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Huellas N.1, Enero 2006

CL Experiencia profesional

Un factor más en el trabajo

Luigi Amicone

Tres profesionales, hombres de empresa que han conocido el movimiento y la Iglesia. Algo que determina toda su vida y, en especial, su trabajo

Tienen poco más o menos la misma edad, algo menos de cincuenta, y muchos hijos. Más que tres paladines del más allá parecen tres hombres pudientes, bien plantados en el más acá. En fin, profesionales asentados, que no han llegado al movimiento ni a la Iglesia por amor a la patria. El primero de ellos se llama Stefano Sala, director de una multinacional cuyo único dios es la three month crystall ball, «la “bola de cristal” para hacer previsiones trimestrales, que busca el beneficio a corto plazo». El segundo es Graziano Tarantini, abogado, banquero, experto en derecho financiero y miembro de media docena de Consejos de Administración importantes, que no se avergüenza de admitir que «estoy aquí por casualidad, no se ponían de acuerdo y escogieron al más joven. Me lo propusieron por la noche, por teléfono. Yo dije: “Está bien. ¡No me lo iban a proponer dos veces!”, sabía que a la mañana siguiente me iban a decir: “Gracias por su disponibilidad, nos hemos puesto de acuerdo, siga soñando”. Pero no fue así, desde hace diez años soy presidente de un banco». El tercero es Stefano Morri, titular de un despacho con cincuenta profesionales, entre abogados y economistas, antiguo socio director de la filial italiana de una multinacional americana de la consultoría fiscal y legal con 250 colaboradores, administrador y auditor de importantes sociedades italianas e internacionales. Morri, nos comenta: «Empecé a comprender lo que significaba el “ciento por uno aquí en la tierra” hace solo dos años, a los 45. Cuando empecé a trabajar, con un sueldo que no me permitía llegar a fin de mes, me preguntaba al afeitarme por las mañanas si merecía la pena quedarse en una ciudad como Milán en vez de volver a mi tierra, a Emilia Romaña. Para poder responder afirmativamente me entregué en cuerpo y alma. No sé por qué, pero siempre pensé que, en el fondo, la Iglesia se oponía a mi deseo de alcanzar el éxito. Por eso mantuve siempre cierta reserva en mi adhesión, porque pensaba que si lo entregaba todo perdería ese gusto que había llegado a formar parte de mí, esa sensación de estar vivo».

