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Huellas N.1, Enero 2004

IGLESIA Iraq/ Emmanuel III Delly

Paz y seguridad para la tierra de Abrahán

a cargo de Lucio Brunelli

Vive en Bagdad desde hace cuarenta años. Durante la guerra nunca ha abandonado a Iraq ni a los iraquíes. «La Iglesia comparte la situación de todo el pueblo. La primera tarea es la oración»

«La guerra nunca es buena. La guerra porta destrucción y muerte. Jamás conlleva el bien». Emmanuel III Kerim Delly, nuevo patriarca de Babilonia de los caldeos, es un hombre sabio. Menudo, de cabellos grises, de sus 76 años los cuarenta últimos los ha pasado en Bagdad como obispo auxiliar. Nos encontramos en la Casa Santa Marta en el Vaticano, pocas horas después de efectuarse la elección de los 22 obispos del Sínodo católico caldeo, el 3 de diciembre de 2003. No hay rencor en sus palabras, mientras renueva la condena de la guerra. Sólo amor a la verdad y compasión por su gente. «El Señor nos ha donado la inteligencia para seguir vías alternativas a las de las armas para resolver las controversias internacionales: la vía del diálogo, de las negociaciones. Dios ha dicho: “no matarás”.
Viajando a Oriente Próximo no es raro encontrarse con líderes religiosos, árabes e incluso cristianos, que hablan más como militantes que como hombres de Dios. El nuevo patriarca, no. De su boca no escucharéis jamás invectivas rencorosas o veleidosas contra los ocupantes americanos. Es más, pide que las tropas extranjeras no dejen el país, porque en ese escenario el caos sería desastroso.

Herido en los bombardeos
Pero Su Beatitud ha visto demasiado cerca el horror y los lutos de la guerra para decir que la intervención militar era la vía inevitable para buscar el bien de su pueblo. Él mismo ha sido víctima de la violencia de las armas. El 21 de marzo pasado algunas bombas aliadas cayeron a pocos metros de la residencia del patriarcado caldeo en Bagdad. «Estaba hablando por teléfono con el Vaticano – cuenta Delly –, todos los cristales de las ventanas se hicieron añicos, el auricular voló de mis manos...». Una esquirla le hirió, por fortuna no de gravedad. La tragedia estuvo cerca. Al día siguiente, en una entrevista a Radio Vaticana, dijo: «Yo estoy bien, aún sigo vivo. Pero los bombardeos continúan, incluso en este momento. Hay tantas ruinas, tantos gritos de la gente, de los niños... Los que tienen un corazón tan duro deberían tener al menos un corazón más paterno. Precisamente ayer por la tarde, en la sede del patriarcado rezamos, celebramos la misa, hicimos el Vía crucis con todos los obispos y el Nuncio. Pedimos al Señor que nos proteja y a la Virgen que nos ayude a soportar esta catástrofe».
Los cálculos más fiables respecto a las víctimas del conflicto en Iraq hablan de más de 9.000 muertos civiles: ancianos, mujeres y niños. Más del triple de los muertos del 11 de septiembre. Civiles inocentes, como los americanos sepultados bajo los escombros de las Torres Gemelas. Pero ninguno de nosotros ha llorado a las víctimas iraquíes. «En Iraq ha habido menos muertos que en los accidentes de carretera durante un fin de semana», dijo hace unos meses un conocido político italiano, con una mezcla de ignorancia y cinismo sobre la que es mejor correr un tupido velo. Ahora es más justo y realista mirar adelante.

