Fue una de las primeras alumnas en el Berchet. Después, durante 40 años, no se volvieron a ver hasta que, un día… Cuatro años después de la muerte de don Giussani, Milene Di Gioia cuenta la amistad extraordinaria «que me ha devuelto la fe»
Conocí a Milene Di Gioia en 1997. Giussani me pidió que la buscara para encargarle la recopilación en un libro de una serie de meditaciones suyas. Se trata de breves comentarios a los Salmos, a los himnos litúrgicos y a las oraciones de la Iglesia, en los retiros de los Memores Domini. Se publicaron en el año 2000 dos libros: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? y Toda la tierra desea ver tu rostro, en la Editorial San Pablo. Milene se ocupó de la redacción de los dos textos y firmó los prefacios.
Hoy, cuatro años después de la muerte de don Giussani, nos habla de una historia que comenzó en los pupitres de una clase, cuando Milene estudiaba en el Liceo Berchet en el curso escolar 1953-54, en el grupo C. Tuvo como profesor a don Giussani. Después, durante largos años, la relación se interrumpió. Habla de ello con pudor: «Me da cierto respeto recordar mi relación, antigua y azarosa, con la figura de don Giussani y sus escritos. Esto me supone hacer un balance, reconocer cuáles han sido y son los vectores de mi vida».
Así contó don Giussani, a comienzos de los años 90, su primer encuentro con ella: «Cuando enseñaba en primero de Bachillerato iba desde mi casa al Berchet con un tocadiscos bajo el brazo […] y, con el fin de demostrar la existencia de Dios, hacía escuchar a mis alumnos obras de Chopin, de Beethoven… Uno de los primeros conciertos que escuchamos fue el Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61, en la interpretación de David Oistrakh… Este concierto tiene un refrain que yo llamo “de la comunidad”: toda la orquesta entra y repite la misma melodía, pero en tres ocasiones el violín, que representa la individualidad, se escapa haciendo una fuga y va por su cuenta hasta que, cansado, vuelve a ser recuperado por el tema melódico de toda la orquesta, que cierra la pieza. Tras escuchar el concierto, en el aula de aquella clase de primero E [en realidad era el grupo C, ndr.] donde reinaba un silencio absoluto, una chica que estaba sentada en el primer banco de la derecha, y que se llamaba Milene Di Gioia –la recuerdo todavía–, rompió a llorar de repente, sin poder contener las lágrimas. Dejé que la música siguiera adelante un poco y luego dije: “¡Qué bien se entiende la diferencia entre alma y alma, entre sensibilidad y sensibilidad, entre còre y còre!”. Ciertamente, los demás no habrían podido llorar. Desde entonces este pasaje se volvió más significativo para mí. La conmoción, el anhelo que produce el tema fundamental –un anhelo capaz de hacer prorrumpir en llanto a una sensibilidad como la de Milene–, es un emblema de la espera de Dios que el hombre alberga» (L. Giussani, ¿Se puede vivir así?, Encuentro, p. 218).
«No recuerdo nada más de ella –dijo un día don Giussani–, ni siquiera su fisonomía. Mi recuerdo se detuvo en aquel sollozo: un recuerdo vivo, fijo en ese instante. Durante cuarenta y dos años, cada vez que llegaban las vacaciones, le pedía a los chicos que intentaran localizarla en las listas de teléfonos de todas las regiones de Italia. En cuarenta y dos años no conseguimos encontrarla» (L. Giussani, La autoconciencia del cosmos, Encuentro, Madrid 2002, p. 93).
Hasta que llegó a aquel día de finales de marzo de 1996 que, con Camus, podemos designar como ese “día espléndido”. Habían localizado a su antigua alumna y la habían invitado: «A las siete y media de la tarde fui a recibirla a Gudo y, cuando entró con el numeroso grupo que la esperaba en la puerta, no me costó reconocerla: ¡estaba igual! (…) Ayer se lo contaba a los chicos de la casa de vía M. y les decía: “He estado esperando cuarenta y dos años para ver a una chica de dieciséis. ¡Cuarenta y dos años buscándola! Para que luego digan que la virginidad es algo que hace olvidarse de la mujer. ¿Podéis imaginar algo parecido? No, no podéis”. Y lo que ha hecho posible la espera durante cuarenta y dos años ha sido algo sencillo, totalmente positivo, en definitiva, ¡un don de Dios! Además, absolutamente gratuito, totalmente gratuito, sin esperar nada a cambio. ¡Cuarenta y dos años! ¡Parece de cuento!» (La autoconciencia…, pp. 94-95).
