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Huellas N.1, Enero 2004

CL Sierra Leona

Freetown. El carpintero el niño Jesús y María

Bepi Berton

La historia de Mohamed, uno de los 57.000 excombatientes del país africano que están tratando de reconstruir su vida. El apego al padre Bepi, su formación como carpintero y... un niño imprevisto

Navidad. Debería ser una Navidad de paz. No disparan. Se camina tranquilamente por la calle. Para nosotros es suficiente. ¿Pero se puede llamar verdadera paz a esto? La paz no es solamente ausencia de guerra, sino una armonía social que aquí todavía no existe. Desgraciadamente, después de diez años de guerra, no se puede recuperar en dos días esa armonía que costó generaciones de trabajo. Además, todavía no nos damos cuenta de lo traumatizada que está nuestra gente.

Programa de desarme y reinserción
La historia de Mohamed es tal vez la típica de una buena parte de los 57.000 excombatientes cuyo programa de desarme y reinserción social debería concluir a finales de diciembre de 2003. Mientras tanto, los que hace algunos años eran chavalines, ahora son adultos, y como tales hay que tratarles y deben comportarse. Pero podemos preguntarnos lo que realmente se ha hecho por ellos para que puedan afrontar la vida con responsabilidad. Su situación no es la de un joven que ha crecido en un ambiente normal, apoyado y sostenido por su familia. Suelen estar solos, ociosos, frustrados, tal vez con problemas de droga, y cuando llega el final del día van en busca de una esquina donde pasar la noche. Se ha acuñado un término para esto: «Catch». «¿Dónde vas a dormir esta noche?». «A de catch (me las arreglaré)». Lo que significa que un amigo le ofrecerá una esquina donde resguardarse durante la noche.
La mayoría han vuelto a la escuela y allí se quedarán durante años siempre que haya alguien que les pague las mensualidades y otras cosas necesarias como el uniforme, los zapatos, los libros, la comida y todo lo demás. Para muchos ir al colegio se ha convertido en una profesión más que en una preparación para el trabajo, porque los que salen del colegio van a la calle. Por tanto, es mejor volver al colegio, tal vez con un par de hijos a sus espaldas. ¿Y quién paga? Esto también se ha convertido en una forma de mendicidad privilegiada. Pero por lo menos se sabe dónde están, están controlados, están más o menos ocupados. El problema es que fuera de la escuela no hay ninguna otra estructura que les acoja. Y no hay trabajo.

Formación y herramientas de trabajo
Mohamed no pertenece a este grupo, sino al grupo de los “aprendices”; sin embargo se encuentra en la misma situación. Ha terminado su período de prácticas y ahora no sabe qué hacer para sobrevivir. Sobre el papel, el programa de recuperación de los excombatientes es incluso ingenioso; pero su ejecución, incomprensiblemente len-
ta, provoca frustración.
Hacen falta hasta tres meses para que un joven, preparado para el trabajo, reciba las herramientas necesarias para ejercer su profesión. Cuando las recibe se encuentra con la imposibilidad de sobrevivir y, para afrontar las necesidades más urgentes, las vende.
¿Qué podemos hacer antes de que la situación se convierta en un problema nacional?
La frustración puede provocar una vuelta a la violencia. No necesariamente, a una guerra fratricida, pero sí a una paz turbada constantemente por la violencia callejera, por robos a mano armada y por una tensión social que las fuerzas públicas no serán capaces de controlar, porque también la policía tiene problemas de reestructuración y de renovación.
Pocos meses de formación no son suficientes para preparar a un artesano para que pueda salir adelante. También por ello es tan difícil encontrar trabajo.

