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Huellas N.7, Julio/Agosto 1999

EDITORIAL

Juicio y libertad

En vacaciones se dejan de hacer muchas tareas. Dejamos (casi siempre) de trabajar, dejamos (casi siempre) el estrés, dejamos (casi siempre) de ver las caras y las calles que vemos todos los días.
Sin embargo, vayamos donde vayamos o hagamos lo que hagamos en vacaciones, hay algo que no se puede dejar de hacer. Por fortuna, no se puede dejar de juzgar, es decir, de realizar ese ejercicio que hace que un hombre sea hombre y que le permite ser libre.
Es cierto que se puede decidir reducir al mínimo también esta actividad. Pero la decisión de dar vacaciones a la razón con las evidencias y exigencias elementales que la constituyen - aquello que la Biblia llama "corazón" -, es en sí misma un juicio. Equivale a decir: durante un tiempo renunciemos a lo humano, casi esperando conseguir así un poco más de tranquilidad. Lo cual, más allá de las intenciones y de las formas, significa abrir la puerta a la violencia y a la barbarie. No es casual que en estos últimos meses Juan Pablo II haya repetido que su llamamiento a la paz en los Balcanes venía "dictado no sólo por la fe, sino ante todo por la razón". De la misma manera, se puede echar a perder el tiempo "bárbaramente" y dejar pasar los días en una violenta desidia de uno mismo, en el fondo indiferentes a todo y a todos, y, por tanto, incapaces de encuentro y de memoria.


Dar vacaciones a la razón equivale a suspender la relación con la realidad, renunciando a lo que hace del hombre un hombre: la capacidad de darse cuenta de lo que sucede. Sin esto, se acaba "bebiendo" de lo que otros imponen día y noche como verdadero, justo y bueno; en una palabra, vivimos alienados.
El tiempo de vacaciones - que nos deja más libres que en las circunstancias habituales - pone en evidencia lo que nos interesa de verdad, qué mirada tenemos hacia la realidad. Resumiendo, cómo juzgamos las cosas.
Desde esta perspectiva, el lema del Meeting de Rímini no es sólo un eslogan provocador, sino una poderosa sugerencia: "Lo desconocido produce miedo, el Misterio provoca estupor".
¿Qué vemos cuando miramos a nuestro alrededor? ¿No somos todos un poco como esos hombres del Evangelio de los que Jesús de Nazaret decía que tienen ojos y no ven? Y, aún más, ¿qué juicio interviene cuando miramos?
Ésta es la pregunta apasionante, la que no abandona jamás el corazón del hombre vivo. Y, por tanto, no abandona el corazón del bautizado, del hombre cristiano, como recordaba don Giussani en su intervención en el congreso de los Obispos sobre los movimientos. El cristiano, en cualquier época del año y de la vida, ante cualquier circunstancia "es un hombre que percibe cómo la eternidad está al acecho en cada apariencia".

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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