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Huellas N.1, Enero 2006

CULTURA Graham Greene / El poder y la gloria

El arte encarnatorio de escribir

Guadalupe Arbona Abascal

Esta novela, escrita en 1940 y que tal vez sea la mejor obra del famoso escritor inglés, nos muestra la visión del autor sobre el México de los años veinte, época en que se desencadenó en este país una despiadada persecución religiosa

Probablemente sea El poder y la gloria uno de esos libros de éxito de los años cincuenta que convendría recuperar. Sin lugar a dudas, la obra de Graham Greene entra dentro de esos clásicos contemporáneos que, lejos de haber quedado ahogado por la moda de unos años, es un texto que no envejece. Y es así porque el autor británico es, en primer lugar, un narrador, es decir, sabe contar. De la siguiente manera lo ponía de manifiesto Miguel Delibes en una necrólógica que se publicaba en el ABC, el 4 de abril de 1991, el día después de la muerte del escritor británico: «Creo que Graham Greene era un novelista muy completo. Algunos le han identificado con la novela de espionaje o la novela policíaca, pero su obra va mucho más allá, más lejos como lo prueba una novela que me afectó mucho cuando era relativamente joven: El poder y la gloria. La tensión religiosa que había en el alma de Graham Greene nos la dio en esa novela. ¿Su aportación? La de cada escritor es singular, típica de su obra. Lo que sí tenía Greene es que contaba muy bien las cosas y quien sabe hacer eso es un buen novelista. Por último recordar que su obra es de acción, de una gran plasticidad. De ahí que su concomitancia con el cine sea tan clara».

Agotamiento narrativo
Y no cito al caso a Delibes al que considero otro de los grandes novelistas del XX. Sus novelas se publican en los mismos años con una enorme recepción por parte del público, aunque más restringido al ámbito hispano. La literatura del XX ha mostrado, en muchos casos un agotamiento narrativo, en otros un desgaste de las categorías narrativas fundamentales. Lo intuía Ortega en 1934 (Ideas sobre la novela) cuando decía «la prueba de que la decadencia actual no proviene de que las novelas del día sean torpes sino de razones más hondas, está en que conforme va siendo más difícil escribirlas van también pareciendo peores o menos buenas las famosas antiguas o “clásicas”. Son muy pocas las que se han salvado del naufragio en el aburrimiento del lector». Pero, ¿qué es lo que hace que una novela naufrague en el aburrimiento del lector que es el peor de sus destinos? Dos años más tarde, en 1936, Walter Benjamin se atrevía a dar una razón: la desaparición del narrador: «El narrador no se hace presente en su actividad (...) Esta distancia se puede ver en una experiencia que es fácil observar todos los días. Cada vez es más raro encontrar personas que sepan contar una cosa como se debe y, a menudo, cunde el desconcierto cuando, en una reunión, existe alguien que expresa el deseo de oír contar una historia. Es como si estuviésemos privados de una facultad que parecía inalienable, la más cierta y segura de todas. La capacidad de intercambiar experiencias».

Un lenguaje para informar
A esta cita de Benjamín, Massimo Borguesi añadía, en su espléndido artículo “La narración recuperada” (Bologna, 2002), lo siguiente: «La disminución de la experiencia, de la vida como experiencia, hace obsoleta la narración, mejor, la hace imposible. El lenguaje desencarnado, aséptico debe solamente informar». Si el narrador desaparece –y no estoy defendiendo un narrador editorialista y consejero cansino– para hacerse informador, lo escrito dura lo que interesa la información: «Si el arte de narrar –de nuevo son palabras de Benjamín– es cada vez más extraño, la difusión de la información tiene en esto una razón decisiva. Todas las mañanas se informa de las novedades en todo el planeta y, a pesar de todo, echamos de menos historias singulares y significativas (...) La información tienen su compensación en el momento en que es nueva, debe darse totalmente a esa novedad y explicarse sin pérdida de tiempo. De una manera diferente, la narración no se consume, conserva su fuerza concentrada y puede desarrollarse mucho tiempo después».

La narración no envejece
Resumiendo, lo que distingue el arte de la narración de la información es, en primer lugar, la permanencia en el tiempo; la narración no envejece. En segundo lugar la narración es tal cuando la presencia del narrador se hace presente en la composición de la obra, configurando un mundo de ficción desde una experiencia particular y universal del mundo. Y así sucede en la obra de Graham Greene, El poder y la gloria porque en ella se aúna la perdurabilidad de la obra y la presencia de una experiencia humana que hace posible un mundo imaginario. En estas dos condiciones reside además la buena acogida por parte de los lectores, a ellos se les ofrece así la posibilidad de recrear lo leído a la vez que recrearse ellos mismos. Atendamos pues a la génesis de esta obra.
El narrador se implica en la narración, Graham Greene viajó a Mexico en 1938 y como resultado de su estancia escribe un libro de viajes: Los caminos sin ley. En este texto se acerca al modelo de reportaje pero desde el punto de vista personal y además atendiendo a la petición explícita de mostrar la cruenta persecución religiosa que se produjo en Mexico durante esos años.

