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Huellas N.1, Enero 2009

SÍNODO - El cardenal Ouellet

La Palabra de Dios acontece

a cargo de John Zucchi

«¿Qué destacaría del Sínodo? Sin duda, la unidad». El primado de Canadá hace un balance del evento que ha marcado la vida de la Iglesia, y habla de la Palabra como encuentro, de la relación entre fe y exégesis, y de los movimientos como «frutos maduros que necesitamos»

Transcurridos dos meses desde la finalización de las sesiones de trabajo, se observa con claridad que el último Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios ha sido un momento verdaderamente importante, que ha querido resaltar una Palabra viva, la que conduce al encuentro con una Persona, no con un hecho del pasado. Como relator general del Sínodo, Benedicto XVI eligió al cardenal Marc Ouellet, de 64 años, arzobispo de Quebec y primado de Canadá, una diócesis que a finales del siglo XVII se extendía por casi toda Norteamérica, llegando hasta el Pacífico y al Golfo de México. Huellas le ha entrevistado en su despacho del Arzobispado, un edificio ubicado dentro de las antiguas murallas de la ciudad. Ha sido una ocasión para hacer balance, pero también para analizar la tarea que el Sínodo ha confiado a la Iglesia, y en particular a los movimientos.

Eminencia, ¿qué destacaría del Sínodo?
Sin duda, la unidad. Sí, la unidad porque el tema era unificador, afectaba a todos. Hemos vivido una experiencia de unidad en torno a una misión común a toda la Iglesia, hoy más urgente que nunca: el anuncio de la Palabra de Dios con una fuerza nueva, con una luz nueva; y, al mismo tiempo, la conciencia de que la condición del mundo exige a la Iglesia que testimonie su misión de estar al servicio de la Palabra de Dios. Palabra, sí, ¡pero de Dios! Con una conciencia renovada de que la palabra de Dios debe ser anunciada sin el filtro de las interpretaciones. Es necesario devolver a la Sagrada Escritura el sentido de Palabra de Dios. Esto es lo que más me ha impresionado de todo el Sínodo.

En su relatio tras el debate usted ha escrito que «la Palabra de Dios que se nos comunica en la Revelación contiene en sí misma esta estructura profundamente dialogal y nos reclama al diálogo con un Dios que habla y que se dirige a nosotros como amigos». ¿Puede ahondar en la relación entre la Palabra de Dios y este diálogo de amistad?
Dios es diálogo. Lo sabemos gracias a la fe: Él, en sí mismo, es diálogo, relación. Nos ha hecho criaturas a su imagen, por tanto lo que Él es se prolonga en el diálogo que quiere establecer con nosotros. Su palabra es el medio que nos ofrece para el encuentro personal con Él, para dialogar con Él; no ha querido sólo darnos información sobre su naturaleza, sino establecer una relación personal con nosotros. Éste es el acento que he querido resaltar: la Palabra de Dios supone un encuentro personal, como demuestran en la historia los múltiples encuentros de la Palabra con los profetas y con la comunidad. Un encuentro que culmina en Jesucristo, que es el Verbo mismo de Dios que se nos ha dado para hablar con Él, para alcanzar el corazón mismo de Dios, para participar, por así decirlo, en el diálogo interior de Dios mismo. Toda la visión trinitaria del cristianismo se halla en el origen de esta revelación a través de la Palabra.

¿En qué sentido el Sínodo ha supuesto un paso en la conciencia histórica de esta Revelación?
Creo que se ha retomado claramente el desafío lanzado por la Dei Verbum, la constitución sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II, que precisamente ampliaba la noción de Revelación. Antes se insistía más en el Concilio Vaticano I y su constitución Dei Filius, a propósito de las verdades. Se concebía la Revelación como un conjunto plural de verdades, que había que conocer y profesar. Aunque eso sigue siendo verdad, el Concilio Vaticano II quiso personalizar más la Revelación, presentándola como la “autocomunicación” personal de Dios; se refiere por tanto a ella en singular, en cuanto a relación personal que Dios establece con su criatura. Y todo a la luz de Cristo. El Concilio Vaticano II fue muy cristocéntrico. El corazón del Concilio estaba en volver a situar a Cristo en el centro: Cristo concebido no sólo como una verdad entre otras, sino como plenitud de la Revelación. Él es la verdad personal de Dios encarnado, a través de la cual nosotros entramos en comunión personal con Dios mediante la fe. Creo que el Sínodo ha querido retomar esta novedad, esta concepción más profunda de la Revelación como acontecimiento o encuentro personal con Dios. Si no fuera así, permaneceríamos atados a la comunicación intelectual de la verdad. Ese era, en parte, el defecto de la perspectiva anterior, su límite. He subrayado el modelo mariano de la Revelación en lugar del paradigma intelectual de un libro, que en el fondo habría que estudiar. En cambio la palabra de Dios sucede realmente. Por eso es por lo que he tomado la escena de la Anunciación como emblema del logotipo de la asamblea, María responde en primera persona y se abandona profundamente a la voluntad de Dios que se encarna en ella. María entrega a Dios toda su persona: ese es el modelo que tenemos que redescubrir, un modelo dialógico. En la escena de la Anunciación asistimos al diálogo entre el Dios trinitario y María.

