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Huellas N.2, Febrero 2009

INMIGRACIÓN - Casa San Antonio

Por los frutos los reconoceréis

Ángel Misut

Una cena navideña en los locales de una parroquia de Fuenlabrada (Madrid) reune a setenta mujeres, la mitad de ellas inmigrantes. Tienen la oportunidad de escuchar los testimonios de Pilar Ortiz de Urbina, Presidente del Centro de Solidaridad, de Turia, una mujer natural de Tánger, Lourdes, de Bolivia, y María Luisa, una de los voluntarios de la Casa San Antonio, que organizaba el acto

El 5 de diciembre algo más de setenta mujeres se reunieron en una cena para hablar de inmigración. Habían sido invitadas a este encuentro por la Casa San Antonio (promovida por la Asociación San Ricardo Pampuri) a través de su programa de sensibilización “Pasión por el hombre. El respeto a la diferencia”.
Ana Salas, presentadora del acto, atribuía el protagonismo femenino a que «hoy en día es la mujer la que soporta la realidad familiar, y estamos convencidas de que es más fácil dar pasos en el terreno de la integración a través de ella».
La mitad de las asistentes eran inmigrantes, algunas marroquíes, otras subsaharianas y las demás sudamericanas. Un equipo multicultural de camareros sirvió la cena: cuatro italianos, un mozambiqueño, un congoleño, un chileno y varios españoles. Aunque de las más diversas edades y condiciones, todos ellos se volcaron para agasajar a las asistentes.

El origen. A los postres, Ana explicó el origen de la Casa de San Antonio: «Se trata de una obra promovida por un grupo de amigos, con la que queremos responder a las necesidades de los más pobres. No lo hacemos por ser mejores que los demás, porque no lo somos. Lo hacemos porque estamos agradecidos por lo que ha sucedido en nuestras vida. Hemos sido abrazados, somos conscientes de que Dios ha tenido misericordia de nuestra insignificancia y eso nos proporciona una gran alegría, que queremos compartir con los más necesitados».
Ana habló también de cómo la Casa de San Antonio pretende ofrecer una integración sin condiciones ni cálculos. Una integración que pasa por un abrazo, sin pretensiones, a nuestros hermanos venidos de otras tierras. «No somos ni héroes ni santos. Tan sólo personas que han aprendido que para abrazar hay que sentirse libre. Y es realmente libre el que no tiene ningún privilegio que defender». Finalizaba resaltando la necesidad de educar para evitar el racismo, sin tener que inventarse nuevas estructuras, porque ya existen las necesarias, es decir, la familia y la escuela: «Potenciemos la familia y la escuela para formar jóvenes libres, no seres adoctrinados que serán víctimas de cualquier alarmismo intencionado».

Cuatro testimonios. Al terminar su introducción, la presentadora del acto fue dando paso a cuatro mujeres, dos inmigrantes y dos de españolas. El descubrimiento de la noche fue Pilar Ortiz de Urbina, Presidenta del Centro de Solidaridad que ofreció un testimonio demoledor, en el que contaba su experiencia personal y el origen del Centro de Solidaridad. «A mí lo que mejor me sale es dar gracias a Dios, porque me siento una persona preferida», comenzó diciendo Pilar. Y para evitar que alguna pudiera pensar que esto se debe a que tiene trabajo o a que está en casa con su marido, comenzó a narrar sus inicios con los más necesitados y cómo dejó su puesto de funcionaria para “echarse al monte”. «Yo empecé a trabajar a los dieciséis años y después hice unas oposiciones y me coloqué en un centro oficial. Ganaba dinero pero me pasaba el tiempo pensando en la hora de la salida, y diciéndome a mí misma… ¡con lo que pasa en la calle, con la cantidad de personas que pasan necesidad! Hasta que conocí a una persona que valoraba la grandeza que tiene la vida mucho más que yo, y que me dijo: “No te fatigues tanto. ¿Es necesario que estés ahí? ¿No podrías ganar algo menos y ser más feliz?”. Yo respondí afirmativamente y entonces mi interlocutor insistió: “A ti Dios te ha dado el don de la generosidad hacia las personas y como para ti es un don, no es un sacrificio dedicarte a ellas sino un gozo. Dedícate al voluntariado”».

¿Qué hacemos? Definió el Centro de Solidaridad como una ONG que trata de acompañar a las personas una por una. Pilar habló de cómo el Servicio Regional de Empleo de la Comunidad de Madrid, después de dieciocho años de incesante actividad, les ha asignado una subvención para atender a mil personas inmigrantes en un año: «Yo me eché las manos a la cabeza ¡Mil personas en un año! No seremos capaces. ¿Qué hacemos?, continúa Pilar. Ayudarles y acompañarles para que descubran el sentido de la vida, que no se trata de tener dinero y más o menos cosas bonitas, sino saber para qué vives; si la vida no tiene sentido, cuando llegan los problemas graves uno se pregunta: ¿de qué me sirve sufrir? En cambio, si eres consciente de que Dios te está dando la vida en cada momento, eres capaz de transmitirlo a otros y puedes enseñarles el sentido de las cosas».
Pilar reconoce que las cosas se están poniendo difíciles porque cada vez hay más necesidad. Por ello tienen también un plan de formación y ofrecen asesoría jurídica. «Tratamos de formar en aquello que el mercado necesita. Procuramos formarles en algo que les proporcione alguna salida, porque cada vez es más difícil encontrar trabajo».
El Centro de Solidaridad ha pasado de atender a unas 350 personas, a superar la cifra de 700, indicador ineludible de que el paro se incrementa rápidamente. Pero no sólo de trabajo vive el hombre y en el Centro de Solidaridad se desarrollan también actividades recreativas, «porque la persona necesita comunicarse y tener amigos».

