Sudáfrica. Cuando la realidad arruina los (cómodos) planes.
Alberto estudia Estadística en la Universidad Bicocca de Milán. El pasado julio llega a Johannesburg. Un verano de trabajo en el extranjero. Se hospeda en casa de Ian y Pippa, una familia de clase alta de la capital sudafricana. Allí conoce a Luigi (un arquitecto que conoció CL en Hungría) que rápidamente se hace cargo de él: le presta su coche y le presenta a los siete amigos con los que hace Escuela de comunidad y sale de excursión los domingos. Todo prosigue viento en popa, hasta que la realidad cambia nuestros cómodos planes. «Una noche –cuenta Alberto– Pippa e Ian habían invitado a cenar a sus hijos, a Rebeca, la nuera, y a Luigi. Ian nos pidió a Luigi y a mí que les hablásemos de CL». Los dos hablan de Giussani y del movimiento. Rebecca comienza a desahogarse: dice que sus padres eran católicos pero ella… En fin, avasalla a los dos con sus preguntas: «¿Cómo podéis creer que Jesús ha resucitado? ¿Cómo se puede conocerle hoy? ¿Quién es?». Ian trata de responder, pero las preguntas crecen. Alberto toma la palabra: «Le conté lo que me pasó cuando conocí a los primeros bachilleres, y también a Luigi, y de cómo conozco mucho más a Jesús a través de ellos. Al acabar la noche todos estábamos muy contentos: por fin, para Pippa el tema de conversación en la cena no era la ropa o los viajes; Rebeca decía que había entendido muchas más cosas en esta noche que en los 27 años anteriores». Alberto quiso regalarle a Rebeca el libro Is It Possible to Live This Way? (¿Se puede vivir así?). Rebeca lo ha leído en dos días.
Peter es un joven padre que trabaja como chófer. Un domingo a la salida de misa va a hablar con Alberto. Le confiesa que también él quiere empezar a acudir a la Iglesia. «La gente que va a misa es diferente, es siempre seria con la vida. Y, si cae, siempre está dispuesta a levantarse. Intuyo que una vida sin Cristo es pésima». Alberto vuelve a Italia. Unas semanas más tarde, recibe una llamada de Peter: «He tenido un accidente con el coche –le cuenta– y tengo que pagar 400 euros de daños; de lo contrario peligra mi puesto de trabajo». Alberto organiza una colecta entre sus amigos del CLU: «Me ha sorprendido la rapidez con la que muchos han respondido, algunos llegando a ofrecer el dinero que habían ganado las últimas dos semanas, dando clases particulares», cuenta. Peter recibe 500 euros. Incrédulo llama a Alberto: «Mi gran amigo, a través de ti me ha ayudado el Señor, me ha alcanzado con su gracia».
Son algunas de las amistades, de los encuentros y las sorpresas, que Alberto no había previsto y que, sin embargo, han sucedido. En ellos se pone de manifiesto que es Otro el que obra en nuestras vidas.
M.F.
Milán. ¿Educación? No es un asunto para especialistas
«Nuestro deseo es llegar a ser personas grandes. El hombre está hecho para afirmar su propio significado y el de la realidad. ¿Para qué puede servir la educación sino es para esto?». El profesor Franco Nembrini empezó así la primera lección del ciclo “Educar es un riesgo: educación, razón, totalidad”, que tuvo lugar en la Universidad Católica de Milán, por iniciativa de algunos profesores de la facultad de Ciencias de la Formación. Unos meses antes, un encuentro análogo con Giancarlo Cesana ponía en el centro del debate el estudio: «¿Acaso se puede educar sin tener tierra firme bajo los pies?».
Otra iniciativa acerca de la educación. Caterina conoce a Mario Dupuis, responsable del Centro Edimar en Padova, que le habla de la educación como vocación. De allí nace el deseo de conocer a otras personas que como él dan vida a obras educativas: Stefano Giorgi, del Centro “In-presa” de Carate; sor Fulvia Ferrante de las “suorine” de vía Martinengo y otros muchos. Todos estos ejemplos muestran cómo es necesario ser educados para poder educar y cómo la Universidad puede llegar a ser un lugar privilegiado para hablar de estos temas. Una educación que sea una introducción a la realidad en su totalidad no es un asunto para especialistas: tiene que ver, más bien, con el corazón del hombre.
Benedetta Bellotti
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