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Huellas N.2, Febrero 2009

CULTURA - El año darwiniano

¿Y si evolucionáramos desde el cientificismo?

Mario Gargantini

A ciento cincuenta años de la publicación de El origen de las especies y a doscientos años del nacimiento de su autor, un congreso en la Universidad Pontificia Gregoriana pone en el punto de mira una de las teorías más famosas y controvertidas de la historia. Contra el uso erróneo de la ciencia. Como explica el filósofo RAFAEL MARTÍNEZ

Hemos entrado de lleno en el doble año darwiniano, y los medios de comunicación no saben si dar más relieve al bicentenario del nacimiento, como ha hecho el Museo de Historia Natural de Londres abriendo el sitio web www.darwin200.org; o bien al ciento cincuenta aniversario de la publicación de El origen de las especies, como han hecho algunos editores reeditando el célebre texto; o bien a ambos, como hará la Universidad de Cambridge, con el Darwin Festival, que tendrá lugar a primeros de junio. En cualquier caso, lo que se pone de manifiesto en estos primeros meses de celebraciones es el mismo ritual que se viene produciendo desde hace un siglo y medio: la defensa de oficio del darwinismo, visto como baluarte intocable de la ciencia y asumido como sinónimo de cientificismo, con el riesgo consiguiente de que cualquier atisbo de crítica a los textos del biólogo inglés sea visto como un “ataque” a la ciencia y una amenaza a su desarrollo.
No obstante, hay que observar que las recientes tomas de posición de Benedicto XVI sobre la ciencia y su valor, están incomodando a la intelectualidad neo- cientificista que querría dar el jaque mate a la Iglesia tachándola como enemiga incurable del progreso. A esto se añade la iniciativa del congreso internacional sobre las teorías de la evolución, lanzada por la Universidad Pontificia Gregoriana, en el ámbito del proyecto Stoq (Science, Theology and the Ontological Quest, www.stoqatpul.org) y con el patrocinio del Consejo Pontificio de la Cultura, que a comienzos de marzo convocará en Roma a científicos de todo el mundo para mantener un debate científico abierto.
¿Por qué sigue siendo motivo de dura polémica el tema de la evolución? ¿Por qué es tan fácil derivar hacia la lógica de la oposición ideológica en vez de hacia la confrontación crítica y racional?
Hemos planteado estas preguntas a Rafael Martínez, profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz y uno de los relatores del Congreso. «Ante todo, resulta necesaria una aclaración terminológica», dice Martínez. «Si por darwinismo entendemos la comprensión de la evolución biológica que se funda de modo particular sobre el concepto de selección natural propuesto por Darwin hace ciento cincuenta años, entonces la reacción ante algunos intentos de poner en discusión el darwinismo puede ser justificada. Hoy en día, la biología no puede prescindir de la evolución y de la teoría de Darwin, aunque ésta ha sido completada con muchas otras contribuciones. La misma selección natural nunca ha sido el único factor, ni siquiera para Darwin, aunque para él supusiera el elemento prioritario. La dimensión crítica, es verdad, es esencial a la ciencia; pero debe tratarse siempre de una crítica “desde dentro”, es decir, que siga las metodologías propias de los distintos ámbitos científicos. Comprendo por tanto que muchas críticas puedan ser consideradas como anti-científicas. Sin embargo, su pregunta hace referencia sobre todo a ciertas posiciones de tipo materialista que se sugieren en multitud de presentaciones divulgativas sobre la evolución. En estos casos, debería ser suficiente con apuntar que se trata de interpretaciones, en muchos casos de prejuicios ideológicos, con muy pocas dosis de racionalidad. Un ejemplo muy conocido es el de Richard Dawkins, que desde hace años ha abandonado la investigación científica para sostener auténticas campañas de ateísmo fundadas sobre la evolución. Criticar este tipo de posiciones no es criticar la ciencia, sino criticar un uso equivocado e injustificado de la misma».

Un punto fundamental del debate es la idea de casualidad total, que parece ser el presupuesto (o la consecuencia) de las teorías darwinistas. Sin embargo, tal vez sea necesario considerar este concepto de forma menos simplista…
En mi opinión la biología evolutiva no niega de hecho la finalidad, sino una cierta comprensión rígida de la finalidad. Evolucionistas famosos como Ernst Mayr han apuntado que la biología es esencialmente finalista, pero se trata de una finalidad “intrínseca”, no inducida por un agente externo. Al tratar de comprender los mecanismos con los que tal finalidad se construye en la historia de los seres vivos, la ciencia ha asignado un papel importante a los fenómenos aleatorios, casuales. Creo que es un error interpretar este papel de la casualidad como si se tratase de un motor que desde fuera hace moverse al sistema biológico hacia su fin (el relojero ciego, como lo llama Dawkins). El papel de la casualidad hay que verlo sobre todo como un espacio de posibilidad, como aquello que hace posible todo el dinamismo evolutivo, el desarrollo de la riqueza y variedad de los seres vivos. Aceptar este papel no es negar la presencia de causas, sino reconocer que causalidad no coincide con determinismo; es la superación de la visión mecanicista de los siglos XVIII y XIX, que consideraba que la realidad natural estaba completamente predeterminada en sus condiciones iniciales.
Mirándolo bien, este redescubrimiento de la aleatoriedad en biología es una vuelta a las categorías de contingencia de las que hablaban los filósofos metafísicos clásicos: es el reconocimiento del papel fundamental del imprevisto en el cosmos.