Citas elocuentes
Por otro lado, las citas preliminares que Greene pone encabezando el texto son elocuentes. La primera de Edwin Muir es una denuncia por el desorden de una tierra donde todo está al revés: las colinas y las torres cabeza abajo y los caminos sin ley cubren todo el territorio. La segunda establece una comparación entre el hombre y la tierra, es como si fuese imposible mirar el mundo, la historia, los movimientos sociales sin atender a los que son sus protagonistas («El hombre es como la tierra, su cabello crece como la hierba, sus venas son los ríos, su corazón la piedra»). Por último, el texto más largo es del cardenal Newman que se pregunta cómo se puede mirar la anchura y la profundidad del mundo y con ellas hasta los más recónditos movimientos del corazón de los hombres en una sociedad donde se niega a Dios. Y se contesta que si se niega a Dios, la carrera humana se convierte en una terrible y devastadora calamidad. Las tres citas y, especialmente la segunda, reclaman el relato y más vivo será éste cuánto más encarnado en una historia.

Colocar en el tiempo
Porque este libro de viajes por tierras de Chiapas y Tabasco, estudiado como precedente de la novela El poder y la gloria, revela, como ya señaló en su día Graham Smith, «el voraz hambre espiritual y la ansiosa necesidad de hallar la piedra de toque en ambas realidades, la personal y la de su mundo de ficción». Creo que en este comentario reside la clave de la extraordinaria popularidad de la novela que se apoya precisamente en la configuración de un mundo imaginario a partir de una experiencia de indagación y curiosidad, a la vez que de un anhelo de encarnar esta experiencia en un tiempo de ficción. Eso es, como decía la escritora norteamericana Flannery O’Connor escribir es una arte encarnatorio. Si narrar es «colocar en el tiempo», yendo a otra de las definiciones de narración, sólo se puede colocar en el tiempo la experiencia temporal para ello se recurrirá a los personajes en quien se delega la capacidad de experimentar lo que se quiera, lo que se odia, lo que no se entiende, por lo que se está dispuesto a dar la vida o aquellos motivos por los que uno se rebela. Claro está que esta literatura no es un juego.

Una historia “encarnada”
El narrador no nos da sólo información sino una historia ordenada después de haber elegido un espacio y un tiempo, el Mexico de 1938. Construye una historia “encarnada”, por un lado los perseguidos –la gloria– que se reúnen en torno a la historia terrible y grandiosa de un sacerdote. En el otro lado, el gobierno mexicano que quiere borrar del mapa cualquier expresión religiosa –el poder– y se encarna en la voluntariosa persecución de un teniente del ejército. Además todo se ordena en torno al itinerario del protagonista que, escondiendo su identidad, viaja de noche por las regiones que Greene había visto. Huye del gobierno que ha expulsado a la Iglesia de la nación y, paradójicamente, recibe el apoyo de todo el pueblo que lo espera con verdadera expectación, incluso a precio de dar la propia vida. El poder está representado por el teniente que ansía cumplir su idea de justicia en una tierra donde ya no exista Dios, donde todo se someta al poder humano y sueña con acabar con el mal en el mundo. Muy al contrario el “whisky-pater” se sabe pecador, conoce el dolor de la debilidad humana y del mundo pero sabe también que Otro se ha encarnado y ha muerto para que el dolor no se pierda.

El pater...
Al personalizar el conflicto, el narrador logra darle una estructura de intriga. El protagonista está a punto de huir del país en la primera escena, sufrirá la tentación de renegar y traicionar su fe abrumado por el pecado, se rebela ante el sacrificio del pueblo por su causa. A lo largo de la novela en multitud de ocasiones el teniente y el pater están muy cerca pero no se ven, o se ven pero no se reconocen... Para dar al lector los términos de la persecución, el narrador sitúa a los dos personajes que centran el conflicto frente a dos personajes niños. Al sacerdote ante su hija, por lo tanto ante su pecado, pero también ante su pueblo y, sobre todo, ante una persona: «Te quiero. Soy tu padre, y te quiero. Trata de comprender eso. La retuvo con fuerza por la muñeca; de pronto la niña se quedó inmóvil, mirándolo. Siguió diciendo: “Daría mi vida; no, es más, daría mi alma... Querida, querida, trata de comprender que eres..., tan importante”. Esa era la diferencia, siempre lo había sabido, entre su fe y la de ellos, los dirigentes políticos del pueblo, que sólo se interesaban por cosas como el Estado, la República; esta criatura era más importante que todo un continente».

