La Commedia y el Canzoniere. Dos obras que cantan a la Virgen María, pero de diferente forma. La primera es la síntesis de la robusta civilización medieval, mientras que la segunda anticipa la más débil cultura humanística
El último canto de la Divina Commedia se abre con la oración a la Virgen, el Canzionere acaba con la canción Virgen bella. No creo que se trate de una casualidad, a pesar de que muchos críticos avezados rechazan que exista nexo alguno entre las dos composiciones. ¿Cómo no ver en la canción de Petrarca la deuda dantesca, el intento excelente de imitar y emular al otro, además del punto de llegada de una trayectoria humana y poética atormentada?
Empecemos con el preámbulo.
«Virgen madre, hija de tu Hijo»: éste es el tono solemne y lacónico, de inmediato teológico y objetivo, que adopta el apóstrofe de Dante, que es a la vez oración y altísima invocación.
«Vergine bella, che di sol vestita,
coronata di stelle, al sommo Sole
piacesti sì, che ’n te Sua luce ascose,
amor mi spinge a dir di te parole»
(«Virgen bella, de sol revestida,
coronada de estrellas, al sumo Sol
tanto placiste, que en ti Su luz posó,
el amor me empuja a hablar de ti»): aquí ya son necesarias más palabras para dirigirse a María. Petrarca empleará trescientos versos para decirlo todo. A Dante le bastan poco más de treinta. En lugar del potente oxímoron de Dante, un adjetivo fácil. Es también un apóstrofe, pero de corte lírico y subjetivo. Sólo este inicio manifiesta la distancia entre dos épocas de la Europa cristiana, en el brevísimo lapso de una generación.
«umile e alta, più che creatura,
termine fisso d’eterno consiglio»
(«más humilde y alta que criatura alguna,
término fijo de consejo eterno»), continúa Dante condensando en dos versos el Magnificat y la profecía de la encarnación contenida en el libro del Génesis.
«Vergine santa d’ogni gratia piena,
che per vera et altissima humiltate…
tre dolci et cari nomi ai in te raccolti,
madre, figliuola et sposa».
(«Virgen santa llena de toda gracia,
que por verdadera y altísima humildad...
tres dulces y amados nombres en ti recoges,
madre, hijita y esposa»).
Poco antes había dicho:
«Vergine benedetta,
che ’l pianto d’Eva in allegrezza torni».
(«Virgen bendita,
que el llanto de Eva en alegría tornas»).
Pero ya sucede en la tercera y cuarta estrofa de su canción.
Prosigue Dante:
«tu se’ colei che l’umana natura
nobilitasti sì, che ’l suo fattore
non disdegnò di farsi sua fattura.
Nel ventre tuo si raccese l’amore
per lo cui caldo nell’etterna pace
così è germinato questo fiore.
Qui se’ a noi meridiana face
di caritate».
(«tú eres aquella que ennobleciste tanto
la naturaleza humana, que su hacedor
no desdeñó hacerse su factura.
En tu vientre se recoge el amor
por cuyo calor en la paz eterna
ha germinado esta flor.
Sé aquí para nosotros meridiana faz
de caridad».
Y Petrarca:
«Vergine pura, d’ogni parte intera,
del tuo parto gentil figliuola et madre,
ch’allumi questa vita, et l’altra adorni,
per te il tuo figlio, et quel del sommo Padre, (…)
venne a salvarne in su li extremi giorni».
(«Virgen pura, de todas partes entera,
de tu parto gentil hijita y madre,
que alumbras esta vida y la otra adornas,
por ti tu hijo y el del sumo Padre, (...)
viene aquí a salvar nuestras jornadas»).
Aquí Petrarca es más breve que Dante. El misterio de la Encarnación se expresa con la metáfora del calor en el primer caso y de la luz en el segundo: ardiente el misterio de Dante, para el cual María en el cielo es llama de caridad; para Petrarca, la Virgen es luz en esta y en la otra vida. Aquí se puede establecer la distancia semántica entre el fuego y la luminosidad.
