Benedicto XVI ha impreso un sello muy personal a su primer Mensaje de la Paz introduciendo la gran perspectiva de la paz vinculada a la verdad y, en contraposición, de la mentira como fuente de violencia
Lejos de ser una sutileza teológica, el Papa abre una ventana de aire fresco sobre un debate, el de la paz, que oscila con frecuencia entre el sentimentalismo y la ideología. Y así, comienza afirmando que «cuando el hombre se deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz». En este sentido invoca la Constitución Gaudium et Spes, del Vaticano II, que se aleja de cualquier irenismo al señalar que la paz exige el esfuerzo de conformar la historia humana con el orden divino.
Verdad fácilmente comprensible
La verdad de la que habla el Papa a lo largo y ancho de este mensaje, no es el objeto de complejas elucubraciones filosóficas, sino que «es fácilmente comprensible cuando se escucha el propio corazón con pureza de intención». Se trata de la dignidad sagrada de toda persona y de sus derechos fundamentales, de la conciencia de pertenecer a la misma y única familia humana, de la intuición, al menos, de estar unidos por un mismo destino trascendente. Por el contrario, las construcciones ideológicas que se han alejado de la experiencia elemental del hombre, de esta sencillez de corazón a la que alude el Papa, se han convertido en maquinarias formidables de violencia, como demuestra el pasado siglo XX, y han conducido al extermino de poblaciones enteras.
Dos raíces que tergiversan la verdad de Dios
Benedicto XVI se adentra con especial intensidad en la lacra del terrorismo, en tanto que es una amenaza capaz de mantener a nuestro mundo en estado de ansiedad e inseguridad, y por tanto es una de las principales amenazas actuales contra la paz. Identifica dos raíces de la actividad terrorista: el nihilismo, que niega la existencia de cualquier verdad, y el fundamentalismo religioso, que pretende imponerla mediante la violencia. Ambos tergiversan la verdad de Dios, el primero negando su existencia y su presencia providente en la historia, y el segundo desfigurando su rostro benevolente y misericordioso, y sustituyéndolo con ídolos hechos a su propia imagen. En ambos domina la construcción de un sistema abstracto, ajeno a la experiencia concreta de las personas, a sus deseos más profundos y a sus evidencias naturales. Ambos son profundamente enemigos del verdadero sentido religioso. Por eso el Papa recomienda que el análisis del fenómeno terrorista no se contente con los aspectos de carácter político-social, sino que «tenga en cuenta las más hondas motivaciones culturales, religiosas e ideológicas».
Siguiendo esta línea, el mensaje señala que la recuperación histórica del verdadero rostro de Dios es el cimiento de la paz: «Dios es fuente inagotable de la esperanza que da sentido a la vida personal y colectiva; sólo Dios hace eficaz cada obra de bien y de paz». Aquí se sitúa la respuesta del Papa a la acusación lanzada desde tantas tribunas contra la religión como generadora de violencia, al tiempo que les devuelve la advertencia de la historia, porque allí donde se ha combatido contra Dios para extirparlo del corazón de los hombres, se ha llevado a la humanidad hacia opciones que no tienen futuro.
Para Benedicto XVI, la construcción de la paz pasa por «el testimonio convincente del Dios que es verdad y amor al mismo tiempo», una tarea a la que invita de manera especial a los creyentes en Cristo. En este su primer mensaje de la paz, el Papa nos señala a los cristianos dos grandes tareas, la educación y el testimonio. La paz no brotará de fáciles eslóganes ni de campañas llenas de tópicos, sino de un espacio en el que trabajosa y pacientemente se abra camino la verdad de Dios, que es la definitiva y completa verdad del hombre. En esta Navidad de 2005 trabajemos por esto, pidamos por esto, suframos, si es necesario, por esto.
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