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Huellas N.9, Octubre 1999

MADRID

La unidad del adulto

Giorgio Vittadini

El testimonio de cómo surge una personalidad adulta y crea compañía y obras. En tres momentos: el inicio del trabajo, el comienzo de la Compañía de las Obras y hoy. La unidad de la persona a la hora de vivirlo todo


Mi fisonomía adulta nació y creció a partir del encuentro y de la confrontación con el carisma que conocí hace años y que vive en los rostros concretos de una compañía. Una compañía que conocí a los dieciséis años y que nunca me ha abandonado. Esto ha supuesto en mi vida un descubrimiento continuo del significado que tiene la palabra "obediencia", como la condición para que mi libertad tomara su camino en las decisiones concretas que debía adoptar.

El paso al mundo del trabajo
Cuando acabé los estudios me aconsejaron que permaneciera en la Universidad, porque era importante para el movimiento. Pero la única ocasión que se me presentó era la de dedicarme a la Estadística, una materia que no me gustaba. Me quedé en la Facultad de Estadística y así me pareció que había obedecido. Sin embargo, el hecho de que desde joven me sintiese mucho más atraído por las materias humanísticas, de que fuese muy desordenado, de que no viese la utilidad de mi trabajo, de que desease hacer obras para el movimiento, mientras que en la Facultad me tocaba realizar funciones casi de bedel (quien comienza a trabajar en la Universidad suele empezar haciendo fotocopias para su profesor, su trabajo se reduce a pasar papeles), todo eso dio lugar en mí a una falta de afecto por mi trabajo al que se sumaban circunstancias objetivas: no tenía salario - era bajísimo -, y después de haber ganado las oposiciones para cursar el Doctorado, no marchaba profesionalmente bien. Esto me producía escándalo, porque los estudios siempre me habían ido muy bien. De modo que fui a quienes me habían aconsejado y les dije que quería cambiar de trabajo. Estaba enfadado porque me decían que siguiera adelante. Además no comprendía qué tenía que ver con el movimiento el que me sugirieran insistentemente esa tarea. Conforme me iba encontrando con las dificultades de la vida - enfermedades de algunos familiares, dificultades de los amigos, etc. - me iba entristeciendo. Me había quedado triste por primera vez en mi vida. Entonces quien me dirigía, en lugar de consolarme, me repetía: "Con lo que has encontrado no tienes motivo ninguno para estar triste", y me animaba a que siguiera en la Universidad.

El ofrecimiento
Hasta que un día don Giussani me desveló el verdadero motivo de mi profunda insatisfacción: "¿Sabes que tu trabajo es "ya" útil, más allá del hecho de que tú consigas hacer o no carrera de él? Ofrece lo que haces a Cristo, cualquier cosa que te suceda". Fue una iluminación para mí. No fue algo abstracto, porque estar ante un libro de Estadística aburrídisimo y empezar a pasar las páginas ofreciéndolas, empezar a decir "Esto es útil" fue el comienzo de toda una experiencia: para mí fue comenzar a ver la materia, la dura materia de la que está hecha la vida. Desde entonces, aunque seguían las dificultades (el ansia - que todavía tengo ahora, porque soy un tipo ansioso -; el miedo de no llegar a conseguir los objetivos que me fijaba - un miedo que me atrapa siempre cuando tengo que hacer una oposición en la Universidad, o examinarme -; la hostilidad inicial de la materia, ya que sigo siendo "un humanista frustrado"), este juicio no me abandonó nunca. Más aun, ha llegado a ser el motivo de fondo de toda mi vida. Es justo lo contrario de la idea marxista de que el trabajo es una alienación. Aunque nos quitaran el salario, aunque nos quitaran un trabajo que nos gusta, nadie puede quitarnos el significado de lo que hacemos después de haber encontrado a Cristo. Lo que empecé a aprender, aunque todavía tenga que aprenderlo, es que el ofrecimiento en el trabajo cotidiano es ese acto que misteriosamente contribuye a salvar al mundo.