El único deseo: paz y seguridad
¿Qué tarea aguarda a la Iglesia caldea (con más de medio millón de fieles en Iraq) en esta larga, infinita posguerra? «La Iglesia comparte la misma situación que vive todo el pueblo en Iraq. Una situación de sufrimiento que dura ya demasiados años. La primera tarea para nosotros es la oración. Rezamos y pedimos a todos que recen al Señor para que alivie este sufrimiento y para que la tierra de Mesopotamia, la antigua tierra de Abrahán, halle por fin un poco de paz. Dios no quiere que los hombres se maten. Y ahora ya no mueren sólo los iraquíes, sino también tantos hermanos extranjeros... Aprovecho la ocasión para expresar mis más profundas condolencias por los militares de vuestro país asesinados en Nassiriya. Habían venido aquí para ayudarnos, son mártires de su deber. El arzobispo de Basora les conocía bien, fue a conocer a los miembros del contingente italiano después de aquel trágico episodio y me dijo que la población tenía en alta estima a los soldados italianos».
¿Qué pedís a las tropas extranjeras en Iraq? «Que nos den seguridad. La gente tiene mucho miedo, ya no sale de casa. No se dan las condiciones mínimas de seguridad. Esto sucede porque hay muchos enemigos que proceden de fuera de Iraq... No son iraquíes los que cometen la acciones más perversas y quieren impedir que recuperemos la ansiada paz, la deseada tranquilidad... Dejé Bagdad para venir al Vaticano el mismo día en que dispararon un misil contra la embajada italiana. Todavía no se sabe quién lo hizo, pero la mayoría de los iraquíes sólo ansía paz y seguridad, rechazan la violencia».

Convivencia pacífica con los musulmanes
Algunos obispos han denunciado que se han producido vejaciones contra la minoría cristiana y acusan a grupos extremistas musulmanes. Se teme que en el futuro pueda existir en el país un régimen religioso islámico. ¿Usted también está preocupado? «Desde hace más de mil años los cristianos de Iraq convivimos pacíficamente con nuestros hermanos musulmanes. El Islam es algo bueno. No diré jamás una palabra contra el Islam. Si los musulmanes siguieran los principios del Corán, sería algo bueno. Igual que si los cristianos siguieran los principios del Evangelio, sería algo bueno. Desgraciadamente muy a menudo ni cristianos ni musulmanes siguen las enseñanzas de estos libros sagrados».

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Para la unidad de la Iglesia
Publicamos un pasaje de la Carta con la cual Su Beatitud Emmanuel III Delly, canónicamente elegido en el Sínodo de los obispos de la Iglesia Caldea, solicita al Santo Padre Juan Pablo II la ecclesiastica communio. A continuación, algunos fragmentos del discurso del Santo Padre en la audiencia del nuevo Patriarca de Babilonia de los Caldeos, junto a los miembros del Sínodo de la Iglesia Caldea. Ciudad del Vaticano, 3 de diciembre de 2003
Beatísimo Padre: siguiendo los cánones vengo a solicitar a Vuestra Santidad la ecclesiastica communio. Al mismo tiempo, deseo manifestar a Vuestra Santidad toda mi adhesión y la de la Iglesia caldea y mi devoción. Con la ayuda de Dios, trataré de hacer lo posible por la unidad de la Iglesia en esta trágica situación en la cual se encuentra Oriente Próximo y, en particular, Iraq.
Emmanuel III Delly

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Beatitud: solicitáis la ecclesiastica communio. Accedo con gusto a tal instancia. En esta perspectiva, he encargado al Cardenal Moussa I Daoud que la confirme, según la praxis, mediante la Concelebración Eucarística que tendrá lugar en la Basílica de San Pedro. La comunión con el obispo de Roma, Sucesor de Pedro, principio y fundamento visible de la unidad en la fe y en la caridad, hace que las Iglesias particulares vivan y obren en el misterio de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. La Iglesia Caldea está orgullosa de testimoniar a Cristo en la tierra de la que partió “Abrahán, nuestro padre en la fe” y de enraizar sus orígenes apostólicos en la predicación de “Tomás, uno de los Doce”. Partícipe de la única linfa vital que emana de Cristo, la Iglesia Caldea debe continuar floreciendo, fiel a su propia identidad, llevando frutos abundantes para el bien de todo el cuerpo eclesial. Venerados Hermanos, desarrollad cada vez más la unánime consonancia manifestada en este Sínodo. La unidad de esfuerzos permitirá un pleno desarrollo de la vida eclesial. La concordia es tanto más necesaria si miramos vuestra tierra, hoy más necesitada que nunca de verdadera paz y de tranquilidad en el orden. Obrad para “unir las fuerzas” de todos los creyentes en un diálogo respetuoso, que favorezca a todos los niveles la edificación de una sociedad estable y libre.
Juan Pablo II

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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