LA AGENDA Y EL IMPREVISTO
La cosa estaba complicada, es inútil negarlo. Había que buscar una excusa. Porque ¿cómo decirle a tu profesor que cambie de fecha un seminario para irte a los Ejercicios Espirituales de CL? Pero el profesor fue al grano y me preguntó directamente. «Pero, ¿de qué compromiso ineludible se trata? ¿No querrás un día más de vacaciones? No me esperaba esto de ti…». Cuenta Antonella: «Era como si Alguien, a través de él, me preguntase por qué iba a los Ejercicios». Respiré profundamente y, acto seguido, empecé a explicarme: tres días en Rimini, las charlas, el silencio, los estudiantes… Hasta que me salió, casi sin pensarlo: «¿Por qué no se apunta también usted?».
Y allí sucede lo imprevisto. En lugar de poner cara de circunstancias, el profesor calla. Piensa. Luego saca su agenda: «Espera, voy a mirar si tengo esos días libres… Sí, puedo». Antonella se queda sin habla. «Le escuchaba y algo dentro de mí repetía “es imposible, es imposible”. Antes o después se echará todo a perder». Aparece la alternativa de siempre: la realidad o la medida, el Misterio que actúa o la sospecha. Antonella se la lleva dentro hasta los Ejercicios, cuando escucha las primeras palabras en la sala de la Feria de Rimini: «Parecía que fuesen dirigidas a mí, como si estuviera yo sola allí». Mientras, llega el profesor. Entre expectativas y dudas, Antonella se pregunta: «¿Quién sabe si entenderá?».
Todo sucede en cambio de la forma más sencilla. La comida con él y con los estudiantes, la propuesta de hacer silencio durante el traslado al hotel, la música, las charlas y el testimonio de Vicky, la mujer ugandesa enferma de sida que conociendo a Rose ha recobrado la esperanza. Mientras Vicky cuenta su historia, Antonella se da la vuelta para mirar a su profesor: «Le vi conmovido. Le pregunté: “¿Todo bien?”. “Sí, pero cuidado, está diciendo lo más importante”».
Lo más importante, para uno mismo y para el mundo. Eso es lo que ha descubierto su profesor y ha vuelto a descubrir Antonella. «El domingo por la mañana, después del acto final, me despedí de él y le di las gracias. Mientras volvía a mi casa pensando que tras el paréntesis todo volvería a la normalidad, me llega un sms. Era el profesor que me daba las gracias porque después de lo que había visto, intuía qué había en el origen de ese modo de vivir la universidad que tanto le llamaba la atención». En ese mensaje había más: el deseo de que lo que había sucedido fuese un comienzo, no el final, incluso para él. «Frente a estos hechos, que no puedo olvidar, me doy cuenta de que todo esto no depende de mí», escribe Antonella en una carta: «Me surge una última pregunta: ¿Quién lo hizo posible?».
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