Tu nombre en el cielo. La actividad de Pilar y su Centro de Solidaridad ha sido trepidante durante todos estos años, en los que no pierde oportunidad para reconocer la acción de Dios sobre su vida: «Hace diecinueve años trabajaba con enfermos de esclerosis múltiple, y ahora mi hija padece esa enfermedad… En aquel entonces formé en Madrid una asociación para luchar contra esta enfermedad. Como yo no soy médico, lo único que hacía era ayudar a las familias de los enfermos a que no sufrieran tanto y encontraran motivos para no perder la esperanza. Intentaba ayudarles, pero ahora me toca a mí, y pienso: ¡Qué grande es Dios! Yo había compartido tantas situaciones parecidas estando con familiares de un enfermo. ¡Dios me ha ido preparando! Me emociono ahora por lo que ha hecho el Señor conmigo con tanta ternura; aunque tengo una hija con esa enfermedad, el bien que recibo es mayor. Es muy doloroso ver a tu hija sufrir, pero también es un consuelo ver que el Señor te dice: “Date cuenta de que te quiero, que Yo estaba ya antes contigo, que tu nombre lo escribí en el cielo –¡qué preciosa canción! ‘Avevi scritto giá il mio nome lassú nel cielo’– antes que tú existieras yo escribí tu nombre allí para siempre”». Es ésta la certeza que sostiene a Pilar en su trabajo en el Centro de Solidaridad: «Yo soy feliz viendo lo que el Señor me da. Si no fuera así, en dieciocho años ya me hubiera cansado».

Turia. Tras la conmoción que Pilar provocó en el auditorio, llegó el turno de intervención de Turia, una mujer marroquí, natural de Tánger que llegó a España tras una experiencia familiar muy dura, en busca de una esperanza para sus hijas, que hoy tienen 22 y 18 años.
Turia, nerviosa y emocionada, cuenta algunos detalles de su historia: «Vine sin papeles y me trataron muy mal en el trabajo. Murió mi madre y no pude ir a verla. En ese momento no tenía a mis hijas a mi lado y la situación era muy dura. Cuando logré arreglar mis papeles pude traer a mis hijas. Cada una ha aprendido un oficio. Una de ellas está trabajando como peluquera, pero la otra no tiene todavía trabajo. Aún está esperando. Estamos en crisis y hay que trabajar en lo que sea».
Turia fue intercalando estas pequeñas dosis de realismo con sus agradecimientos a la ayuda que está recibiendo. Pero en un momento dado, la emoción pudo con ella y la obligó a finalizar su alocución: «No puedo seguir hablando. Sólo quiero decir de nuevo gracias por todo lo que estáis haciendo por nosotros».

Lourdes y María Luisa. El siguiente testimonio correspondió a Lourdes, una mujer boliviana que inició su intervención reconociendo la sorpresa que le había causado la convocatoria. Lo que había oído hasta el momento había hecho mella en ella: «No estoy acostumbrada a contar mi experiencia. Nunca he hablado en público. Pero también reconozco que es una buena oportunidad para entablar nuevas relaciones.
No es la primera vez que nos reunimos y es un gran gozo poder conoceros a todas».
Lourdes no puede quejarse de su estancia en España. Ha conocido algunas españolas que le han tratado muy bien, aunque siempre se llega a un punto en el que «hacen sus diferencias y tú terminas siendo la de fuera». Lourdes, que contactó con la Casa de San Antonio para pedir ayuda, ve cómo se están multiplicando sus relaciones, tanto con españolas como con otros inmigrantes.
Al igual que sus compañeras, Lourdes reconoció que la situación es difícil, pero sus palabras mantienen un halo de esperanza: «Yo, ahora, no tengo trabajo, pero mi esposo sí. De una forma u otra, siempre necesitamos ayuda, bien sea moral, o con algo de ropa o alimentos».
Lourdes, también emocionada, terminó su intervención reconociendo la importancia de la ayuda familiar ante una situación de dificultad. En su caso concreto, la venida de sus hermanos ha supuesto un apoyo adicional al que ya disponía con su esposo.
El último testimonio de la noche fue el de María Luisa, una de las voluntarias de la Casa de San Antonio, que trabaja como enfermera en Salud Mental. Su intervención se centró en su relación con inmigrantes a través de dos polos diferentes: su trabajo, que a menudo la pone en contacto con enfermos venidos de otras tierras, y los cuidados de sus padres, para los que se ha visto necesitada de contratar personas inmigrantes. En ambos casos pudo descubrir en el día a día el valor de lo que la Casa de San Antonio reclama a sus voluntarios, es decir, que nuestra acogida y caridad son sólo una consecuencia del amor incondicional que nos ha alcanzado.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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