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Huellas N.1, Enero 2005

CULTURA «¿Es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia o la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad?»

El mundo tiene necesidad de Cristo

Péter Erdõ

Parece que la Iglesia y el mundo se han separado hasta el punto de que puede hablarse hoy de un abandono. En la obra de Eliot “el mundo” parece indicar el ambiente social y cultural occidental en el que la Iglesia de Cristo, es decir, las Iglesias y comunidades cristianas, están enraizadas históricamente y viven en la actualidad. La Iglesia, otra noción fundamental de la frase, no es solo una sociedad “visible”, ni siquiera un fenómeno exclusivamente cultural, sino que es el Pueblo de Dios, una comunidad que implica y transmite la comunión con Cristo mismo y con la Santísima Trinidad. Como escribe san Juan, «nuestra comunión es comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo».
Por eso el Concilio Vaticano II habla de la Iglesia como sacramento de salvación, salvación del mundo: Lumen Gentium, luz de los pueblos. La Iglesia, por su misma naturaleza, por la misión recibida de Cristo –misión que es la razón de ser de la Iglesia misma– atañe al mundo. Cuando hablamos de la presencia de la Iglesia en el mundo no podemos hacerlo sin hablar de la presencia del mismo Cristo en el mundo.
El mundo tiene necesidad de Cristo. Si no tuviese necesidad de Él, el Padre no le habría enviado al mundo como Salvador y Redentor.

La cuestión, por tanto, nos invita a un examen de conciencia: ¿existe entre nosotros, cristianos, una comunión de vida profunda, radical y viva con Cristo?
Por otra parte, esta verdad constituye un consuelo para nosotros, porque Cristo no puede no estar presente en la Iglesia: Él la ha fundado y no permitirá que desaparezca. Ella nunca llegaría a ser del todo infiel a su misión hasta el final de los tiempos. Precisamente por eso Él ha regalado a la Iglesia el don de la permanencia en la fe.
Y sin embargo nos sigue inquietando ese silencio, esa pregunta abierta por Jesús: «Cuando el Hijo del hombre vuelva, ¿encontrará fe sobre la tierra?». No es, por tanto, una comodidad garantizada lo que caracteriza a la Iglesia, sino un deber de compromiso, de acción y de sufrimiento para permanecer en la fe de Cristo y cumplir Su misión.
Basándonos en este hecho fundamental podemos experimentar esa tensión de la que Cristo hablaba, tan típica del modo de existir de la Iglesia en el mundo. Estamos en este mundo, pero no somos de este mundo. Nuestra existencia debe estar siempre abierta hacia el mundo, porque tenemos un gran mensaje que transmitir a este mundo bueno y malo, amigable y hostil. Por eso tenemos que ponernos constantemente al día: no podemos contentarnos con la repetición mecánica de formas de expresión y de comportamiento. Debemos razonar distinguiendo la llamada “sustancia” del mensaje cristiano de las formas llamadas “accidentales”. ¡Ojalá tuviésemos la claridad y seguridad conceptual de los grandes padres del Concilio Vaticano II, seguros todavía de poder distinguir la substantia del accidens! Vivimos en el campo de fuerza de la continua y obligada puesta al día. ¡No podemos olvidarlo!

Al mismo tiempo estamos obligados a testimoniar la presencia de Dios en el mundo. Y la presencia, la Gloria, el Esplendor divino constituye siempre el término de una comparación tremenda, como Moisés, que en presencia de Dios tenía que cubrirse el rostro, o quitarse las sandalias delante de la zarza ardiente. Por este motivo, aunque adaptemos los métodos del mundo contemporáneo, no debemos abandonarnos a las corrientes del mundo o del ambiente, sino que tenemos que asumir todas las influencias con una crítica sana.
Hemos adoptado una serie de normas, usanzas e ideas del mundo judío. Hemos transformado la sustancia y el mensaje de muchos símbolos y de muchas fiestas paganas. Hemos usado muchos elementos de la cultura de los pueblos germánicos y de otros que llegaban a Europa o que viven en otras partes más lejanas del mundo. Pero el Cristianismo ha transformado la cultura de los pueblos. No ha eliminado la identidad de ninguno, sino que ha creado una rica diversidad de culturas influidas por la novedad que aporta.

En esta misma situación nos encontramos hoy: vivimos en la civilización electrónica, audiovisual y global, pero no nos abandonamos sin vigilancia, de forma automática, a las tendencias siempre nuevas de nuestro mundo. Por este motivo compramos como si no tuviésemos propiedad sobre las cosas, utilizamos los medios más modernos como si tuviésemos las manos desnudas; llevamos a cabo programas y organizamos eventos, pero no para tener éxito como gestores eficientes, porque... «pasa la escena de este mundo».

Esta visión típicamente cristiana es extraña y difícilmente comprensible en nuestra época, pero es atractiva, es portadora de esperanza, de una esperanza que puede hacernos capaces incluso en los siglos venideros de no perder nunca el coraje, de reanudar todo a pesar de las derrotas, porque vivimos en el contexto de la historia, una historia que tiene un sentido, que se desarrolla en el marco del plan divino de la salvación. Los cristianos no son una generación sin padre: tenemos un Padre que es omnipotente y misericordioso.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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