Otro punto delicado tiene que ver con la presunta oposición entre evolución y creación: ¿pueden estos dos conceptos convivir, es más, potenciarse recíprocamente?
Ver una oposición entre creación y evolución desvela una idea equivocada de creación y de Creador, y esto afecta tanto a los que niegan la creación, como a los que no reconocen el hecho de la evolución biológica. Resulta equivocado imaginar al Creador como aquél que actúa de forma física, como un arquitecto que ensambla los trozos del mundo. La noción judeo-cristiana de creación no afecta sólo al origen temporal del mundo o de las especies; el acto creador se refiere ante todo a la dependencia radical de todo ser con respecto al Creador. Es el mismo hecho de existir, sea cual sea la historia evolutiva de un ser, lo que reclama un fundamento en Dios Creador. En este sentido no existe diferencia entre el primer instante del universo o el comienzo de la especie humana, y este instante en el que yo también soy “creado” por Dios. Es una idea de Creador mucho más rica e interesante. Es evidente también que la comprensión del inicio temporal de las especies a través de los mecanismos naturales de la evolución no elimina nada de esa exigencia de dependencia radical del ser.

Hay también quien invoca la repetida y necesaria intervención directa de Dios para explicar los fenómenos naturales más complejos. ¿Cuál es el límite de esta posición?
Me cuesta comprender bien esta posición, típica del llamado Intelligent Design. El hecho de requerir renovadas intervenciones de Dios significa afirmar que Él ha dado a la realidad leyes imperfectas, que no le permiten alcanzar su fin y que poco a poco deben ser corregidas. Me parece un contrasentido, y desde el punto de vista teológico no tiene ninguna justificación: hace ya un siglo la Comisión Pontificia Bíblica había declarado que no se requiere ninguna intervención especial de Dios en la creación de los seres vivos, salvo el caso de la creación directa del alma del hombre. Es una visión que choca con la concepción cristiana del mundo como creado por el Logos racional divino cuya racionalidad refleja: un Logos perfectamente capaz de llevar a su cumplimiento al cosmos.

En 1996 Juan Pablo II trató la evolución de los seres vivos como «más que una mera hipótesis», y habló de una pluralidad de «teorías de la evolución». ¿Cómo interpretar estas afirmaciones?
La interpretación de la primera afirmación ha sido bastante concorde: haciendo referencia a la encíclica Humani Generis de Pío XII, que había aceptado el origen evolutivo del cuerpo humano como una hipótesis, Juan Pablo II considera la evolución no como una posible propuesta entre muchas otras, sino como una auténtica teoría científica, es decir, como uno de los instrumentos con los que comprendemos el mundo (aunque, como cualquier teoría, nunca sea definitiva ni absoluta).
En cuanto a la pluralidad de teorías, eso que hoy llamamos “evolución” desde un punto de vista epistemológico, debería ser clasificado como una teoría marco: un gran conjunto apriorístico en el que intervienen diversos factores que se refieren a aspectos distintos de la evolución biológica, y dentro del cual existe todavía un gran espacio de discusión y de investigación para la explicación de los mecanismos evolutivos.

Las intervenciones de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, ¿suponen alguna novedad en la forma en que la Iglesia ha considerado las teorías evolutivas?
Hacia finales del siglo XIX había dificultades: muchos teólogos no comprendían la evolución, aunque el Magisterio nunca ha actuado o tomado una decisión de tipo doctrinal al respecto.
Desde comienzos del siglo pasado las objeciones de tipo teorético, cultural, filosófico y teológico han desaparecido progresivamente, hasta llegar al pronunciamiento explícito de Pío XII.
Juan Pablo II insistió en que la evolución debía ser vista como una parte importante de la ciencia. En cuanto a Benedicto XVI, ya como cardenal Ratzinger había hablado positivamente de la evolución tratando incluso de valorarla, para comprender mejor algunos aspectos de la teología de la creación. En sus intervenciones más recientes emerge la preocupación de que la evolución no sea vista como una justificación para sostener una visión materialista y productiva del hombre. Ciertamente el fenómeno humano no es sólo evolución, porque no somos reducibles a meros componentes biológicos: lo demuestra el hecho mismo de que planteamos la pregunta sobre nuestra especificidad de hombres.

¿Qué sugerencia le haría a un profesor que tuviera que hablar de estos temas con sus alumnos?
Es importante eliminar cualquier prejuicio, cualquier preocupación de que la evolución pueda presentar problemas doctrinales, porque de hecho no los presenta. Se trata también de hacer ver, a través de la comprensión del camino evolutivo, la maravilla de la creación divina, la sinfonía de formas de vida que –a través de las leyes que Dios mismo ha dado a la naturaleza– evolucionan de forma grandiosa hasta producir el mundo ante el cual podemos asombrarnos continuamente.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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