Stefano Sala beneficios trimestrales
Debemos empezar por aquí. Por el “obstáculo” que supone la Iglesia y por el ciento por uno que se le pedía a Stefano Sala por contrato. «Mira, si en dos meses consecutivos consigo incrementar los beneficios, todo va bien, puedo contratar a gente y poner en práctica todo lo que se me ocurra. Pero si no lo consigo –no estoy hablando de números rojos, sino de pasar de unos beneficios del 20% al 17%– me comunican el plan de reestructuración, es decir, recortes y despidos». Son las paradojas del turbocapitalismo. «Si pierdes tres puntos sobre veinte, usando una metáfora futbolera, retrocedes a segunda. Pero si ganas partiendo de un nivel inferior de beneficios, pongamos que pasas de un 4% a un 7%, subes». Este es el modelo de las multinacionales que cotizan en Bolsa que tienen como referencia en el ámbito mundial a General Electric para la industria manufacturera y a Unilever para la de bienes de consumo. «Si vas bien, cualquier explicación se da por buena. Pero si no vas bien no hay explicación que valga». La lógica del beneficio a corto plazo está estrechamente relacionada con el proceso de financiación progresiva de la economía mundial. El valor de una empresa no está en lo que produce sino en su cotización en Bolsa. «Hay que comprender que este modelo tiene mucho de positivo. Ante todo la libertad. Hace diez años el único representante de mi empresa en Italia era yo; hoy somos ochenta, y a todos los he contratado yo. Este es el verdadero espíritu del sueño americano: si eres bueno, puedes llegar a ser presidente. Por lo menos el criterio de juicio está claro. No se trata de buenas intenciones, sino de hechos. No es generosidad, sino realidad. Evidentemente, todo ello no está privado de contradicciones. El que inventó las stock options, Peter Drucker, que murió en noviembre del año pasado, dedicó sus diez últimos años a entidades sin ánimo de lucro, porque perdió todas las consultorías cuando escribió que los directivos utilizaban este tipo de incentivos para saquear las empresas. Como nos enseña don Giussani, si se separa un factor del todo y se absolutiza, la equivocación está asegurada». Consideremos el caso de un asalariado, Sala, cuyos ingresos están en parte ligados a la marcha de la cotización en Bolsa de las acciones de la empresa para la que trabaja. También Sala tiene su stock option, y no puede decir que no sea un buen invento. ¿Entonces dónde está el error? «Está en confundir el fin con los medios. Está claro que el objetivo no son las stock options, el objetivo es el interés general, tu bien, el de la empresa, el de los trabajadores y de los clientes». Es cierto, pero se necesita una buena razón para no convertir el medio en un absoluto. Especialmente si está en juego la posibilidad de plegar todo al propio enriquecimiento personal. Es un problema de moralidad que no parece –es más, las crónicas dicen lo contrario– que pueda resolverse con el reclamo a la ética y a la regulación. «De hecho no se resuelve. Hay reglas que hacen más complejo y arriesgado el saqueo. Pero se intenta construir una cierta ética del trabajo a base de fomentar el espíritu de pertenencia a la empresa». Vale, pero ¿qué pasa con uno como tú, que tiene otra pertenencia? «En las empresas más inteligentes se entiende bien que, como dijo en una ocasión Vittadini, no es cierto que si uno pertenece a algo distinto de la empresa no sea un buen trabajador». Eso depende. ¿De qué depende? «Fíjate en mi caso. Yo pertenezco a nuestra compañía, a la Iglesia, y sin embargo soy un hombre de empresa, en el equipo directivo de una corporación que factura cuatro mil millones de euros, presente en cien países y que tiene ocho mil empleados en todo el mundo». ¿Y de qué manera afecta esta pertenencia a tu profesión? «Para empezar, en el juicio. pertenencer me estimula a juzgarlo todo. En segundo lugar, afianza en mí el reconocimiento de que la realidad es buena. Pertenecer me enseña que la realidad siempre tiene algo positivo. Cuando me dicen: “Hagamos la previsión trimestral”, yo no lo discuto, lo hago. Y luego digo: “Bien, ¿y entonces dónde queremos que vaya la empresa? La previsión trimestral es un método de trabajo, me va bien, lo acepto, si no fuera así me dedicaría a otra cosa. Pero en el movimiento aprendo que la realidad es bella e imprevisible, y en esto me sigue la empresa porque eso también funciona en el aspecto económico. Por eso hay ciertas situaciones en las que merece la pena renunciar al corto plazo e invertir a medio o largo plazo». Un buen reto. «Sí, porque no es fácil vivir constantemente pendiente de los beneficios. Pero ésta es mi condición, es mi trabajo». ¿Cómo se juega tu libertad? «En saber estar ante la realidad. No es que CL sea algo bonito y cariñoso que te ayuda a vivir en este mundo horrible y tan poco afectuoso. Tampoco es un error esforzarse por corregirse, porque seas como seas Jesús te perdona. No es justo que el trabajo sea el lugar donde se te mide por los resultados que obtienes. Yo pertenezco a CL y eso significa que trato de comprometerme a fondo con todas las condiciones propias de mi profesión».

