La homilía del Arzobispo de Bolonia en la Basílica de San Petronio, durante el funeral de Enzo.
"Dios conoce los caminos que llevan a los suyos a una mayor y más decisiva fecundidad, y que transforman nuestras vidas en una energía redentora para el bien de todos nuestros hermanos"
"Mi alma está turbada" (Jn 12,27). Son las palabras de Jesús ante la inminencia de la terrible "hora" que concluiría su aventura terrenal. Son palabras que sentimos como nuestras en esta hora dolorosa e inesperada que estamos viviendo.
Ante el misterio de la muerte no es posible - para nosotros, pobres criaturas arrojadas en el enigma de la existencia - vencer la turbación. Además, ni siquiera fue posible para el Hijo de Dios. Ante cada muerte se agudiza la conciencia de cuán tormentoso e impenetrable es nuestro destino de hombres, seres deseosos de alegría, de paz, de vida y, sin embargo, fatalmente llamados al sufrimiento, a la ansiedad, a un final que parece acabar con todo.
Pero, sobre todo, estamos desconcertados ante esta despiadada suerte que, repentinamente, ha atrapado a nuestro queridísimo hermano, truncando una vida preciosa e intensa, anulando en un instante un patrimonio de humanidad extraordinaria, de riqueza espiritual, de entrega sin reservas, de proyectos y nobles propósitos.
También mi alma está turbada y sufre por la pérdida de un amigo: el amigo de los días serenos y reposados, y de los días cargados de trabajo; de los días animados por el mismo ideal de dar testimonio de Cristo y confortados por la pertenencia común a la Iglesia, y de los días entregados al mayor servicio del Reino de Dios, presente como Misterio en la historia. El alma de todos nosotros está turbada. Y al Señor, aunque ya nos dijo que vendría de forma repentina e inesperada, como un ladrón, nos surge pedirle cuentas por esta muerte como si fuera un robo. Un robo que ha herido afectos tenaces y profundos, que ha dejado un vacío que no se puede colmar y ha sumido a muchos en un dolor que no encuentra descanso.
Nos surge de forma natural e instintiva preguntar: ¿Por qué?, aunque sabemos que es una pregunta sin respuesta humanamente persuasiva.
En momentos como éstos, en la oración, imploramos que la palabra de Dios y el sacrificio de salvación que nos disponemos a renovar arrojen un poco de luz superior y algún consuelo.
Pedimos que se le conceda a Fiorisa, a sus hijos y a todos sus familiares la gracia de sufrir sin extraviarse y de continuar con valor, con el recuerdo de Enzo y con su ejemplo, el camino de la vida. Rogamos que en todos nosotros se reaviven en esta celebración las razones de la única esperanza que no defrauda. A todos nosotros: a don Giussani, que ha hallado y reconocido en Enzo un intérprete inteligente y un seguidor apasionado de su fuerte y original propuesta de adhesión al Señor Jesús, único sentido plausible y supremo de todas nuestras vicisitudes; a la Fraternidad y a todo el movimiento de Comunión y Liberación que llora a uno de sus más eficaces animadores; a cuantos han tenido ocasión de apreciar las dotes profesionales y el espíritu de entrega del médico y cirujano.
No exigimos entender, porque existen ciertas sombras dolorosas que nadie es capaz de disipar mientras estemos aquí.
Pero de la palabra de Dios que se ha proclamado en este rito, de la oración que elevamos al Padre en este templo, del sacrificio de Cristo que se realiza - es decir, de la inmolación del Hijo de Dios al que no se le ahorraron sufrimientos y que fue sometido también al dolor y a la ley de la muerte - recogemos un mensaje de victoria final, un anuncio de resurrección y una promesa de vida eterna que cambia todo y que ninguna desgracia puede vaciar o alterar.
Lo hemos escuchado en la carta de san Pablo: "Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante Él juntamente con vosotros. Y todo esto para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios" (2Cor 4,14-15). Solamente este mensaje, este anuncio, esta promesa pueden dar algún consuelo a cuantos hoy lloran. Pedimos ante esta prueba que se afiancen en nosotros la paz verdadera y la fuerza interior.
Una palabra de Jesús nos deja entrever la lógica de nuestro Dios - que es Padre del Crucificado del Gólgota - y nos ayuda a mirar hacia delante con corazón confiado y mirada serena: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).
Dios conoce los caminos que conducen la vida de los suyos a una mayor y más decisiva fecundidad, y que transforman nuestros dolores en energía redentora para el bien de todos nuestros hermanos. Con este convencimiento, el apóstol Pablo escribe con audacia: "Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
Nosotros depositamos hoy en los surcos de esta tierra "emiliana" el cuerpo mortal de nuestro amigo Enzo. Lo depositamos como una semilla; es decir, como una promesa y una certeza de renovada y dilatada vitalidad para el movimiento de Comunión y Liberación, para todo nuestro pueblo y para la entera familia humana.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón