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Huellas N.3, Marzo 1999

MISIÓN

Los guerrilleros y las 139 chicas

a cargo de Riccardo Piol

Entrevista a la hermana Raquel Fassera, misionera comboniana en Uganda. La guerra civil y la pasión por las chicas que se le encomendaron. Una ocasión dramática de profundización en su vocación


«La noche entre el 9 y el 10 de Octubre de 1996, hacia las dos y cuarto, más de cien rebeldes del Lord’s Resistance Army (LRA) invadieron nuestra escuela rodeando el dormitorio de las estudiantes; rompiendo la ventana, se llevaron a 139 de nuestras chicas, todas entre 13 y 16 años. Me es difícil expresar lo que nosotras, las hermanas y las niñas vivimos aquella noche. Sé que cuando vi aquel gran agujero en la pared del dormitorio dije a Sor Alba: «Yo les sigo» y ella: «Ve y que el Señor te guíe».
Quien habla es una mujer de 50 años, misionera comboniana en Uganda, vicepresidenta de la Escuela secundaria femenina de Aboke. Su nombre es Raquel Fassera, cremonesa de nacimiento y milanesa de adopción, llegada al corazón de África en 1985, a una región martirizada por infinitos conflictos que aún hoy golpean indiscriminadamente a hombres, mujeres y, sobre todo, a niños.
Su historia misionera comienza hace 17 años cuando deja el puesto de empleada en ENEL para adentrarse en una aventura que la llevará primero a Roma, después a América, a Eritrea y, más tarde, a Aboke, en el norte de Uganda. Mientras habla, se manifiesta una mujer sorprendente, una personalidad tan decidida como conmovida, marcada en profundidad por experiencias dramáticas, que en sus labios llegan a convertirse en milagros.
Pocos conocen las dramáticas circunstancias de Uganda. En el norte del país está la guerrilla desde hace 18 años.

¿Cómo vivís en Aboke esta situación?
Desde 1987, con la gente del lugar y los estudiantes vivimos en la inseguridad. En 1989 nuestra escuela fue atacada por primera vez por un centenar de rebeldes de Kony, el líder del Lord’s Resistance Army (LRA), y diez de nuestras estudiantes fueron raptadas. Desde entonces estamos obligados a convivir con esta situación. El LRA es el principal y más terrorífico de los grupos que atacan a los civiles para crear terror en el norte de Uganda. El 60% de sus “soldados” son chicos menores 16 años, raptados y enrolados a la fuerza. Con ellos son secuestradas también chicas para ofrecerlas como mujeres a los soldados: se calcula que, desde 1993, han sido raptados más de 8.000 niños. Sólo la mitad han conseguido huir y volver a casa.

En 1996 los rebeldes raptan 152 chicas de vuestra escuela: ¿cómo ocurrió?
El 2 de Octubre, a las dos y cuarto de la mañana, más de 100 rebeldes invadieron nuestra escuela y rodearon los dormitorios. Intentaron forzar los portones de hierro para entrar e iluminaban con antorchas las ventanas para ver quién había dentro. Las chicas estaban escondidas bajo las camas y nosotros, los profesores, estábamos fuera echados entre la hierba alta para que no nos encontraran y no nos obligaran a abrir las puertas. Los rebeldes rompieron las ventanas, abrieron un boquete en el muro y se llevaron a las chicas. Cuando comprendí lo que había sucedido decidí perseguirles. Pedí a uno de nuestros maestros, el más joven, John, que me acompañara y él me respondió: «Sí, vamos a morir por nuestras chicas». Iniciamos la búsqueda a las siete de la mañana. Caminamos por el bosque alrededor de tres horas y al final alcanzamos a los rebeldes. Nos apuntaron con los fusiles. Yo rogué al jefe que me devolviera a las muchachas, y él me dijo que le siguiera si quería que las chicas volviesen.

Entonces, ¿les seguisteis?
Caminamos varias horas y a las cuatro de la tarde llegamos a su campamento. Las muchachas estaban aterrorizadas, con la ropa rota, y no paraban de decirme: «¡Hermana, no nos dejes solas! ¡Hermana, ayúdanos, llévanos a casa!». Entonces fui a donde el jefe de los rebeldes y le volví a pedir que me devolviera a las jóvenes. Él me dijo que había raptado a 139 - sólo él sabía el número preciso - y que estaba dispuesto a darme sólo a 109. Me puse de rodillas delante de él y le pedí que liberase a todas, que me retuviera a mí en su lugar; pero él me obligó a señalar a las treinta chicas que debían permanecer con ellos, y yo tuve que hacer la elección. El dolor más grande de mi vida lo viví allí.
Una de las muchachas designada para quedarse con los rebeldes, se unió al grupo de las que debían venir conmigo; cuando me di cuenta, tuve que hacerle volver junto a las treinta muchachas que no volverían a casa; de haberla descubierto, los rebeldes habrían retenido allí a las 139 chicas. Aquella muchacha aún no ha regresado.