Graziano Tarantini pertenencia y rescate social
Para Tarantini “pertenecer” es sinónimo de haber sido rescatado. «Si no hubiera conocido CL, sería un chico de la calle, un marginado. Pero no solo me rescató, sino que me educó para trabajar bien, es decir, con libertad. Si eres de CL estás marcado, es el prejuicio de siempre. Luego, cuando te conocen, comprenden que no hay nada que temer.
He aprendido dos cosas de la forma concreta en que Cristo me ha alcanzado: en primer lugar, a no proponer a los demás unas ideas sino mi propia persona. Cuando quiero proponer algo no digo: “Mi idea es esta”, sino que digo: “Fiaros de mí, seguidme y luego lo discutimos con los hechos sobre la mesa”. En segundo lugar, que todos buscan un mundo perfecto en el que ya no sea necesario ser bueno. Hasta hace cinco años, el contenido de los Consejos de Administración era el trabajo, el negocio, lo que había que hacer. Hoy en día hay un exceso de regulación, por eso de cada cuatro horas de reunión, se dedican tres a discutir sobre las reglas, los procedimientos de control, los controlados y los controladores. En resumen, a buscar cómo esterilizar a la persona. ¿Se ahorra menos? Hay que frenar a la gente, hay que establecer nuevas reglas. Que, por supuesto, son necesarias, pero si no hay esperanza de un cambio humano, no hay regla que valga. Es evidente que para un banco, el buen nombre es crucial. Si no hay confianza, no hay negocio. Pero a la confianza se llega construyendo a las personas, no multiplicando las precauciones». Pongamos un ejemplo: «en uno de mis Consejos de Administración había un comunista que odiaba la Compañía de las Obras. El sentimiento era recíproco, pero encima yo tenía la potestad de dejarle al margen de determinadas decisiones. Un día arriesgué y, en contra de mis prejuicios, aposté por la persona, hice la prueba de dar el primer paso hacia el adversario». ¿Cuál fue el resultado? «Él hizo suyo el cambio que se había operado en mí. Hoy no hay ningún asunto en el que no nos consultemos para darnos algún consejo». Me viene a la cabeza el famoso verso: «Es verdad ya. Mas fue / tan mentira, que sigue / siendo imposible siempre». «Si alguien insinúa “algo sacarás en limpio, la gratuidad es imposible: o esta pertenencia tuya te sirve para ganar dinero o eres un cretino. Sea como sea no acaba de cuadrar ¿Dónde está la trampa?”. Yo contesto: “Es que no hay trampa, es así, ven a verlo”».

Stefano Morri el ciento por uno
Morri ha descubierto el ciento por uno. «Esa parábola es un himno al ansia de poseer. Solo tiene una advertencia, ¡y menuda advertencia!: que no hay gozo sin sufrimiento, no hay conquista sin mortificación, no hay poderío sin límite. De ahí el descubrimiento –sí, el descubrimiento, ¡y eso que llevaba ya veinte años en CL!– de que la Iglesia además de no estar en contra de mis aspiraciones profesionales, ni tampoco del entusiasmo con el que cada día iba levantando el negocio, lo favorecía, lo bendecía, bajo la única condición de que yo reconociera de dónde brotaba su valor.
Si me fijo en mi propia historia, debo todo a la educación de la Iglesia, que ha exaltado durante tanto tiempo –incluso cuando no era consciente de ello– mis aspiraciones. Por fin ahora, a los 47 años, cuando tantos abandonan los remos o sueñan con las islas del caribe, debo a la Iglesia el gusto de construir siendo capaz de volver a empezar desde cero, sin tener en cuenta todo lo logrado, para arriesgar de nuevo». Por eso Morri ha vuelto a estudiar y hace un mes terminó los exámenes de derecho. No solo eso: «Hace un año y medio empecé a hacer Escuela de comunidad en mi oficina, venciendo incluso el recelo de que al ser yo el jefe pudiera no ser un gesto libre para los demás. Lo hice por mí, porque me interesaba comprender, a través de Por qué la Iglesia, cómo puedo yo encontrar hoy el misterio del mundo; pero también lo hice por mis colaboradores y clientes, para que el sentido que yo he encontrado se convirtiera en novedad también para ellos. Al poco tiempo llegamos a ser una veintena. Leemos el libro, y con eso basta, pocos comentarios. Esto nos ha permitido abordar el por qué trabajamos juntos en la oficina, abriéndonos una posibilidad diferente de utilizar el tiempo del trabajo para construir nuestra persona y compartir un camino común realmente humano. De ahí han nacido relaciones más verdaderas, una manera diferente de mirarse, más consciente y más fuerte». Nada más y nada menos que esto.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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