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Huellas N.6, Junio 1999

PICCININI

El trigo maduro y la pequeña semilla

Laura Cioni

Las vicisitudes de Anna Vercors en La Anunciación a María iluminan los acontecimientos grandes y dolorosos que han golpeado a todo el movimiento. También hoy es el padre el que señala el punto al que mirar


La noche del 25 de mayo, Alberto, Giancarlo y Giorgio vuelven a Italia después de la presentación del segundo libro del "Curso Básico de Cristianismo" en la ONU. Esa misma noche otro retorno, dolorosísimo: el de Enzo, en la Autopista del Sol, camino de casa, su destino cumplido. Es como un gran campo en el que amarillea el trigo maduro y desaparece la pequeña semilla que sólo Dios ve morir en el surco de la tierra.
"¡Alaba a tu Dios, tierra bendita, en las lágrimas y en la oscuridad! El fruto es para el hombre, pero la flor y el perfume de todo lo que germina es de Dios".
El fruto es la afirmación gloriosa, también ante los hombres, de una larga vida de amor a Cristo y la flor es recogida por la fuerza de un Misterio que guía todo hacia su verdadera morada. Así, una vez más, nuestra Fraternidad se descubre más unida, "segura de algunas pequeñas grandes cosas", en la alegría de una vida cumplida y en la conmoción de un grave dolor.
"El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Alabado sea el nombre del Señor": la palabra de Dios se expresa a través de los avatares de Job. Y no habría nada que añadir al gran silencio que las cosas verdaderas imponen. Pero, a veces, la voz de los poetas resuena como un eco o una profecía del carácter inexorable de los hechos con los que el Misterio lentamente se desvela a nuestra espera.
En La Anunciación a María de Claudel, Anna Vercors vuelve inesperadamente de Tierra Santa a su casa de Combernon y encuentra a Violaine muerta y junto a ella, a Jacques herido por un dolor que no puede soportar y a Pierre de Craon en el esplendor del abrazo a su vocación. El padre mira todo lo que ha producido su tierra en la alegría que precede a los largos meses de invierno: "¡Oh lugar verdaderamente bendito! ¡Oh seno de la Patria! ¡Oh tierra agradecida y fecundada! ¡Los carros que pasan por el camino dejan paja en las ramas cargadas de frutos!".
Cuántas veces nos hemos alegrado y hemos agradecido los frutos de una humanidad nueva en nuestra Fraternidad. Es como el anuncio bueno y la esperanza de una nueva reconstrucción de la familia humana y de la Iglesia, igual que ahora, en el momento en el que el sacrificio de la Doncella devuelve al rey y al padre a la patria del universo y se anuncia el Jubileo.
Anna revive los días lejanos de la belleza de su hija: "¡No te he perdido, Violaine! ¡Cuán hermosa eres, mi niña! ¡Y cuán hermosa es la novia cuando, en el día de su boda, se muestra a su padre en su vestido magnífico, con encantadora turbación! Camina adelante, Violaine, hija mía, y yo te seguiré".
Cuántas veces hemos evocado con estos y otros amigos los años de la universidad. Y he aquí el primero de nosotros que nos ha precedido. "Bendita sea la muerte en la que toda petición del Pater se cumple": de nuevo es el padre el que nos señala el punto al que mirar, en la aceptación de una paz recibida. Ese padre que le dice a Dios: "Tened piedad de los hombres, Señor, en este momento en que, habiendo acabado su tarea, se ponen ante ti como un niño al que examinan las manos. Las mías están libres... Hace poco aún había alguien conmigo. Y ahora mi mujer y mi hija se han retirado, quedo sólo para dar gracias ante la mesa preparada. Las dos murieron, pero yo vivo en el umbral de la muerte y un gozo inexplicable reside en mí".
Que quien hoy nos repite con su vida lo que las palabras del poeta han sugerido con pudor nos encuentre verdaderamente hijos, como Enzo ha sido y es verdaderamente hijo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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