Por iniciativa de un grupo de amigos nace en Madrid una campaña para dar a conocer «los hechos que están cambiando nuestra vida». Hechos que encierran una esperanza que no defrauda. Los dos primeros encuentros
Finalizado el verano, a la vuelta del Meeting de Rimini, un grupo de amigos de Madrid deciden emprender una iniciativa que pronto llamarían “Campaña de Hechos”. En Rimini tuvieron la oportunidad de ver a muchas personas que en situaciones realmente difíciles afirman con serenidad, certeza y, lo más sorprendente, con alegría, que su vida tiene un valor infinito.
¿Cómo se puede tener esperanza frente a la enfermedad, la injusticia, el dolor y la muerte? Ya Péguy escribía con genialidad que «para esperar hace falta haber recibido una gran gracia». Todos necesitamos presenciar hechos que demuestran que la vida tiene un significado que puede sostener cualquier circunstancia por muy dolorosa que sea. De ahí el deseo de que amigos, vecinos y familiares pudieran ver los mismos hechos que alimentan en ellos la esperanza.
En marcha. Empiezan así a organizar el primer acto. No saben a dónde les llevará esta iniciativa, pero sí que es una ocasión para entender mejor lo que viven y desean. Maddi y Giga, dos arquitectos de Milán, diseñan el panfleto y el logo. Se encuentran a menudo para discutir la propuesta y poner en marcha la campaña. Cada uno se implica en lo que puede y sabe, bien escribiendo o preparando un aperitivo para finalizar el acto. Algunos se ocupan de la logística, otros crean la asociación, la página web, el correo electrónico. Están entusiasmados. Leen el periódico o ven la televisión comparando todas las noticias con los hechos que les están cambiando la vida. Raúl escribe a Fide Mirón, una mujer que sufre una forma grave de porfiria, una enfermedad metabólica, y empieza una preciosa relación. Otros proponen para los próximos actos nombres de personas que conocen o de las que han oído hablar.
Una gran ayuda. José Miguel García, desde Jerusalén, les ayuda a no perder el rumbo. Con afecto de padre, les recuerda que «el entusiasmo con el que se empieza una iniciativa u obra siempre debe purificarse, porque si con el tiempo no se maduran las razones, la adhesión decae. El esfuerzo y el sacrificio, en este sentido, son una ayuda para madurar nuestras decisiones. Hay que obedecer a la realidad, pues en ella el Señor se manifiesta. Lo que hacéis lo ha suscitado Él, y Él también debe guiarlo. Si no, se convierte en un proyecto vuestro y entonces sirve de poco. Cuidad las relaciones que se van suscitando. Sean ocasión para ir tejiendo una red de relaciones que favorezcan la creación de un pueblo, que se define por un ideal común y una construcción común. Que cada encuentro sea ocasión para abrazar la humanidad que encontréis, como hizo Cristo con los que fueron sus contemporáneos. Fue ese abrazo el que dilató esta humanidad verdadera y bella que nos ha alcanzado también a nosotros».
Primer hecho. 12 diciembre 2008. Salón de actos del Colegio Newman. Proyección del reportaje sobre “las mujeres de Rose”, una enfermera, miembro de la ONG AVSI, que en Uganda asiste a los enfermos de sida. Empieza el acto con una canción: The things that I see (Las cosas que veo) que narra la curación del ciego de nacimiento. Jesús le cura y él va contando a todos lo que le ha sucedido. Lo mismo que les ha pasado a estos amigos. Un hecho.
César comenta brevemente el vídeo: «Estas mujeres nos enseñan de manera admirable que se puede vivir con un sentido incluso en circunstancias muy duras. Estamos incapacitados para afrontar solos el sufrimiento, y por eso normalmente tratamos de censurarlo. Ver hechos como estos demuestra que no existe ninguna circunstancia, por muy negativa que sea, que pueda impedir que Dios actúe». Vicky, la protagonista del vídeo, recuerda las palabras de Rose: «¿No sabes que tu vida tiene un valor más grande que tu enfermedad?». ¿Y por qué? Porque somos una relación con el infinito. Ante Rose y estas mujeres africanas asistimos a la derrota del sida: «la vida tiene un valor y la protegemos incluso si faltan dos días o diez para morir. Merece la vida vivir porque somos amados. Y ves que, cuando escuchan ciertas palabras, al día siguiente empiezan a cantar con las demás, otro día se arreglan el pelo o se cosen un vestido. Sin uno no conoce el valor de su vida, incluso la vacuna sería inútil».
Las cincuenta personas que asisten al acto son una gota en el mar de la sociedad, pero corre un aire nuevo, un soplo de esperanza.
Segundo hecho. 14 febrero 2009, a las 12:00 horas. Salón de actos del Colegio Newman. Carlos, un amigo sordomudo que se está quedando ciego, nos cuenta el milagro de su vida, llena de esperanza y de fe.
Carlos empezó así su testimonio: «Estoy casado, tengo dos hijos, soy ingeniero industrial, llevo 18 años en CL siendo educado en la fe. Llevo toda mi vida enfrentándome al Síndrome de Usher, un síndrome que me produce sordera, ceguera y problemas de equilibrio. Soy sordo de nacimiento y me estoy quedando ciego poco a poco; se trata de una enfermedad degenerativa incurable».
A continuación, contó cómo, peregrinando a Medjugorje, recibió la gracia de una fe renovada: «¿En qué consiste mi cambio? Se me ha concedido la luz que es la fe, que resplandece aunque yo no vea, porque es el mismo Jesucristo. Hace dos años me hice un implante coclear porque quería oír a mis hijos. La operación no salió bien. ¿He perdido la esperanza? No. Yo pensé: “Si Tú, Señor, lo quieres así, lo acepto; yo te prefiero a Ti más que a mi visión porque tú eres la luz de mi vida”. Si yo oyera estaría contento, pero no significaría que esto, automáticamente, me acercaría a Cristo. ¿Cuántos de vosotros oís y veis bien y os quedáis encogidos en la vida? ¿Dónde puede poner uno su esperanza? La felicidad de tener curados mis ojos y oídos es pasajera. El amor del Señor es para siempre».
En Barcelona. Lo mismo que ocurrió en Barcelona, donde padres, profesores, alumnos y antiguos alumnos pudieron escuchar el testimonio de Memé, una chica de 28 años que vive en silla de ruedas, y que sólo puede mirar y hablar. El resto de su cuerpo no la obedece. Pero, ante los 220 asistentes, dijo: «A mi vida no le falta nada, yo vivo una vida plena. Sigo pidiendo cada día la curación, pero si no me curo en esta vida lo haré en la vida eterna». No hubo preguntas, porque ante un hecho así sólo cabe un silencio conmovido.
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