Durante el Sínodo ha surgido varias veces la delicada cuestión de la tensión entre la exégesis bíblica y la teología. ¿Es una tensión que se debe a enfoques diferentes o se trata de un problema más profundo, digamos una cuestión de fe?
Es una cuestión más profunda. El Sínodo afirma que tanto la lectura como la exégesis de la Sagrada Escritura deben hacerse desde la fe, y que la fe no es algo “ajeno” al carácter científico de la interpretación de la Escritura. Es más, es intrínseca a este carácter científico. Dado que la Sagrada Escritura es el libro de la fe, no puede ser comprendida y profundizada más que desde dentro de la fe, utilizando por supuesto todos los recursos de la razón. No se trata de dejar de lado la razón. Se trata de incluir la razón en un horizonte de comprensión más amplio, más profundo, que no la contradice sino que la integra en su propio trabajo interpretativo. De las orientaciones del Sínodo nace, por lo tanto, una relación nueva entre fe y razón. La exégesis científica extraña a la fe es una problemática moderna que se ve ya superada, porque en la interpretación de la Escritura no ha hecho más que causar un daño tras otro. Por supuesto que se puede subrayar la diversidad, pero lo que crea unidad es el único Espíritu que preside los acontecimientos y la memoria de los mismos: el Espíritu de Dios. Lo que llamamos exégesis espiritual o exégesis teológica debe desarrollarse más, lo que significa que se abre un nuevo capítulo en el diálogo entre pastores, teólogos, exégetas y pueblo de Dios. Con este Sínodo se abre un bello capítulo en este campo.

Julián Carrón, movido por la experiencia del Sínodo, ha hecho una relectura de la historia de Comunión y Liberación articulándola en tres fases. Ha llamado a la fase actual, la tercera, «el carisma para la Iglesia y para el mundo», pidiendo a los miembros de CL que estén disponibles para servir a la Iglesia en todas partes, especialmente allí donde nuestra colaboración sea requerida y acogida. ¿Desde su punto de vista, dónde cree que es más necesaria la contribución del movimiento?
Es propio del carisma de CL una determinada manera de entender la relación entre fe y razón. Ésa es la fuerza del movimiento, como lo demuestra la particular afinidad con este papa, Benedicto XVI. Se trata del testimonio de una fe que es fundamental, totalizadora, que incluye la dimensión de la razón. La vía de CL pone sus cimientos explícitamente en Cristo, con una plena adhesión a Él. Al mismo tiempo se insiste mucho en la inteligencia y en la dimensión racional de la vida: en la cultura, en la filosofía, en la interpretación de la realidad. Lo que más me ha llamado la atención y lo que más falta hace en todos los contextos, desde la universidad a los ámbitos profesionales, es vuestro testimonio de una fe acorde con la razón, un testimonio siempre anclado en una fe viva. Y también vuestra insistencia en la realidad concreta: me llama la atención vuestra mirada sobre la realidad, una mirada más profunda que es capaz de ver más de lo que se ve normalmente, que detecta los signos de la presencia de Dios. Ésta es una aportación muy valiosa. Es evidente que, ante todo, se trata de dar testimonio. Y el testimonio de una coherente vida de fe incluye la necesidad de defender algunos derechos, por ejemplo los que tienen que ver con la educación. Lo cual conlleva un cierto riesgo, porque en cuanto ayuda a crear una conciencia eclesial inspirando, estimulando y despertando, también molesta. Es en el fondo lo mismo que le sucedía a Cristo. Ante Él se producían las mismas reacciones: adhesión o rechazo, pero nunca indiferencia. Lo cual indica que este testimonio es de la misma naturaleza…

El Sínodo ha dado mucha importancia al los temas de la misión y del testimonio, contraponiéndolos a una lectura de la Palabra que considera a Cristo como un «hecho del pasado». El testigo revela al mundo los rasgos inconfundibles del rostro de Cristo. ¿De qué manera pueden los movimientos eclesiales servir a la Iglesia en esta tarea?
Vuelvo a mi primera respuesta. Lo que más me conmovió del Sínodo fue la unidad y, al mismo tiempo, el entusiasmo. ¿Por qué la unidad? Por varias razones. En primer lugar porque estaban los obispos, el Papa y los responsables de los movimientos. Con esto enuncio el tema. En segundo lugar: este es el cuarto año del Papa, hoy su presencia y su guía son tangibles; en el Sínodo se hacía evidente que la unidad de los obispos se debía en gran parte a su guía, suave y firme a la vez. Tercero: la presencia de los movimientos. Los expertos y los auditores tenían un importante papel en el Sínodo. Han hablado y dialogado, y sus intervenciones han demostrado una intensa complementariedad entre los movimientos, además de gran madurez. Los movimientos eclesiales se han convertido en una gran fuerza y punto de referencia dentro de la Iglesia. Se les reconoce y trabajan juntos, no en “competencia” sino complementándose: me parece que esto es un signo extraordinario de los tiempos.

¿En qué sentido?
Frente a un mundo afectado por una fuerte secularización, sobre todo en Europa, la unidad de la Iglesia católica es el único baluarte que resiste. Por eso ha sido extraordinaria la experiencia del Sínodo. Una experiencia a la vez de unidad, de fuerza espiritual y de conciencia de que la palabra de Dios es Cristo vivo: Cristo vivo en medio de nosotros, que nos acompaña como en el camino de Emaús, comunicándonos la fuerza de su Resurrección e implicándonos en un anuncio que da fruto. El futuro de los movimientos está en continuar trabajando juntos, complementándose, lo que se ha venido realizando desde Pentecostés de 1998. Me acuerdo de ese primer encuentro multitudinario de los movimientos, desde entonces se ha producido una continua maduración. Asistimos ahora a una nueva etapa, una etapa de frutos maduros. Y bien sabe Dios que la Iglesia los necesita.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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