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Huellas N.1, Enero 2004

CL CLU

Por los caminos del mundo a hombros de papá

Caterina Giojelli

Del 12 al 14 de diciembre seis mil estudiantes procedentes de toda Italia abarrotaron el 105 Stadium de Rímini. El tema: Gloria Dei vivens homo. Las palabras de Giussani: “Estamos seguros de esta alegría: el Misterio se ha hecho hombre”

El 105 Stadium de Rímini tiene un ilustre pasado de “agotadas todas las localidades”: sus paredes han temblado con la feroz sátira de un toscano, sus cristaleras han vibrado con las actuaciones de los número uno de las listas del pop con su séquito añadido de fans, y su estructura guarda el eco de los ultras enloquecidos en inolvidables superpartidos de baloncesto. Pero entre el 12 y el 14 de diciembre lo llenaron seis mil personas sin cámaras de televisión ni famoso alguno. Y las razones para sacudidas, oscilaciones o vacilaciones arquitectónicas han sido esta vez bien diferentes de aquéllas a las que el recinto estaba acostumbrado. Nada de sátira toscana pero sí un piamontés, don Pino; nada de música pop-rock pero sí dulces notas clásicas y baladas irlandesas, cantos populares y polifónicos dirigidos por Pippo Molino; y menos aún ningún tipo de deporte o cantante: esta vez los grandes protagonistas eran esos seis mil sentados en las explanadas, llenos de respeto por el silencio, los apuntes y las preguntas. Porque en aquellos tres días no estuvo en juego un balón: estuvo en juego el secreto del mundo.

La “tensión” de Chiara y Francesca
Seis mil personas, decía, y es necesario aclarar que el target en cuestión frecuenta la universidad, oscila entre los 19 y los 26 años y viene de toda Italia para tomar parte en los Ejercicios espirituales anuales de CL. Yo incluida. Porque soy una universitaria-italiana-chelina y tengo más bien 20 que 30 años, Deo gratias. Y esta, de por sí, no es una novedad: desde tiempos remotos se repite la travesía anual en autobús desde cada región; se colapsa un poco la autopista, se enriquece un poco la renta diaria de varios autoservicios y se nos dirige hacia la ciudad italiana que no duerme nunca. “Nunca” en el sentido del mes de agosto. ¡En pleno diciembre sí duerme, ¡y cómo! Quizás no el corazón de la ciudad, pero en los diversos Mar-bonita, Bella-ribera, Ribera-bonita, Bell-aire de Rímini se registra un uso desenfrenado del adjetivo “bonito”, en fin, todo el litoral está en letargo. Hasta el sobrevenir de la horda chelina. Y, tímidamente, los encargados de los albergues reabren las hojas preguntándose si nuestra llegada es un anticipo de sus seis meses de temporada alta o un retraso de tres. Hasta el mar parece dormir tranquilo delante de los juegos “sumamente culturales” de mi comunidad de la Bicoca milanesa que llega con cuatro horas de antelación para la cena y seis para la entrada al recinto y se entretiene observando la recogida del cangrejo, saltando sobre embarcaderos abandonados y escondiéndose de los fantasmales perros guardianes de la playa. Todo ello acompañado por el contagioso “Tenscion!” de Chiara y Francesca, (en Ciencias de la Educación la “tensión” es angloparlante), una especie de grito de batalla que por tres días estará en boca de toda la panda.

