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Huellas N.1, Enero 2004

CULTURA Isabel la Católica

Un reinado fascinante (I)

Consuelo Rubio Cárdenas

Pasó a la historia como artífice de hechos tan relevantes como auspiciar el descubrimiento y conquista de América, terminar la reconquista, unificar España e iniciar el fortalecimiento del poder del estado. Las controversias entorno al proceso de beatificación de Isabel I de Castilla

«Cuando se ha investigado ya prácticamente todo sobre esta mujer controvertida y fascinante, parece haber llegado el momento de abandonar toda postura radical e intransigente y hacer el esfuerzo, obligado por otra parte, de situarse en su tiempo y en su entorno, con las luces y las sombras, las costumbres, la sociedad, el ambiente cortesano... e incluso la religiosidad y la veda de la Iglesia del siglo XV, y desde ahí acercarse a la vida y los hechos de la Reina». Son palabras de Mons. Delicado, que fue arzobispo en la diócesis de Valladolid, que nos permiten asomarnos a una de las causas de beatificación más polémicas de los últimos tiempos. Una causa que se abrió hace ya más de cien años, y que en la actualidad, y habiendo superado varias etapas fundamentales en Roma, está detenida.

Puntos de controversia
A Isabel la Católica se le han echado en cara sus actuaciones de gobierno respecto a los problemas planteados por la necesaria reforma de la Iglesia y la implantación de la Inquisición; el término de la Reconquista; el descubrimiento de América y la permanencia de las comunidades judías en la Península. Pero, como afirma Mons. Braulio Rodríguez Plaza, actual arzobispo de Valladolid, «los valores humanos y cristianos de la Reina son suficientemente fuertes como para resistir los ataques contra su santidad, tantas veces basados en prejuicios y aseveraciones que poco tienen que ver con la historia».
Sus principios morales y sus presupuestos políticos siempre persiguieron la unidad de la fe cristiana y de los territorios que comprendían la Península Ibérica, algo que no podemos perder de vista al analizar más de cerca los errores que se le imputan.

Reforma religiosa
En España no se produjo la lucha protestante en la Reforma, en gran parte porque Isabel había reformado ya el clero medio siglo antes de Lutero. Fue esta una misión en la que la Reina puso gran empeño, al constatar que en sus reinos había muchos monasterios y conventos «disolutos y desordenados en su vida y administración», consciente de que eran lo más importante para la salud del reino. De modo que el punto de arranque de las reformas en este campo fue la formación del clero y el restablecimiento del orden en la vida monástica. En sus constantes viajes solía alojarse en conventos, en los que se reunía con la comunidad y les dejaba exponer sus cuitas, para luego hablarles y exhortarles largamente, y si veía algo que no le agradaba daba parte de ello a su confesor, que tomaba las medidas pertinentes para poner orden. Emprendió la reforma combinando audazmente su delicadeza y entusiasmo con la austeridad y firmeza del cardenal Cisneros, a través de consejos, leyes, fundaciones de escuelas o academias para infantas y formación del clero. Esta reforma fue continuada admirablemente por sus sucesores: Carlos I gobernó con el testamento de su abuela, y Felipe II siguió en este, como en muchos otros aspectos de su gobierno, la línea establecida por doña Isabel.

Rigor histórico
No entraremos en las críticas –la mayoría basadas en un desconocimiento absoluto de la historia– respecto a la implantación de la Inquisición; pero hay que decir que España fue el último país de Europa que la impuso, y al establecerla fue felicitada por el Vaticano y por la universidad de la Sorbona (los grandes pilares del saber del momento). Durante casi tres siglos no se vio necesario instituir este tribunal eclesiástico en territorio español, dadas las buenas condiciones de convivencia, pero, a medida que avanzaban los años, la amenaza a la integridad de la fe que suponía la “herética parvedad” –las prácticas judaizantes de los conversos– llevó a los reyes a decretar el establecimiento de este tribunal. Comenzó su andadura en Sevilla en 1480, y en los primeros años procedió con rigor inusitado, pero pasados unos años los castigos se hicieron menos graves. En su conjunto, las sentencias capitales fueron de número inferior a las que en otros países pronunciaban tribunales ordinarios en relación con los mismos delitos, pero ello no impide reconocer el daño profundo que, para la Iglesia misma, suponía esta colaboración tan estrecha con el Estado.

Reconquista y moriscos
En cuanto a la lucha secular contra el Islam, no perdamos de vista la mentalidad en que se encontraba inmersa la Reina: para la época, esta acción militar colmaba el ideal del caballero cristiano medieval, que con su esfuerzo y con su sangre pretendía restaurar el mapa de su reino y aun el mapa de toda la Cristiandad mermada gravemente por la caída de Constantinopla en 1453. Tras la toma de Granada, la Reina consintió que se quedaran los llamados “moriscos”, con la esperanza de su rápida conversión; sin embargo, después de una larga estancia de cinco meses en aquellas tierras, Isabel constató lo mucho que faltaba para dicha conversión y ello, junto a las sucesivas sublevaciones, le llevó a tomar la decisión de su destierro. En cualquier caso, el propósito de expulsar a los sarracenos del territorio español no obedecía a “racismo” alguno, sino a llevar a cabo “la causa de Dios”, en palabras de la misma Reina.

