Cuarenta años de presencia en Sicilia. Desde la Federación de los Universitarios de Acción Católica (FUCI) a GS, pasando por unas vacaciones en el puerto de Costalunga. El encuentro con una estudiante de Milán, el “radio” y la amistad con don Giussani: «Tenía el secreto que yo buscaba»
En 1999 se cumplen los cuarenta años de presencia de Comunión y Liberación en Sicilia. Este aniversario reaviva la memoria de los inicios de este pueblo, que tanta influencia ha ejercido en la situación eclesial, cultural y social de nuestra región. El sentimiento que prevalece es la gratitud, que quiero expresar también con este breve testimonio.
En aquel entonces yo era un joven sacerdote que acababa su doctorado en Filosofía, en la Universidad Gregoriana de Roma. Mis superiores, contando con mi preparación cultural, me habían confiado la tarea de dirigir la FUCI y enseñar en un liceo clásico de Catania. Sin embargo, en el intento de evangelizar a los estudiantes y universitarios percibía mi impotencia para hacer persuasivo el anuncio cristiano, que en el mejor de los casos se quedaba en mero objeto de investigación intelectual o de dialéctica de la razón.
Estaba muy desconcertado porque por una parte estaba convencido de la verdad del cristianismo, pero por otra no lograba hacerlo interesante para la vida de los chavales y para mis amigos. Tampoco sabía a quién plantear estos interrogantes en un contexto eclesial que en su mayoría seguía satisfecho de la presencia masiva de los cristianos en nuestro país. En efecto, estabamos a final de los años cincuenta.
Daba clase de religión mejor que yo
Tenía un muy buen amigo, monseñor Francesco Pennisi, que fue rector del seminario durante los años de mi adolescencia; era uno de aquellos con los que el Misterio se volvía amigo para mí. Pero, desde que le nombraron obispo de Ragusa, se esfumó del horizonte de mi vida y yo sufrí mucho por su ausencia: fue el primer gran dolor de mi vida.
Un día tres de mis alumnos me pidieron poder utilizar el salón para reunirse con una chica que había venido de Milán y que - decían - «daba clase de religión mejor que yo». Les entregué con gusto las llaves. Pero un día, muerto de curiosidad, quise acercarme. Me encontré con el salón lleno de gente que hacía lo que con el tiempo yo también aprendí a hacer: “il raggio”(se alude a raggio como la forma de reunirse propia de los de GS; ndt). La chica presidía el encuentro, daba la palabra a uno y a otro ordenadamente, y al final procuró hacer una síntesis. Era una chica alta y rubia de tan solo quince años. Escuchándola intuí que tenía lo que a mí me faltaba: un método de vida cristiana.
Al acabar le pregunté de quién había aprendido lo que decía y me habló de un tal don Giussani que le había dado clase de religión durante un curso (que correspondería hoy a cuarto de la ESO; ndt). Al año siguiente sus padres se trasladaron a Catania por trabajo. Me habló de la presencia de los cristianos en las escuelas de Milán y de cómo desde que aterrizó en Catania había intentado comunicar su misma pasión a otros estudiantes. En 1959 se había celebrado el Congreso Eucarístico Nacional en Catania y ella participó en las reuniones buscando a otros cristianos a quienes preguntarles por su fe y su presencia en las escuelas. Luego les había invitado a unas reuniones en su casa y, cuando siendo un centenar ya no cabían allí, había necesitado una sede que yo le cedí.
Un acontecimiento
Entonces le dije que quería conocer a don Giussani. La cita se fijó para el verano de 1960 durante las “vacaciones” de GS en el puerto de Costalunga.
Participé un solo día en esas vacaciones, pero bastó para ratificar mi primera intuición: ese hombre tenía el secreto que yo andaba buscando. Para explicarme cito una página de ¿Se puede vivir así?. Para describir la dinámica de la fe, Giussani dice que en el inicio está siempre «un hecho que sucede y tiene la forma de un encuentro. El impacto que este encuentro produce te permite descubrir algo nuevo, que no es el resultado de un razonamiento, ni de un itinerario, sino fruto de un encuentro, de algo que te toca».
Este pasaje expresa bien la diferencia entre el método de educación cristiana que había aprendido en el ambiente intelectualista de la FUCI y que había adoptado hasta entonces, y lo que practicaba don Giussani: la adhesión a la verdad no es el resultado de un razonamiento sino el fruto de un acontecimiento.
Intuí la razón del reto que él lanzaba con su presencia en esas vacaciones: retaba a los chicos a experimentar la “correspondencia” de la propuesta de Cristo con la propia humanidad; todo el mundo estaba invitado a comprobarlo en una unidad profunda entre la fe y cada acto de la jornada. Todo tendía así a convertirse en “gesto”, es decir, en una acción cargada de significado y de alegría, de plenitud, de “ciento por uno”. Todos estaban llamados a revivir la experiencia de los primeros discípulos, tal como se explicaba en un librito verde que me entregó al despedirnos, Huellas de experiencia cristiana: «Cristo era el único cuyas palabras abarcaban toda su experiencia humana [la de los discípulos], el único que tomaba en serio sus exigencias aclarando lo que tenían de inconsciente o confuso. Sus experiencias, sus necesidades, sus exigencias eran ellos mismos, esos hombres, su propia humanidad».
Interesante para mí
La propuesta cristiana que yo hacía no tomaba en serio la totalidad de lo humano, y por eso no podía ser una presencia persuasiva para aquellos a quienes iba dirigida. ¿Qué podía hacer?
Había tenido un “encuentro”, esto es, me había encontrado con alguien que había vuelto de nuevo interesante a Cristo para mí. Decidí permanecer fiel a ese encuentro para toda la vida.
Han pasado cuarenta años y puedo decir que a la fidelidad a ese encuentro va unida la verdad de mi rostro de sacerdote y mi fecundidad espiritual. He comprobado en mi experiencia el “peso” del carisma de don Giussani, es decir, cómo se impone por sí mismo. Mi tarea es la de “repetir” con fidelidad. Cuanto más lo repito, más compruebo su eficacia persuasiva; todas las veces que he intentado añadir algo mío como “criterio último” o “método”, he vuelto a caer en la ineficacia y confusión anteriores.
Cada día, en efecto, como el poeta Mario Luzi pone en labios de Ipazia, frente a este acontecimiento me siento “cansado y saciado”, y sin embargo, él se me presenta como “otro”, como algo distinto que todavía “tengo que comprender y hacer mío” en un proceso de identificación que no tiene fin.
Lo que sucede en mí se convierte en un motivo de certeza persuasiva que conmueve la vida de los que me rodean. Muchos cuya fe «se roe - utilizando otras palabras de Luzi - sin alegría, porque temen demasiado el cambio», han querido participar en esta aventura que conduce a una compañía más verdadera entre nosotros, porque vive en tensión hacia una persona viviente y presente, a través de la que se genera la unidad de un pueblo.
Me parece cada vez más evidente que no se trata de un “criterio metodológico” que asimilar y luego aplicar, sino de una “mirada” que aprender; y una mirada no se acaba nunca de aprender. l
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