De la tierra
Sin embargo, todo esto no basta, porqué el ofrecimiento es algo más profundo. Con el tiempo, haciendo memoria, he ido descubriendo que todos los aspectos de mi trabajo son positivos (no vale decir: "Qué trabajo de mierda tengo, pero rezo a Jesús"). Gracias a un profesor que me encontré casi por milagro, empecé a descubrir que la intuición creativa que siempre está en la base de un artículo científico, aún cuando esta hecho de fórmulas y demostraciones, es un modo para introducirme en la realidad.
Tras el descubrimiento de la belleza de la creatividad incluso estadística, me di cuenta de que esto es sólo el 10% del trabajo. El 90% restante es como limpiar el culete a un niño. Porque una vez que has tenido la intuición debes escribir el artículo, y luego, corregirlo, corregirlo, y corregirlo. Para alguien tan desordenado como yo, es una especie de maldición cotidiana corregir centenares de veces fórmulas matemáticas, estar atento a los pies que tienen las letras griegas (¡que parecen todas iguales!), y después ponerte al ordenador, leer y releer, volver a atrás. Sin embargo, ahí he descubierto que el trabajo "nace de la tierra, de la solidez", como decía uno de nuestros carteles de Pascua. Este aspecto del trabajo es muy parecido al trabajo del ama de casa. Hace falta una humildad grande - que nos concede Otro - para doblegarse a circunstancias que no hemos elegido, a una forma que nos viene siempre de la realidad.
Entonces el ofrecimiento se convierte en una mirada que ve donde los demás no ven, y la creatividad se convierte en una obediencia a algo que tú no eliges, pero que amas porque lo descubres poco a poco como algo bueno. De este modo puedes construir en lo cotidiano que te da Otro, no sólo el Otro con mayúsculas, sino el otro que está a tu lado en el trabajo, en tu profesión.

Confrontarlo todo
El otro punto de referencia para mí fue, cada vez más, mi grupo de amigos. Ese grupo, aún sin tener nada que ver con la Estadística, sabía hablar a mi "yo" y me mostraba el aspecto bueno que había en toda circunstancia. Porque uno no lo tiene todo claro, y entonces, vuelve a ver a sus amigos y les pregunta qué tiene que hacer para afrontar las cosas conforme a los criterios de la fe y no a los del mundo. Cursé mi carrera universitaria en esta confrontación permanente. En el momento crucial de mi carrera, poco antes de las primeras oposiciones para la primera plaza fija en la Universidad, se me propuso que me ocupara de la comisión económica, es decir, de las obras, de lo que entonces se llamaba Movimiento Popular. Yo no sabía absolutamente nada de obras. Siendo licenciado en Economía jamás había leído el "Sole 24 Ore", que es el periódico económico que corresponde a "Expansión" o "Cinco Días", ya que yo siempre he leído el otro periódico italiano del mismo color salmón: "La gazzetta dello sport". Vamos, que la economía no me interesaba demasiado. En aquel momento todo el mundo se interesaba por la política, no se hablaba de las obras. Por tanto, yo tenía dos objeciones. La primera: "Me habéis insistido en que me quedara en la Universidad, ¿cómo puedo ahora ocuparme también de las obras?".
Como suele suceder con frecuencia la respuesta fue enigmática: "Haz una cosa y la otra". Las respuestas son enigmáticas porque ponen en juego tu libertad. En efecto, solo años después he descubierto lo que implicaba esa respuesta: "No conseguirás tener el Nobel de Estadística, pero conseguirás hacer bien tu trabajo, y aprenderás a usar mejor tu tiempo y tus energías porque las dos cosas son importantes: tu carrera profesional y construir el movimiento". Os juro que actualmente es así: yo amo profundamente mí trabajo y amo profundamente esa continuación de mi trabajo que es ocuparme del movimiento a través de la CdO, la Compañía de la Obras.