¿Qué sucedió cuando volvisteis con las jóvenes liberadas?
Llegamos a las once de la mañana siguiente; escenas de alegría se alternaban con escenas de desesperación: alegría para quien recobraba a la hija, desesperación para quienes aún las tenían en manos de los rebeldes. Durante los dos días siguientes nos movimos a pie y en bicicleta - los rebeldes nos habían robado el coche - para alcanzar a los guerrilleros del LRA. Junto con los padres habíamos experimentado una fuerza, una determinación a no perder el coraje, sino buscar todas las vías posibles para recuperar a nuestras jóvenes. Habíamos contactado con la autoridad militar, el presidente Museveni, las autoridades religiosas, la embajada italiana y la sudanesa, las organizaciones nacionales e internacionales. También el Santo Padre, en el Ángelus del día 20 de Octubre, hizo una llamada para su liberación, pero las muchachas seguian con los rebeldes.

¿Qué os han enseñado estos años de presencia en Uganda?
Lo que el Señor nos ha ayudado a hacer en estos dos años y lo que nos ha enseñado, no es fácil formularlo con palabras. Hace años que estos raptos de niños y niñas suceden en el norte de Uganda, especialmente en los distritos de Gulu y Kitgum, pero nosotüos comenzamos a movernos sólo cuando estos hechos nos interpelaron personalmente. Esta provocación hizo que con los padres nos sintiéramos en el deber de pedir perdón por nuestro silencio y alentó la búsqueda de las chicas. Al hacerlo encontramos otros niños raptados y perdidos; entramos en contacto con World Vision y Gusco - dos organizaciones comprometidas en Uganda - y conocimos a los amigos de AVSI que siguen directamente los campos de acogida para recuperar y reinsertar a estos niños. Se nos han abierto los ojos frente a la enormidad de esta tragedia y desde entonces empezamos a llamar a todas las puertas, desde UNICEF hasta la ONU, desde el gobierno italiano al iraní. Hoy se nos permite entrar personalmente en los campos del LRA para buscar a nuestras chicas y a la vez podemos ir a ciudades como Nueva York, Ginebra o Bruselas para dar a conocer esta tragedia.

De las treinta muchachas que quedaron retenidas en las manos de los rebeldes, ¿habéis tenido noticias?
Nueve de ellas han vuelto a casa y nos han contado lo que vivieron, que habían sido obligadas a matar a una niña que había intentado huir y que nuestras hijas y otros tantos niños y niñas están en los campos de los rebeldes del sur del Sudán.
El pasado 10 de Octubre, en el segundo aniversario del secuestro, tuvimos un día de oración y ayuno. Éramos más de 600 entre estudiantes y padres; tres de las estudiantes que lograron escapar dieron un testimonio: con sencillez de corazón han perdonado a sus secuestradores por la violencia sufrida; a continuación, rogaron por la vuelta de sus compañeras aún prisioneras.

¿Qué ha supuesto esta experiencia para su vida religiosa?
He pasado por la tragedia, el miedo, el dolor grande, el encuentro con los rebeldes, el viaje, el encuentro con los niños raptados y con las diversas autoridades. Viviendo todo esto he experimentado la presencia de Dios, su potencia y la verdad de su palabra y de su promesa. Él me ha dado el coraje; Él me ha dado la fuerza y la salud y me ha sugerido las palabras que decir; Él me ha guiado.
Sin duda, ha cambiado mi modo de relacionarme con las chicas. Antes eran mis estudiantes, ahora las siento como hijas. Antes no vivía mi relación con ellas en su verdadera dimensión, pero después de haber experimentado el dolor de perderlas, todo ha cambiado. Mi vocación de misionera comboniana se ha reforzado mucho, ha llegado a ser verdadera. He comprendido qué quería decir el padre Daniel Comboni, fundador de nuestra orden, cuando decía a sus africanos: «Hago causa común con vosotros, vuestras alegrías son las mías y vuestros dolores los míos». Esto se ha convertido en un hecho real para mí. Este hacer causa común en el dolor con las chicas y sus padres, con nuestra gente, lo considero el don más grande que el Señor podía hacerme, una auténtica bendición: verdaderamente vale la pena dar la vida por los otros.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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