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Huellas N.2, Febrero 1999

EDITORIAL

La vocación edificadora del trabajo del hombre

Procuremos imaginar una ciudad medieval. No importa que fuera grande o pequeña, rica o modesta. En ella se levantaba la catedral, un templo que era signo de la cercanía de Dios a los hombres.
La catedral era fruto del trabajo del pueblo entero. No sólo de los arquitectos que hacían el proyecto, de los pintores que la embellecían, de los escultores y los albañiles que la construían. Incluso el zapatero que trabajaba en un taller lejos de ella, o la madre que lavaba la ropa en su casa, comprendían – aun confusamente – que su trabajo se incorporaba a la catedral, que aquel signo interpelaba su trabajo y lo abría de par en par a un objetivo mayor que su resultado inmediato. La catedral representaba el trabajo del pueblo, el trabajo de todos, que daba gloria a Jesús de Nazaret entre los hombres.
La gente de esa ciudad medieval tejió una sociedad que sembró de catedrales Europa entera. Llevó a cabo su trabajo. El arquitecto como el zapatero, el que tenía una fe ardiente como el que no la tenía. Al sembrar de signos de Dios, todo en todo, ese pueblo atestiguaba la presencia de lo divino en la historia como factor de unidad, crecimiento y bienestar verdadero para la sociedad. De esta manera “ayudaba” a Dios, “el eterno trabajador”, en su obra de construcción de misericordia y sostén para la esperanza de los hombres.
La naturaleza de un pueblo se comprende por cómo trabaja, por el valor que atribuye al trabajo. El significado del mundo, en efecto, se afirma o niega no tanto con palabras sino con el ofrecimiento de la labor cotidiana, con el sacrificio vivido por la obra de Otro. Con el plegarse de cada uno sobre el aspecto de la realidad que las circunstancias nos proponen cada día, para que lo elaboremos y transformemos, pidiendo siempre ser colaboradores activos de Cristo, partícipes con Él de la voluntad del Padre que está en los cielos. Construir catedrales – de piedras o de pueblo – es la tarea más apasionante para un cristiano en la perspectiva dramática de la alternancia entre el bien y el mal, o la violencia. Nos lo recuerda el gran T. S. Eliot: «Si el Templo debe ser abatido, debemos antes construir el Templo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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