Ayudar a existir
Tenía una segunda objeción: no sabía por donde empezar, lo cual me sucede también ahora con frecuencia. Entonces pregunté a quien me guiaba cuáles eran los criterios que debía seguir. Lo más importante era algo que don Giussani repetía a todos en aquel momento. Cuando le hacían esos discursos sobre la sociedad nueva, la Europa nueva, el mundo nuevo, el Pacífico como el nuevo Mediterráneo mundial, él decía: "Nuestros amigos del pueblecito Alcamo producen vino y viven de ello. Pero nadie de vosotros les ayuda a venderlo. ¿Qué me importa que se cambie el mundo en el futuro si no vendéis el vino de Alcamo? Empezad a ayudar a existir a lo que ya existe. Ayudad a quien en nombre de una comunidad cristiana, intenta hacer algo". Así comencé a hacer lo único que había aprendido bien en la Universidad: fui a conocer a todos los que tenían alguna actividad; fui a escuchar, a pedirles ayuda, a proponerles que se juntasen entre ellos. Había consultores, abogados, uno llevaba la empresa de su padre, otros tenían empresas que estaban ya marchando bien. Iba como Diógenes, buscando a los hombres y a sus obras con la linterna en mano, estando con ellos mucho tiempo, haciéndome su amigo. Era interesante ver que nadie me rechazaba (claro, ¡me mandaba el Centro del movimiento!). Es decir, los que no andaban sobrados, los pobres, me escuchaban con atención porque esperaban conseguir dinero, y las empresas que marchaban bien, los ricos, pensaban: "Bueno, nosotros sabemos ya de que va". Como comprenderéis el grado de esperanza de poder organizar algo era bastante negativo. De hecho, recuerdo que le repetía constantemente a Cesana: "No se si lo conseguiremos".

Las obras de otros
De todas maneras, partimos así. Nos reuníamos con quien quería y tratábamos de responder juntos a las necesidades que surgían. Empezamos a ayudar a los Centros de Solidaridad, a buscar trabajo para quien no lo tenía, a estimular a los empresarios a que fueran al Sur de Italia a invertir. Luego con Mario Mauro, actual parlamentario europeo, pusimos en marcha una productora de radio y televisión; fomentamos las primeras empresas informáticas, la iniciativa Agrícola 2000; ayudábamos a gente atrevida como Lorenzo Crosta, que hoy da trabajo a centenares de minusválidos; comenzamos el Banco de Alimentos, una iniciativa que me había señalado Diego desde Barcelona; visitábamos las instalaciones de AVSI por todo el mundo. Porque don Giussani me había dicho personalmente, como síntesis teórica del planteamiento sobre Alcamo: "Ayuda a que viva cualquier cosa que pueda vivir. Y ayuda más a aquello que te sugerimos nosotros". En el profundo escepticismo que me dominaba, la confianza estaba puesta en otro, nacía de otro. Giussani participaba en las jornadas de la CdO y hablaba de una realidad que todavía no existía, que era más grande de lo que había entonces. Y yo pensaba: "¿Se dará cuenta Giussani de que ésto no tiene nada que ver con lo que se está imaginando?".

Problemas o acontecimientos
Yo mismo estaba lleno de límites porque, en lugar de mirar a los demás como un acontecimiento con el que yo podía encontrarme - en efecto, cada obra es un acontecimiento que nace de una persona, un milagro del Misterio que se hace presente a través de esa persona -, lo sentía todo como un problema. De este modo los sustituía en sus decisiones y armaba líos horrorosos, porque después la responsabilidad de las obras recaía sobre mis espaldas. Luego cuando iba enfadado a discutir con don Giussani, Cesana o los demás, ellos daban la razón a los otros y no a mí. Porque me decían: "Tú no debes sustituir la libertad de la gente. Lo que tienes que hacer es ayudar. Tienes que ayudarles a ir adelante en su intento, no actuar tú en su lugar". Yo discutía. Dimití unas quince veces porque creía que no tenían confianza en mi. En realidad era yo quien no tenía fe en ellos.