...y el teniente
Para describir al teniente, asistimos a una escena en donde un niño mira fascinado el poder del teniente, el narrador omnisciente se introduce en la mente del personaje para darnos el origen de la idea por la que lucha: «El interés le quitaba el habla. Con una mano en la funda de la pistola, el teniente contemplaba esos ojos negros, atentos y pacientes; por ellos luchaba. Eliminaría de su infancia todo lo que lo había hecho a él desgraciado; todo lo que fuera pobre, supersticioso, corrupto. No merecían nada menos que la verdad; un universo vacío y un mundo que se enfriaba; el derecho de ser felices de cualquier modo que se les antojara. Estaba perfectamente dispuesto a hacer una carnicería por ellos; primero con la Iglesia, y luego con los extranjeros, y luego con los políticos; hasta su propio jefe tendría que aparecer algún día. Quería reconstruir el mundo, con ellos en medio de un desierto».
La utopía violenta del teniente se opone al amor concreto del cura y con ellos iremos recorriendo las tierras de Tabasco y Chiapas a través de una intriga excepcional, mucho más rica de lo apenas sugerido aquí, porque el autor no ha querido renunciar a su vocación, la de crear un mundo que se pueda ver, oler, sentir, gustar y tocar y con él conocer, gozar, sufrir y esperar... en definitiva no ha renunciado a contar.


BOX
Breve semblanza biográfica

Hijo de un director de colegio, Greene nació el 2 de octubre de 1904, en Berkhamsted, (Hertfordshire), y estudió en la universidad de Oxford. Entre 1926 y 1929 trabajó para The Times, y a partir de entonces lo hizo como escritor independiente. En 1935 fue crítico de cine en la revista inglesa The Spectator, que le nombró director literario en 1940. De 1942 a 1943 trabajó para el Ministerio de Asuntos Exteriores británico en África occidental, y tras la II Guerra Mundial viajó por todo el mundo. Sus primeras novelas fueron Historia de una cobardía (1929), El nombre de la acción (1930) y Rumor al caer la noche (1931), pero la fama le llegó con El tren de Estambul (1932), novela de espionaje que también se publicó bajo el nombre de Orient Express. Greene consideró esta novela y las siguientes, Inglaterra me ha hecho así (1935) y El ministerio del miedo (1943) como “entretenimientos”. Una pistola en venta (1936) tiene como argumento central el conflicto humano entre el bien y el mal, y puede considerarse como precursora del tipo de libro que Greene califica como “novelas”, libros que muestran una honda preocupación por los problemas morales, sociales y religiosos. El mismo Greene se convirtió al catolicismo en 1926. Entre sus novelas destacan: Brighton parque de atracciones (1938), El poder y la gloria (1940), su obra favorita, El revés de la trama (1948) y El fin de la aventura (1951). Otras obras posteriores son El americano impasible (1955), Nuestro hombre en La Habana (1958), Un caso acabado (1961), Los comediantes (1966), El cónsul honorario (1973), El factor humano (1978) y El décimo hombre (1985). Muchas se han sido adaptadas al cine. El tercer hombre (1950), otra película de espías dirigida por Carol Reed, fue escrita para su rodaje. Como ensayista escribió La infancia perdida y otros ensayos (1952) y Ensayos completos (1969), este último compuesto en su mayor parte de estudios sobre otros escritores. También escribió libros para niños. Entre sus obras de teatro destacan El cuarto de estar (1953), El establo (1957) y El amante complaciente (1959). Una especie de vida (1971) y su continuación Vías de escape (1980), son sus autobiografías. Las obras de Greene se caracterizan por la intensidad de sus detalles y los lugares exóticos donde transcurren (México, África, Haití, Vietnam), así como el retrato preciso y objetivo de los personajes inmersos en todo tipo de situaciones de tensión social, política o psicológica. El mal es omnipresente, y aunque en sus últimas novelas surge una dimensión de duda y conflicto moral que se añade al terror y al suspense, Monseñor Quijote (1982) novela que enfrenta marxismo y catolicismo, posee un tono más moderado. A partir de 1966 Greene se instaló en la Riviera francesa. Murió, el 3 de abril de 1991, en Vevey, Suiza.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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