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Huellas N.2, Febrero 2009

ACTUALIDAD - Israel

¿Quién nos puede dar el don de la paz?

a cargo de Giorgio Paolucci

De momento la guerra de Gaza se ha detenido, pero permanecen los interrogantes: ¿Existe una salida para este conflicto? ¿Y qué pueden hacer los cristianos? Entrevista al padre PIERBATTISTA PIZZABALLA, Custodio de Tierra Santa

No hace mucho que se han apagado los fuegos de la guerra en Gaza y en Israel, pero las preguntas de fondo permancen con todo su dramatismo. ¿Cómo salir de la oscuridad de la violencia y el odio, de los vetos cruzados de los gobiernos? ¿Qué papel pueden jugar los cristianos de la región en esta difícil situación? El franciscano Pierbattista Pizzaballa, un bergamasco de 44 años que fue nombrado en 2004 Custodio de Tierra Santa, mira desde Jerusalén los acontecimientos de estas semanas, manteniendo viva la esperanza en la paz. Y subraya el realismo y la racionabilidad de las palabras de Benedicto XVI.

Incluso en la fase de la “posguerra” parece que asistamos a un diálogo entre sordos, y por lo demás, la situación es tan compleja que nadie puede presumir de tener la fórmula mágica que resuelva la crisis. ¿Cuáles son las condiciones imprescindibles para reanudar la búsqueda de una paz duradera?
La primera condición es el cese de todo tipo de violencia, la de los ejércitos o la de las milicias. Si no callan las armas, toda negociación está llamada a romperse. También es necesario hablarse, reconociendo la legitimidad de los respectivos interlocutores. En este sentido, es fundamental el papel de los mediadores y la diplomacia. En el mundo árabe está Egipto, que puede jugar un papel clave, por la autoridad que tiene reconocida en el Oriente Medio. En occidente, serán significativos los primeros movimientos de la nueva administración norteamericana, que siempre ha tenido mucha influencia sobre Israel, mientras que Europa puede ejercer su acción de mediadora sobre todo en lo referente a los palestinos, si bien debe ser capaz de moverse en una dirección unívoca y no sin orden ni concierto, como sucede a menudo. Por último, está la ONU, por su autoridad super partes, aunque por otro lado haya perdido credibilidad en esta área. El trabajo de la diplomacia, de todos modos, es una condición necesaria, pero no suficiente. Para construir una paz duradera hace falta algo más.

¿Qué hace falta, entonces?
En estos últimos años se han producido laceraciones profundas y es necesario hacer cuentas con resentimientos muy fuertes y endurecidos con el tiempo. Los esfuerzos de la política deben estar apuntalados por un trabajo al nivel de la sociedad civil, por el desarrollo de una mentalidad nueva en el que los agentes educativos y los medios de masas pueden jugar un papel determinante. La inmensa mayoría de los israelitas y de los palestinos está cansada de la violencia, de la precariedad con la que viven el presente y de la inseguridad acerca de su futuro. En ellos crece el deseo de paz, pero sus gobiernos, hasta ahora, no han sido capaces de dar respuestas sólidas y duraderas a este deseo.

Benedicto XVI ha intervenido en muchas ocasiones solicitando una acción multilateral para lo que ha definido como una «difícil pero indispensable reconciliación». Y pide que se rece incesantemente suplicando el don de la paz. ¿Es realista la postura del Papa?
Si miramos lo que ha sucedido las semanas pasadas, resulta evidente que la lógica de la prevaricación y la venganza no lleva a ningún lado y empeora las cosas. Que haya una salida depende de que estemos dispuestos a abrazar una lógica que supera la lógica humana. Y la oración nos educa en esto. Pedir por la paz no es un signo de resignación, sino al contrario: nace del deseo de un cambio que actúe en lo más profundo de los corazones, al tiempo que reconoce que el cambio sólo puede venir de Otro, capaz de mover los corazones de los hombres. Otro que está presente y que es el protagonista de la historia. De Él puede venir la capacidad de generar la convivencia con el que es “otro distinto de ti”. A la luz de todo esto, es evidente que la posición de Benedicto XVI lleva la marca de un realismo verdadero, porque tiene en cuenta todos los factores en juego, desde el compromiso necesario de los organismos internacionales y la necesidad de atajar los problemas que llevan tiempo sin resolver sobre la mesa de las negociaciones, hasta el nivel de la persona singular.