Quien lo hace todo
El motivo de fondo de mi testimonio es que, llegados a estas alturas, empiezo a creer que don Giussani puede tener razón cuando dice que es Dios quien lo hace todo. Ante uno cabezota como yo, que jamás ha dado en el clavo a la primera - lo único que hice fue escuchar y no marcharme -, la fidelidad de Jesús a través de Don Giussani, Cesana y los demás amigos, mediante mi trabajo y la Compañía de las Obras, ha construido algo mucho más grande que yo. Lo más importante es el factor de conocimiento que con los años ha crecido: la comprensión del objetivo que tiene la CdO. ¿Que qué es la Cdo? El acontecimiento de gente que se ha juntado de una forma muy sencilla, deseando - quizás confusamente - que el carisma fuera la forma de lo que estaban haciendo y comunicándolo a muchos otros que no son del movimiento, quizás la mayoría. Así surgieron muchas obras, muchos servicios, muchos juicios públicos, por ejemplo, la petición para la libertad de enseñanza.
Una última reflexión sobre la CdO. En un momento dado, Giussani y Cesana me comentaron: "Eres el jefe de la CdO, pero, ¿tú qué haces? ¿cuál es tu competencia?". A raíz de esta provocación empecé a entender que mi competencia profesional era la primera aportación a nuestra compañía. Si un trabajo que hacemos gratuitamente tiene una pizca de seriedad menor del que realizamos profesionalmente entonces todavía no es gratuito.
Empecé a escribir los primeros artículos en los periódicos. Al principio no les interesaba nada, pero día tras día empecé a hablar del sector non profit y de la subsidiariedad. De este modo, fue naciendo poco a poco en mí una capacidad de juicio, más personal, sobre la CdO. Esta capacidad nació en mí por la voluntad de Dios, que llegaba a través de la sugerencia de mis amigos. Es la historia de una fidelidad a alguien que ve más lejos que nosotros, ya que lo único que podemos hacer es obedecer a una sugerencia que es más grande que uno mismo. Corresponde arriesgar porque sabes que quien te guía no te juzga por los resultados, quiere que te la juegues y te corrige continuamente porque te quiere bien. Quiere que te la juegues, no que tengas éxito. Tu intenta introducir en la vida lo que has encontrado. El riesgo consiste en que aunque seas el número 200 eres el primero porque estás siguiendo una historia y das tu contribución al pueblo al que perteneces.
Último paso. Llevo una vida frenética. Durante años viví en una casa del grupo adulto y no estaba nunca en ella. En aquel periodo me cambiaron de casa y la nueva me comprometía mucho más. Entonces vi que mi trabajo y mi modo de construir el movimiento tenían un punto debil: había una fuga tácita de mí mismo y de las preguntas últimas que me constituyen, aunque cumpliese con lo que debía hacer. Empecé a descubrir que, incluso el espacio que uno crea para hacer presente lo que hemos encontrado, es débil si no parte de la profundización en el origen, que se da en un lugar concreto.
Para mí esto supuso, después de tantos años, volver a descubrir la virginidad y la casa, como inicio del mundo nuevo. Se ha reforzado mi personalidad, se ha vuelto todo más verdadero y personal; en ese lugar aprendes que no eres capaz de amar, que no sigues el carisma, que necesitas ser perdonado, que has de pedir Veni sancte spiritus en cada relación, porque tus manos están manchadas de sangre.
Uno tiende a reducir la presencia del otro. Entonces sólo hay dos posibilidades: o sigues con tu postura violenta o empiezas a entender que el seguimiento del carisma es algo más profundo, se trata de la confrontación entre tu yo y Otro. Cuando uno está ante una obra o ante Prodi, no puedes dejar de pensar en lo que vives en la casa. Tu actuar se convierte en imitación de lo que vives en la casa. Sigo siendo como he dicho pero existe un lugar en el que aprendo a vivir el mundo. Este es el objetivo de todo, el conocimiento de mí mismo.
Nunca había hecho seriamente el cuarto de hora de rodillas del silencio hasta ahora. Ahora he visto que, en primer lugar, debo invocar fuertemente a Otro. Porque es Él quien, igual que me da la vida, me da el deseo de apertura y la capacidad de perdón que no tengo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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