Una “criatura” de pocos meses
Mohamed ha estado trabajando en una empresa de construcción para mejorar un poco lo que había aprendido con un carpintero. En esa carpintería bastante avanzada podía aprender también el uso de la maquinaria. Les pedí que le acogieran incluso sin pagarle, para aprender. Mohamed fue allí durante algunos meses y le ayudé a sobrevivir.
Hoy ha vuelto a verme una vez más y llevaba en los brazos una “criatura” de pocos meses. «¡Es mi hijo!», me ha dicho. No le creía, pero alguien que estaba presente me ha asegurado que era verdad. «¿Y ella?... ¿la madre?». Con un gesto de la cabeza, porque Mohamed habla así, más con gestos que con palabras, me ha dado a entender que no vivía lejos de allí. Era evidente que así era porque un chico de veintidós años no va por la ciudad con un fardo que se hace pis encima.
Pensé que era mejor que la situación de Kadiatu, que tiene que sacar adelante el fardo ella sola. Por lo menos Mohamed se ha responsabilizado. «¿Por qué?», osé preguntarle. «¡Amor!», me respondió. ¡Ya... amor! Yo predico el amor. Él me escucha... y lo hace... ¡hazte entender!
No me es fácil quitarme de encima a Mohamed, y tampoco lo quiero hacer, porque hace ya seis o siete años que me conoce y no tiene ningún otro punto de referencia.
En enero de 1999 cuando los rebeldes ocuparon la ciudad durante un mes y nos detuvieron, mientras estaba prisionero de los rebeldes, Mohamed, que había vuelto de nuevo a filas, vino a saludarme cargado de armas. Durante la retirada de los rebeldes de la capital, en su fuga hacia el interior, Mohamed llegó a Makeni, a 200 kilómetros de Freetown. Tenía suerte de estar todavía vivo y trataba de todas las maneras de abandonar las armas y el uniforme y volver entre los excombatientes a San Miguel. No era fácil.
En Makeni, su presencia y su atención por los sacerdotes salvó la vida a uno de ellos, porque consiguió desviar el golpe que podría haber sido fatal. Se enfrentó físicamente a su compañero de armas pero salió ileso, aunque su situación era cada vez más difícil. Consiguió escapar.

Con los compañeros en San Miguel
Cuando volví de Italia después de cinco meses que me tuvieron allí los médicos, me lo encontré en San Miguel, tal cual, siempre sereno y taciturno, como lo he visto siempre desde el día en que la fuerza de interposición (Ecomog) me lo entregó para que me hiciera cargo de él.
Entonces era un rebelde y lo habían capturado mientras combatía para tomar el aeropuerto. Tuvo suerte de no ser eliminado y acabó con algunos meses de prisión junto a otros seis compañeros suyos. Acogí a los siete durante varias semanas. No puedo contar todas las fechorías que me hicieron porque tendría que escribir una novela aparte. Él y dos de los otros siete todavía rondan por estos parajes.
Me entregó su carnet de identidad pidiéndome, más con la mirada que con palabras, que quería otro. Ya... el carnet de identidad dice: Mohamed, desarmado, reinsertado...
«Me avergüenzo», me dijo. «¡Menos mal!», pensé yo. Es justo que tenga un carnet de identidad que diga quién es y no, quién era. Y ahora, en vez de uno, tengo tres... pero ese pequeñín, ¡si por lo menos dejara de lloriquear! Mientras tanto, si aprende a no hacerse pis, en Navidad le daré el papel del niño Jesús. Su padre es carpintero... como San José.
Todavía no he visto a su madre... espero que tenga cara de Virgen. Por la edad puede cuadrar. Aunque la verdad, no me espero una virgen... pero con los tiempos que corren, habrá que contentarse. Por otro lado, siempre nos podemos equivocar y contentarse puede convertirse en una de las virtudes “cardinales”. Hace algunos años, cuando era párroco de Calaba Town, preparé una escena sobre la Sagrada Familia. Una escena de Navidad con mucha solemnidad, dignidad, piedad “litúrgica”, en una iglesia llena de gente. San José, la Virgen y el niño. Qué bien componían la escena y... vinieron a decirme en voz baja: «el Niño Jesús se llama Mary».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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