombras. De hecho, de cara a los problemas actuales, habéis señalado orientaciones útiles para hacer cada vez más visible el rostro de Cristo mediante un anuncio más significativo corroborado con un coherente testimonio.


La Iglesia nos hace contemporáneos de Jesús
Joseph Ratzinger

Síntesis de la intervención del Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe publicada en el Osservatore Romano del 9 de octubre

Para el trabajo de evangelización es fundamental la fe, en la que se abre el camino al misterio de Cristo y a la esperanza del Evangelio. El modo en que se forma la fe, lo que es la fe, surge del diálogo de Jesús con los doce en Cesarea de Filippo, del que nació el Credo de la Iglesia: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Jesús distingue las opiniones de «la gente» acerca de su persona de la conciencia dada a «Vosotros», es decir, a los doce. Estos doce comparten la vida y el camino de Jesús, comparten su soledad y ven su permanente estar-con-el Padre. En esta comunión de vida nace la verdadera conciencia: la fe. La fe supone, por tanto, la comunión de vida con Jesús, el diálogo con Jesús del “Nosotros” de los discípulos. Este “Nosotros” existe también después del tiempo apostólico: la Iglesia. La Iglesia nos hace contemporáneos de Jesús. La fe es comunión con Jesús en la Iglesia; no es el invento de un grupo, es don del Espíritu Santo, que unifica la Iglesia. Los discípulos, que han visto a Jesús orando, en el diálogo con el Padre, lo reconocen como Hijo: la verdadera Cristología y teología responde al interrogante: ¿quién es Dios?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos? El hecho de que Pedro pronuncie en nombre de los Doce la confesión de la fe muestra que la comunión con Pedro indica dónde se forma el “Nosotros” de los discípulos, la Iglesia de Cristo. La diferencia entre “la gente” y el “Nosotros” de los discípulos permanecerá, probablemente, hasta el fin de los tiempos. Pero la Iglesia no es un ente cerrado en sí mismo: su frontera está siempre abierta. Con toda su esencia debe ser una invitación a entrar y, aunque no coincida con todos, es para todos, siendo sal de la tierra y luz del mundo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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