Milene conserva una imagen muy viva de aquella tarde de marzo: «No sabía bien a dónde iba… y luego ese camino hacia Gudo por carreteras tortuosas en medio de la niebla; fue una auténtica aventura. Nada más llegar, todos me hicieron una gran fiesta. Me sentí como el hijo pródigo que volvía a casa después de muchos años». El hilo subterráneo de esta historia volvía finalmente a la superficie. Milene recuerda que «durante una conversación después de nuestro primer encuentro, le dije a don Giussani: “Quiero hacer algo”». Poco tiempo después nació el proyecto de los libros al que me refería al comienzo.
Milene, para muchos seguidores de CL tu nombre está ligado al episodio de Beethoven que acabamos de recordar. ¿Cómo conociste a don Giussani?
Me resulta difícil limitarme a un episodio. Mi primera impresión fue que nos conocíamos desde siempre, que él hablaba de Algo que nos unía. Recientemente he descubierto una expresión que él solía repetir, una expresión un tanto misteriosa para mí y al principio un poco sospechosa: la correspondencia con las expectativas del corazón. Creo que se trataba de esto.
¿Qué es lo que más te llamó la atención?
En el plano personal me llamaron la atención dos características: por una parte, su extraordinaria energía, dirigida a la acción y al mundo, y por otra, su amabilidad generosa, la ternura sin rastro de sentimentalismo que le movía.
La RAI dedicó un programa a don Giussani con ocasión de sus 80 años. Un antiguo alumno, en la actualidad conocido periodista y escritor, insinuó que de alguna manera Giussani, aprovechándose de su fuerte personalidad, quería adueñarse de la libertad de los alumnos…
Por lo que a mí respecta puedo decir que había algo implícito en su forma de dirigirse a nosotros, que era como si dijera: ¡la aventura es tuya!, ¡sé libre! Con don Giussani saboreamos el desafío a confiar en la realidad y, a la vez, una relación sin pretensión alguna. Ahora sé que la suya era la forma de amor más auténtica: apertura al Misterio, al Destino en última instancia bueno de cualquier hombre.
¿Qué recuerdo tienes de él en el Berchet?
Ya entonces me fascinó la profundidad y la amplitud, el aspecto sapiencial de su saber, que hacía del lenguaje cultural algo siempre vivo y creativo, en un impacto directo con los que le escuchábamos. Desde entonces, por ejemplo, para mí la música es más un hecho de comunión coral que un simple disfrute individual.
Durante cuarenta años os perdisteis la pista. ¿Qué pasó después de aquella breve experiencia en Gioventù Studentesca?
Pasé varios años alejada a causa de compromisos familiares y profesionales. Hasta que un día, mientras leía en un periódico algunas noticias relativas a la obra de don Giussani, tuve la percepción clara de que nuestra relación no había terminado, ¡volveríamos a encontrarnos! Enseguida me quedé tranquila y contenta por esta absoluta certeza. Después, escuché una conferencia suya en el teatro San Bábila de Milán, en el invierno de 1992 (una conferencia multitudinaria sobre el tema “Fe y moralidad”, organizada por el Centro Cultural San Carlos, ahora CMC; ndr.), aunque todavía no conseguí encontrarme con él.
A mediados de los años 90, os volvisteis a ver. ¿Qué conservas de don Giussani?
La conciencia de un vínculo, arraigado en la adolescencia, que se cumpliría en la madurez de los años y de las pruebas, y me devolvería el rostro de Jesucristo. La amistad. Y la fe en la fidelidad de Dios. Jamás desconfié de Él, llegando a comprender ahora que es Él el que dispone de toda circunstancia.
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