Tres días con el Autor
Y éstas parecerían sólo notas de color, nada que ver con la fila ordenada para entrar al 105 Stadium, el silencio de la entrada y la atención a aquel pequeño escenario, enmarcado por la consigna Gloria Dei vivens homo. Aquellos tres días fueron una respuesta para todos, para cualquiera que estuviera presente aunque hubiera que desviar la atención del cangrejo a don Pino, de la sensación de vacaciones al sentimiento religioso, de la “tenscion” por el examen a la “tenscion” por la vida. Nosotros estamos allí, y no seremos famosos, ni nos entrevistarán, ni nos llamarán a dirimir sobre cuestiones de alta estrategia político-militar. ¡Lástima!, porque mientras el mundo parece volverse loco “dominado por una tupida selva que esconde el horizonte”, (Cesana dixit) a nosotros se nos invita a pasar tres días con el Autor. El Autor del mundo, obviamente. Y necesitamos una tonelada de ayuda, porque conviviendo con esta selva oscura, exaltamos el instinto (y no el instante), el fragmento (y no lo particular, que es la clave), la posesión (y no el Misterio), la nostalgia (y no la contemporaneidad), la compañía como utopía (y no aquella guiada al destino),... olvidamos la experiencia, la verificación, la obediencia, la esperanza y la tristeza... Entonces, una vez más parece que se debe recomenzar todo otra vez, como cuando eres novato en la facultad y sientes que se te revuelve el estómago; luego te das cuenta de que llenarte de Almax no te ayuda para nada, que quizás no tienes taquicardia y que tu gastritis no tiene un origen fisiológico, sino que es el vibrar de una experiencia como si de pronto todo tu ser dividido, fragmentado, se recompusiera con el todo. Un puzzle. Un amor. Un encuentro. Un encuentro con el Autor.

El mundo por horizonte
Estamos todos allí cuando Cristo perdona los pecados al paralítico y estamos todos allí cuando Cristo mira a la Magdalena. Y en la distancia de 2000 años escuchamos las cartas de nuestros amigos: su tristeza es vieja, pero su certeza es contemporánea a mi estar allí, a mi estudio, a mi trabajo, a mi novio. Es mi experiencia. No son palabras mías pero son exactamente las palabras justas. Quizás no es verdad que se deba partir de nuevo desde el principio. Quizás haga falta partir justo de esta panda de superfumadores milaneses: de la fiebre de 40 grados de Luca, de la finca “favelas” de Ceci, del pie perennemente escayolado de Paulino. De encontrarme allí con Pigi y Checco, que alegran también mis tardes de trabajo en Tracce, lanzándose por la city para solucionar las situaciones más dispares. De Elena, del Brivius. Del mundo, porque, como Widmer recuerda, el mundo es la única dimensión realmente adecuada del gesto que hago. De la unidad con quien guía, aquellos más grandes que también este año están aquí para ofrecernos ese quintal de reclamos imprescindibles para la vida (¡la mía, hablan de la mía!): don Pino, pero también Cesana y Dima, Widmer y Paolo Nanni, don Ambrosio, don Ciccio y don Negri; y en lo cotidiano Alfredo y todos los demás, también los menos burbujeantes y explosivos.

Responsabilidad dichosa
Por la pinta que sugieren las imágenes sagradas que circulan por la pantalla, parece “fácil” esta verificación de la experiencia, parece obvio que todo sea Misterio y que lo más urgente de mi vida sea conocerlo, seguirlo, comprender que si soy “de” Otro, soy “para” Otro; parece hasta fácil decir aquel “sí” de la Virgen que hace 2000 años cambió el mundo y que, a pocos días de la Navidad, renueva la esperanza para todo el mundo, y no sólo para seis mil tíos que abarrotan las explanadas de un estadio en Rímini. También parece fácil amontonar todas estas expresiones, he probado a buscar otras, pero no hay forma. Cuando Alfredo me dijo si tenía preguntas, no mentí: ninguna pega, ninguna objeción; he enterrado el hacha de guerra y mis preguntas fueron las mismas que emanaron de todo el hotel. Si hubiera salido a la tarima durante la asamblea habría dicho una sola cosa: “Gracias”. Don Pino saluda a los presentes y les desea a todos una feliz Navidad. Pero nosotros ya sabemos (o esperamos). «Teeeensión!!», grita Chiara . Y no podía sacar otra conclusión para calificar todo que ese “fácil” del que hablaba antes, una responsabilidad dichosa, porque está Giussani para prometer aquello que ya es una promesa cumplida pero que constantemente olvidamos : «estamos seguros de esta alegría. El Misterio se ha hecho hombre y ha bajado para estar entre nosotros, para que nosotros pongamos nuestra vida sobre los hombros de esta alegría, como un niño que va a hombros de su padre que le lleva por los caminos de este mundo». Este es mi mundo. Estos seis mil, que nos fiamos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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