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Huellas N.2, Febrero 1999

PALABRA ENTRE NOSOTROS

El signo concreto, histórico

Luigi Giussani

Apuntes de la intervención de don Pino en la Asamblea de los Responsables de Comunión y Liberación, fruto del diálogo con don Giussani
Milán, 1 de diciembre de 1998


El trabajo que se nos pide en este momento histórico es profundizar en lo que genera al yo a raíz del juicio sobre lo que vivimos.
Una unidad de conciencia – de la relación con uno mismo, con la realidad y el mundo, hasta llegar a la política y a la sociedad – se hace posible en el marco de la fidelidad a nuestro origen.
Se trata de un continuo descubrimiento; de una conciencia posible en cada instante, cuando el instante no se vive instintivamente, separado del origen y del fin. Nuestra conciencia del instante está cargada de toda la historia que lo precede. Es una conciencia que llamamos memoria.
En el trabajo de profundización en los factores originales constitutivos del yo insistimos en la relación generadora que hay entre el pueblo y el yo.
El significado de la palabra “pueblo” - en lo que queremos profundizar este año - nos resulta todavía extraño. Para comprender las características originales del pueblo al que pertenecemos debemos fijarnos en la experiencia del pueblo judío, en cuanto que es pedagógica y proféticamente análoga a la del nuevo pueblo que tiene su origen en el acontecimiento de Cristo. En particular, es necesario comprender qué significa en la historia del pueblo judío la relación generadora entre el pueblo y el yo.
Podemos destacar algunas características del pueblo judío:
1) La primera, ciertamente, es la conciencia de ser único, es decir, la conciencia de ser protagonista de un fenómeno único, que no nace de la genialidad ni del esfuerzo del hombre, sino de la elección de Dios.
2) La elección, la iniciativa de Dios, hace de Israel, del pueblo de Israel, una realidad original, que pasa siempre por la elección de personas. La fidelidad de Dios, su elección, se manifiesta a través de la elección de Abraham, de Jacob, de Moisés. No es una elección genérica. Se concreta siempre en personalidades precisas que tienen su historia y su temperamento, sus debilidades y características.
3) ¿Qué es lo que reúne y unifica al pueblo? ¿Cuál es el factor que sugiere al pueblo la imagen ideal y la forma concreta de realizarlo en respuesta al momento histórico? Es la memoria de lo que ha acontecido; la memoria de la iniciativa de Dios, de su elección y alianza.
La suprema posibilidad de sostener al pueblo en el ser y en el obrar es la memoria. La memoria llega a ser la autoconciencia misma del individuo: «Escucha Israel, el Señor es tu Dios, el Señor te hizo y te eligió».
La memoria de lo que Dios hizo por el pueblo caracteriza el contenido de la autoconciencia del yo. Lo que Dios hizo alcanza a la persona y se traduce histórica y existencialmente en determinadas características:
a) La dependencia original: la conciencia de que Otro nos hace, nos plasma; de que Dios nos conoce desde el seno materno. «Yo soy tú que me haces».
b) Un abandono confiado en Dios, que los profetas renuevan continuamente todas las veces que el pueblo sufre la tentación de henchir su propio orgullo en vana pretensión de autosuficiencia (pensemos en la vicisitud histórica de David). Cuando el pueblo es tentado de poner su consistencia en sí mismo, en lo que hace, o en un éxito histórico, o de medir la fidelidad de Dios a partir de un éxito histórico, en su vida prevalece el olvido. Ello tiene siempre como consecuencia el castigo del pueblo, hasta la disolución, hasta el exilio. Dios literalmente hace desaparecer el reino que había dado a David. Es más, lleva lejos al pueblo, lo dispersa en medio de los demás pueblos y entre extranjeros. El castigo, fruto del olvido, es justamente la dispersión de lo que parecía tener más consistencia en la historia, y que, por el contrario, se revela como lo más efímero. Podemos decirlo con una expresión moderna: se trata de la ilusión de hegemonía, de éxito, de la expansión del reino en términos socio-políticos, o del dominio sobre otros pueblos.
c) En cualquier caso, el pueblo, aunque sólo un pequeño resto, ha vivido siempre – sea cuando era poderoso y se engrandecía, sea cuando estaba postrado y abatido – la espera de Otro, la espera de Alguien, del Mesías que realizaría la influencia del pueblo judío sobre el mundo entero.
En tiempo de poderío y en tiempo de derrota permanece un resto consciente que espera a Quien ha sido prometido, a Quien es el enviado. El Mesías es enviado no simplemente “al” pueblo, sino “en medio” del pueblo y “para” el pueblo. A través de ese pueblo el Mesías realizará la promesa de felicidad para todo el mundo, llevará hacia la felicidad deseada a todos los hombres mediante la experiencia, sabiduría y obediencia de su pueblo.
El pueblo es consciente de ser custodio y protagonista de dicha conciencia mesiánica: la espera de Otro que debe venir. La espera del Mesías conlleva la certeza de que éste será la respuesta para todos y que pasará a través de la historia del único pueblo elegido. A través de él Dios guía al mundo, Dios mueve la realidad. Dios entra en la historia con la promesa del Mesías, y lo hace mediante la relación con su pueblo. La espera mesiánica implica la esperanza en Quien es enviado. En dicha esperanza podemos reconocer sintéticamente los factores constitutivos del pueblo judío: la certeza de que no está fundamentado en su propia fuerza, sino en la memoria del origen; la certeza de un hecho que ha acontecido, esto es, de ser el único pueblo, el elegido para vivir la alianza con Dios, alianza a la que Dios siempre sería fiel.
Históricamente esto es verdad: el único pueblo en la historia, hasta llegar a Cristo, que haya tenido esta concepción purísima de Dios fue Israel. A medida que Dios intervino en su historia, en la carne de su existencia (a través de grandezas y derrotas, fidelidad y pecado), se profundizó la conciencia del Misterio: la gratuidad y fidelidad de Dios vive en la historia (de ahí la concepción de Dios como el Omnipotente, el Inescrutable, el Juez final de todos los hombres). Y, sobre todo, la conciencia de que el juicio sobre el mundo y la historia, Dios lo hacía pasar a través de una realidad particular, del pueblo con el que Él se identificaba. De ahí deriva la conciencia judía de tener una tarea histórica: la de ser la conciencia del mundo, el lugar en la historia por el que pasa la salvación de todos los hombres; mediante el cual Dios juzga todo; mediante el cual la novedad entra en el mundo para todos como respuesta a su deseo de salvación y felicidad.
Cuando miramos a nuestra historia tomamos conciencia de estos factores, porque ellos constituyen también nuestro presente y determinan nuestro futuro. Estas categorías constituyen la razón de ser y el contenido de la conciencia del pueblo judío, que Cristo ha heredado y profundamente trasformado - ya que las cumple -, y se convierten con el tiempo en el contenido de nuestra autoconciencia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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