Un grave problema de integración
Como tampoco puede admitirse la acusación de racismo en la cuestión de la expulsión de los judíos, según la acepción moderna del vocablo, que contempla la persecución y odio a un grupo étnico por considerarlo como inferior, ya que ni para los monarcas ni para el pueblo un judío o un mahometano fueron nunca «razas inferiores». La hostilidad se encaraba solamente con su credo y su conducta. Y es que el tema judío hay que enmarcarlo en una perspectiva global dentro del amplio problema político-religioso en la etapa que va desde 1492 hasta 1614, cuando fueron expulsados los últimos moriscos. Se había planteado dentro del tejido social un grave problema de integración, con imposibilidad absoluta de amalgamar los elementos propios de cada una de las tres culturas, y cada vez más frecuentes agresiones mutuas.

Algo que no se pudo evitar
Como afirma el gran estudioso de este reinado, Luis Suárez Fernández, frente a la acusación de intolerancia contra los Reyes Católicos a raíz de estas medidas, hay que señalar que fue el epílogo lógico de una tensión de más de un siglo, y que fueron por largo tiempo maduradas por los distintos reyes cristianos que, al contrario de lo que sucedió con los Reyes Católicos, no tuvieron la suficiente fuerza política y apoyo del pueblo como para acometerlas. Y no hay que olvidar la imparable presión de la Iglesia; el mismo Papa exhortaba así a la Reina pidiéndole: «no consientas se propague esta peste por tus reinos», y todos los monarcas de la Cristiandad felicitaron a los reyes por la toma de Granada y el decreto de expulsión de los judíos. Hasta el investigador israelí Benzion Netanyahu admite que «la expulsión de los judíos es algo que no pudo evitar [la Reina], porque la sociedad lo pedía y toda Europa estaba haciendo lo mismo».

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Breve semblanza de la reina “católica”
C.R.C.
La niñez de Isabel fue ciertamente difícil, al estar, junto con su madre y su hermano pequeño, apartados de la corte de su hermanastro Enrique IV, que les tenía abandonados incluso en el aspecto económico, lo cual les hizo llevar una vida sumamente austera y humilde. Tampoco fue sencilla su juventud, plagada de sufrimientos al verse obligada a vivir separada de su madre en medio de una corte frívola y mundana. Aun así, fue educada en la sobriedad y en las mejores virtudes, y en confiarlo todo a la oración, como se decía en un documento de su época: «Siempre, antes que comenzase las cosas, las encomendaba a Dios con oración y ayunos y limosnas, y escribía a santas personas que lo encomendasen a Dios». Manifestó una especial devoción al Misterio de la Encarnación, y desde la adolescencia practicó asiduamente ayunos y penitencias, haciendo largos retiros en los que tenía presente la totalidad de los problemas por los que sus reinos pasaban.
Tenía un don especial para descubrir las cualidades y el valer de las personas, y así logró rodearse de los mejores, empezando por sus tutores y sus amigas personales, como Teresa Enríquez o Beatriz Galindo, y siguiendo por su esposo y sus hombres de confianza y consejeros, entre los cuales se encontraron los nobles más levantiscos del reinado anterior, enzarzados en luchas fratricidas entre distintas facciones y a quienes consiguió ganarse magistralmente. Puso especial cuidado en la elección de los confesores, entre los que destacaron Hernando de Talavera y el cardenal Cisneros.
Supo conciliar un carácter trabajador y decidido con unas maneras que evidenciaban su lado femenino. Fue una gran esposa: mostró mucha inteligencia en su relación conyugal, ya que combinó su sometimiento en todo como esposa con su condición de reina, como expresó al tomar posesión del reino de Castilla con estas palabras: «Vos, así como varón, como rey, como mi marido, ordenaréis todas las cosas, vos las poseeréis, vos las gobernaréis. Ninguna cosa reservo para mí, sino, como es razón, todas las cosas serán comunes a entrambos; y pues que Dios nos ha ayuntado iguales en amor y costumbres, es necesario que seamos iguales en la compañía y en todo el derecho del reino. En todos nuestros señoríos, así guardarán vuestros mandamientos como los míos». Y profesó un profundo amor por él, como queda recogido en su testamento con esta preciosa anotación al ordenar la venta de sus bienes personales para limosnas: «E suplico al Rey, mi señor, se quiera servir de todas las dichas joyas e cosas o de lo que más le agradaren, porque viéndolas pueda tener más continua memoria del singular amor que a Su Señoría siempre tuve».
Mujer fuerte e incansable, atravesaba incesantemente sus reinos a caballo. Fue una madre preocupada en vigilar personalmente la educación de sus hijos. Su testamento revela su dedicación en este aspecto. Les inculcó su profundo sentimiento cristiano y otras virtudes como la paciencia, la perseverancia o la prudencia. Buscó estar cerca de ellos para atenderles personalmente, haciéndose acompañar por ellos en muchos de sus viajes.
Isabel heredó una Castilla sumida en la anarquía, la desidia y la corrupción de costumbres, y dejó una España a las puertas del Siglo de oro.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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