En el Este la caída del comunismo ha desvelado una ausencia de moralidad pública y privada. En Occidente triunfa el aburrimiento, esto es, la demolición interior de la persona. La única respuesta es la persona de Cristo, presente en la Iglesia
uando el cardenal Petr Erdö pronunció su lección magistral en la Universidad Católica de Milán, los viejos profesores recordaron un precedente. En 1978, pasó por la misma aula magna de Largo Gemelli un joven purpurado, Karol Wojtyla. Daba la misma impresión de gentil potencia, suscitó idéntica fascinación entre los estudiantes. Erdö, de 51 años, es el cardenal más joven del colegio. Es arzobispo de Estzergom-Budapest. Pertenece a ese núcleo brillante de obispos cultos y carismáticos sobre los que reposa la esperanza del papa Wojtyla para el futuro.
Erdö ha escrito casi doscientos ensayos de derecho canónico y más de veinte volúmenes. Habla diez lenguas, su italiano es perfecto.
Eminencia, corren tiempos de guerra. Nuestra época se caracteriza por el miedo, como ha dicho el Papa a los diplomáticos. ¿Hay que tener miedo? ¿De qué tiene usted miedo?
En Hungría la gente no tiene tanto miedo del terrorismo ni de las limitaciones que conlleva su necesaria prevención como vosotros. Los controles no nos impresionan. ¡Estábamos acostumbrados a controles aún peores! No sé si usted tiene presente el comunismo... Sin embargo, entre nosotros ahora existe el temor a la ausencia de orden. El cascarón vacío de los controles policiales se ha roto y ha desvelado la ausencia de moralidad pública y privada. Así pues, existe indignación sobre todo ante la debilidad del orden público.
¿Tal vez haya también algo de nostalgia, puede que incluso en usted?
¿Nostalgia de aquellos tiempos? No, en absoluto. Y en mí menos aún. Suelo decir que antes era más difícil ser creyente pero hoy es más complicado. Antes usted se refería al miedo recordando el diagnóstico del Papa. Pero el Papa oponía al miedo la esperanza. El miedo se combate con la esperanza. Y sostenía que lo opuesto a la esperanza no es el miedo, sino la desesperación. La desesperación adviene cuando el hombre se rinde ante la nada. Este es el mal decisivo de nuestro tiempo. En cierto sentido, hasta el miedo es útil. Señala el horror vacui, el terror de la nada, que se nos viene encima también cuando no existen motivos externos. Cuando se deshace la espina dorsal de las estructuras externas que infunden miedo –y pienso en el comunismo– todo parece vacío y carente de valor. Aparece la tan mencionada ausencia de valores. Y si no existe justicia, tensión al ideal, la sociedad puede abismarse en el desorden y en la criminalidad. Por esto hoy día hasta los políticos no creyentes buscan el apoyo de las Iglesias históricas para reconstruir las instituciones, la cultura nacional y la estructura moral de la sociedad. En Rumanía se están construyendo miles de iglesias con dinero del Estado. En Rusia, la vieja y tantas veces perseguida Iglesia ortodoxa es sostenida de varias maneras por las autoridades políticas, aunque no sean creyentes.
Usted habla especialmente de la Europa del Este. Pero conoce bien también el Oeste...
Es peor en Occidente. Aquí está la náusea, el tedio también respecto a la Iglesia. Entre nosotros se ha intentado destruir la Iglesia con la violencia, entre vosotros se ha dado una especie de demolición interior progresiva. Las estructuras demasiado grandes con frecuencia han sido ocupadas por burocracias sindicalizadas o proclives a las obras sociales más que movidas por la fe.
¿Cómo se sale de esta crisis?
¡La persona de Jesucristo! La relación religiosa, personal e inmediata con Cristo. La Iglesia existe para esto. Sin esto, hasta la invocación a los valores de que hablan todos los políticos para afrontar los desafíos, incluido el del terrorismo, es un reclamo sin eficacia. Los valores difícilmente se sostienen sin una visión orgánica del mundo, sin bases religiosas. Asistimos a esta paradoja. Las autoridades piden: ¡valores, valores!, pero, después, quien los practica es tratado con cierta desconfianza. Pienso en los juicios emitidos por la Iglesia en materia de bioética, droga, aborto y otros temas y en quienes los hacen propios, que son tratados a veces incluso como desequilibrados u oscurantistas. Los cristianos del Este están acostumbrados a no ser conformistas, por lo cual quizás no tienen tanto miedo a no ser respetados socialmente. Sin embargo, parece inevitable este escándalo, lo necesitan también los no creyentes.
