La estancia en Florencia del doctor Habukawa, guía espiritual budista, para un intercambio cultural. Su consideración y cariño por don Giussani, señales de un ecumenismo centrado en el deseo de felicidad
«La melancolía que expresa el canto Torna a Surriento y que me lleva a recordar al querido don Giussani está atravesada ahora por la alegría de estar aquí junto a su pueblo. Es como si él estuviera presente». Con estas palabras, el doctor Shodo Habukawa –guía espiritual del budismo Shingon– clausuraba una noche de cantos a cargo del Coro de CL de Florencia. Fue el broche de una semana vivida con él y otros monjes y docentes de la universidad japonesa del Monte Koya, entre ellos el Rector, Namai, con motivo de un intercambio cultural con la Facultad Teológica de la Italia Central de Florencia. Una iniciativa alentada por los japoneses. Y vivida “en compañía” de don Giussani, o mejor, con Giussani-san, por decirlo en su lenguaje, y del método para mirar la realidad que él nos ha dejado en el capítulo X de El sentido religioso. Ambos factores han propiciado el reconocimiento inmediato y recíproco que se ha producido en estos días, inicio de una amistad sincera, profunda, colmada de gratitud.
Huellas en mano
Fue un espectáculo conmovedor seguir al doctor Habukawa –sosteniendo su inseparable ejemplar de Huellas que lo retrata junto a su querido amigo sacerdote– mientras en el Palazzo Vecchio hablaba a las autoridades de la ciudad y a la prensa de su amistad extraña y a la vez decisiva con don Gius, experimentada al calor de un “ecumenismo” centrado en el corazón del hombre y en su deseo de felicidad. Igualmente fue un espectáculo mirarlo mientras –con ojos asombrados y curiosos– se dejaba penetrar por la belleza de la Anunciación del Beato Angélico en el convento de San Marco y del Cristo Pantocrátor del ábside de San Miniato; una sorpresa verlo arrodillarse cada vez que franqueaba el umbral de una iglesia u oírle preguntar delicadamente si se podía rezar antes de comer; una evocación potente de la memoria constatar su vibración frente a la escucha del canto gregoriano de los monjes de Monte Oliveto o al relato de la vida de san Francisco, en Asís, o de santa Catalina, en Siena.
Para no dejarse jamás
Ahora empiezo a entender por qué él y don Gius se encontraron para no dejarse jamás: «Mirando el sol desde mi ventana –nos confesó– siempre pienso en él». Un mismo corazón, una misma vibración ante el ser, un mismo estupor por la realidad y por el Misterio al que nos conduce. Por consiguiente, el mismo regocijo y la misma mirada sencilla de los niños, pero con la sabiduría de los adultos.
Para mí y para el padre Filippo, que compartió estos días conmigo, con él y sus acompañantes, y también para todos los que les han conocido –desde don Silvano, que celebró una misa para los Memores Domini, a la que asistieron los monjes budistas (al final, les invitaron a sus casas a cenar); a los profesores de la Facultad teológica; a los amigos del movimiento que les descubrieron la belleza de Cristo en las obras artísticas de nuestra tradición; a los representantes de otras confesiones religiosas que participaron en un Congreso sobre “Arte y religiosidad”; a los estudiantes del CLU– la presencia de Habukawa ha supuesto conocer a un hombre que vive religiosamente, y por tanto humanamente, todos los aspectos de su experiencia. Hemos hallado un verdadero amigo, testigo de una pasión auténtica por la realidad y Lo que ella comunica. Un amigo inseparable de Giussani-san.
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