«prego ch’appaghe il cor, vera Beatrice» («pido que sacies el corazón, verdadera Beatriz»). Así, el verso 52 de la canción de Petrarca marca una primera diferencia en la relación entre las vicisitudes amorosas en Dante, para el cual Beatriz es realmente Beatrice (es decir, “portadora de dicha”, ndt.), y en Francesco Petrarca, para el que Laura no lo ha sido, tanto que, en el umbral de la muerte, su poeta pide a la “verdadera” Beatrice, María, la satisfacción del corazón. Audazmente, en Dante signo (la mujer amada) y misterio (Cristo) coinciden, ya en la obra juvenil Vita nuova, y no sólo en la madurez de la Commedia. Para Perarca la experiencia de amor ha sido en buena parte un extravío y no ha dado sosiego al deseo; por eso, él no puede más que pedir la paz al amor puro de otra mujer. ¿Será tal vez porque, paradójicamente, Dante es un laico, como todos los poetas del stilnovo, y Petrarca, como muchos humanistas, es clérigo?
«Con le ginocchia de la mente inchine,
prego che sia mia scorta,
et la mia torta via drizzi a buon fine».
(«Con las rodillas de la mente dobladas,
pido que seas mi escolta,
y mi torcido camino endereces a buen fin»).
También Dante experimentó en un momento dado que «la recta vía se ha desviado», sin alegría, y también él por gracia fue salvado; le fue indicado que el bien es que Dios «se nos despliegue».
Para Petrarca, María es la paz, jamás gozada, la estabilidad de una verdadera compañía, jamás poseída:
«Vergine chiara et stabile in eterno,
di questo tempestoso mare stella,
d’ogni fedel nocchier fidata guida,
pon’ mente in che terribile procella
i’ mi ritrovo sol, senza governo».
(«Virgen clara y eternamente estable,
estrella de este mar tempestuoso,
guía segura de todo fiel piloto,
mira en qué terrible borrasca
me encuentro, solo, sin gobierno»).
A la comunión con los bienaventurados en Dante se corresponde la extrema soledad de Petrarca, y la desolada oración de quien parece no tener amigos que le ayuden a surcar la tempestad en el mar de la vida. Al destino común de una nación dividida, símbolo dramático de toda una civilización que ya no tiene guía, le corresponde la vida solitaria de un hombre que oscila constantemente entre certeza y duda. Todo se vuelve más espiritual aquí, salvo la bellísima anotación con la que concluye la estrofa:
«ricorditi che fece il peccar nostro
prender Dio, per scamparne,
humana carne al tuo virginal chiostro».
«recuerda que nuestro pecar hizo
tomar a Dios, para salvarnos,
humana carne en tu virginal claustro».
«Non horruisti virginis uterum», («no rechazaste el útero virginal», como se expresa en el Te Deum).
El inicio solemne de la penúltima estrofa antes de la conclusión reza así: «Vergine, in cui ò tutta mia speranza» («Virgen, en la cual tengo toda mi esperanza»), allí donde Dante, dirigiéndose a Beatriz, expresaba así el apóstrofe: «O donna, in cui la mia speranza vige» («Oh mujer, en la que cobra vigor mi esperanza») (Par 31, 79).
Por último, Petrarca llama a la Virgen «cosa gentile» (v. 123), recordando a la Vita nuova, en la que Beatriz es denominada «cosa venuta / da cielo in terra a miracol mostrare» («cosa venida/ del cielo a la tierra a mostrar el milagro»). Para Petrarca, es la Virgen, y no Laura, la verdadera mujer que salva.
Dante obtiene por medio de María la gracia de ver a Dios y, aún en el drama de no poder expresar lo inefable, se advierte que tiene la vida ante sí, que quiere gastarla en la única acción política que se le consiente, la poesía.
En cambio, para Petrarca
«Il dì s’appressa, et non pote esser lunge,
sì corre il tempo et vola,
Vergine unica et sola,
e ’l cor or conscientia or morte punge»
(«El día se apresura, y no puede estar lejos,
corre el tiempo y vuela,
Virgen única y sola,
y al corazón conciencia o muerte punzan»): siente la muerte cercana y su alma sigue siendo testimonio herido de su trabajo personal y del de su época, realizando así el último acto de la dignidad del hombre de cualquier época, un segundo antes de hallar el coraje de confiarse a Cristo,
«verace homo et verace Dio» («verdadero hombre y verdadero Dios»), para que acoja su «último hálito en paz».
Ambas son alta poesía, el himno de Dante síntesis de la robusta civilización medieval, la elegía de Petrarca profecía de la más débil cultura humanística.
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