¿Qué eco han tenido en Tierra Santa las declaraciones del Papa? ¿Y qué papel pueden desempeñar los cristianos que, en el área del conflicto, aparecen como vasos de barro entre vasos de hierro?
La Iglesia universal, y en concreto la palabra del Santo Padre, se escucha a menudo en el Oriente Medio y goza de un gran prestigio. Hay un reconocimiento casi unánime de que la postura de la Santa Sede y su acción diplomática son movimientos que nacen de un sincero deseo de colaborar con la pacificación de la zona y con la reconciliación de los ánimos. Aquí, en Tierra Santa, los cristianos son una presencia cada vez más reducida y con muchas connotaciones étnicas, debido a que está formada en su mayoría por palestinos. Eso, entendámoslo, no quiere decir que no tengan influencia alguna. Por el contrario, pueden jugar un papel importante.

¿Cuál sería este papel?
Ante todo la decisión de estar, de permanecer como semilla de una vida nueva, encarnando la lógica del Evangelio: una lógica que no excluye al otro, sino que lo considera parte de un único proyecto de salvación. Con su postura, los cristianos atestiguan que siempre es necesario considerar a la persona como un sujeto que no se puede reducir a ningún esquema o proyecto político. Y esto se concreta en las numerosas obras de caridad y educación que se relacionan con la Iglesia Católica y las demás confesiones cristianas. Las escuelas gestionadas por la Custodia de Tierra Santa, y por otras congregaciones religiosas, gozan de un prestigio que se ha ido sedimentando durante largos siglos de actividad, y que da fruto en los resultados que consiguen los estudiantes tanto a un nivel cultural como profesional. Miles de musulmanes frecuentan estas escuelas, que constituyen un importante laboratorio de convivencia que propone y testimonia valores decisivos en un contexto como el de Oriente Medio: el valor irreductible de la persona en todas sus dimensiones, la libertad, los derechos humanos, la dignidad de la mujer, el respeto al otro, el rechazo a la violencia. Todo ello deja una huella imborrable en las mentes y los corazones de los jóvenes que frecuentan las escuelas, y contribuye a crear y difundir una mentalidad nueva. No nos engañemos, no hay nada automático: no fabricamos autómatas, y la libertad es soberana en el corazón de cada hombre. Pero si un chico musulman y uno cristiano crecen juntos durante años como compañeros de clase y aprenden a conocerse y estimarse, de adultos estarán más preparados para luchar contra los prejuicios y los recelos, y para aportar ladrillos con los que levantar un edificio común. Cada día, en nuestras obras, se va a una escuela de convivencia: es un reto diario, que contribuye a crear un terreno fértil para el crecimiento de “hombres nuevos”, algo de lo que tenemos mucha necesidad.

Hay quien teme la desaparición de los cristianos de Tierra Santa con el paso de algunas décadas. ¿La Tierra Santa podría quedar reducida a un museo arqueológico del cristianismo?
Las tendencias demográficas ponen de manifiesto que nuestro peso específico sobre el total de la población, en relación a los musulmanes y los judíos, sigue disminuyendo. E incluso se hace cada vez más difícil mantener la presencia en el territorio, debido al riesgo creciente de que las propiedades inmobiliarias de los cristianos sean adquiridas por otros. Pero no creo que los cristianos lleguen a desaparecer del todo, que lleguemos a la “museificación”. Es más probable que asistamos a una reducción progresiva de su incidencia porcentual. Puede que su presencia pierda visibilidad y, quizá sea menos cualificada, especialmente en Belén.

Hay muchos que se preguntan qué pueden hacer por Tierra Santa. La respuesta más simple es “rezar y peregrinar”. En 2008 se registró un fuerte aumento del flujo de peregrinos, tanto de Italia como de otros países. Sin contar con el evidente apoyo económico que se deriva de las peregrinaciones, ¿qué representan éstas para los cristianos que viven en los lugares donde vivió Jesús?
Las peregrinaciones son el testimonio del afecto que la Iglesia universal siente por ellos, les ayudan a vencer la marginación y el sentido de soledad (y en ocasiones de “acoso”), a concebirse parte de una gran familia. Y no rara vez, les ayudan a levantar la mirada de las envidias y las luchas entre los cristianos locales, que amenazan con debilitar la conciencia de su unidad, el gran don que hemos recibido y que estamos llamados a testimoniar ante los hombres. Los encuentros entre los peregrinos y las comunidades que viven aquí, los hermanamientos que nacen y se consolidan con las diócesis, asociaciones y movimientos, el sostenimiento desde la distancia de los proyectos educativos y de caridad: todo esto crea una trama de relaciones y obras que alimenta la confianza de los cristianos de Tierra Santa en el futuro y les ayuda a sentirse parte de un designio providencial. Es un dique contra la recurrente tentación de emigrar, combate el pesimismo y alimenta la esperanza, contribuyendo a hacer que nuestros hermanos sean una realidad vital en la tierra donde el Misterio se hizo hombre.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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