Sin embargo, parece que hay un retorno a la religiosidad...
De acuerdo. Pero el cristianismo no es una forma de sentimentalismo religioso. Tiene contenidos, verdades objetivas. Y estos contenidos se aprenden. Se ha vuelto a enseñar religión de diversas formas también en las escuelas de mi tierra. Es preciso retornar asimismo a los métodos de la Iglesia primitiva en la que la instrucción catequética era básica. No debe desanimarnos ser pocos. Me parece significativo que en Budapest, además de los casi 6.000 bautismos de niños, cada año se celebran 500 bautismos de adultos. Es un signo de crecimiento del carácter misionero de nuestra Iglesia. Es lo que Dios quiere. Y también en Occidente hay que retomar el Antiguo Testamento donde dice: «¡Cuéntaselo a tus hijos!».
¿Qué hay que contar a los hijos?
El contenido de la Buena Noticia, la propia experiencia religiosa. No la experiencia solemne, sino la cotidiana, que pasa a través de la familia. Yo nací en 1952. Mi padre era abogado, pero no podía ejercer porque era católico. Yo soy el primero de seis hijos. Un grupo de familias (un movimiento sin nombre) practicaba la sencillez del cristianismo. Había mujeres jóvenes que no podían hacerse religiosas a causa de la prohibición estatal, pero eligiendo la virginidad, trabajaban, calculaban el mínimo necesario para vivir, y el resto se lo daban como ayuda a las familias con prole numerosa. Esta es la experiencia a la que aludo. Esto puede y debe permanecer al socaire de los cambios de los tiempos.
Hay una gran cuestión sobre la que quería preguntarle, dado que es usted jurista: ¿cómo puede el estado liberal aceptar limitaciones a las libertades personales, leyes que vayan en contra del consumo de droga, los métodos de reducción de la natalidad, o que protejan la institución de la familia, etc.?
Conozco estas críticas a la Iglesia y al Papa. La cuestión es importante, pero las críticas, no tanto. El Papa predica con Cristo estas enseñanzas por testimonio y convicción, no le importa la opinión de la mayoría. Además, ya dije que los creyentes del Este están habituados a estar en minoría. Pero yo creo que la sana mentalidad humana existe todavía, aunque se haya dado una progresiva erosión conceptual del derecho. Es necesario ir al origen ilustrado de la codificación del derecho europeo. Existían valores referidos a la razón humana y a la religión, no sólo por una deuda histórica sino por razones filosóficas. Siempre ha estado claro que el derecho a la libertad individual es decisivo. Pero es inevitable poner límites al subjetivismo si no se quiere el desmoronamiento del Estado. El 11 de septiembre ha llevado a la afirmación de la fórmula de la “tolerancia cero”. La sociedad debe establecer continuamente reglas si quiere sobrevivir. La naturaleza humana, tras el pecado original, está herida, debilitada, no ve siempre con claridad lo que necesita para sobrevivir. La razón humana precisa además la luz de la Revelación. Por esto es precioso lo que dice el Papa sobre dónde está la vía de la vida verdadera.
Una curiosidad. ¿Es cierto que han encontrado un medio original de financiar las parroquias?
Ya sé a qué alude. Se han conservado los edificios de culto pero no sabemos cómo mantenerlos. La base de su mantenimiento era a menudo una obligación comunal que fue suprimida hace más de cincuenta años. Los demás bienes de la Iglesia fueron confiscados al comienzo del periodo comunista y no se han reprivatizado. Pero, gracias a una ley constitucional y a un acuerdo con la Santa Sede suscrito en 1997, recibimos una financiación estatal para nuestra obras “en servicio público”, así como para los colegios. El aspecto económico de nuestra vida no es nuestra preocupación principal. Somos pobres, y para encontrar dinero para restaurar los edificios debemos ir casi como mendigos, yo incluido... En las iglesias, sobre todo en las ciudades, hemos construido con frecuencia criptas subterráneas, que hemos transformado en cementerios. Lo hacían los antiguos cristianos y les imitamos también en esto... Sin embargo, el aspecto económico de nuestra vida no es nuestra preocupación principal. Quisiera volver a una frase que ya he pronunciado, la vuelvo a decir humildemente: la relación religiosa, personal e inmediata con Jesucristo; para esto existimos, por esto mendigamos.
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