Físico de fama mundial y profesor en Oxford durante cincuenta años, el científico, recientemente fallecido el pasado mes de diciembre, fue en primer lugar un gran hombre de fe. Lo recuerda un colega muy ligado a él
«It has been an apex of my entire life», ha sido la culminación de toda mi vida, me dijo Peter saludándome conmovido después del Meeting de Rímini de 2007, el último en el que participó. Físico nuclear de renombre, profesor en Oxford durante más de cincuenta años, Peter Hodgson recorrió medio mundo invitado por las más prestigiosas universidades de Europa y EEUU. Ha muerto el 8 de diciembre, mientras se encontraba de vacaciones en Sudáfrica con su mujer. Le conocí en un congreso científico en París, en 2002. En poco tiempo se convirtió para mí, y para muchos de CL, en un verdadero amigo. He tenido la suerte y el honor de haber podido gozar de su amistad. El peso de sus palabras iba parejo a la levedad de la mirada, esa mirada serena y profunda típica de almas grandes. Antes de conocerlo me habían dicho que era un cristiano comprometido, que incluso había organizado una asociación de científicos católicos. Después descubrí que, por encima de todo, era un gran hombre.
Su carrera empezó estudiando la desintegración nuclear causada por la radiación cósmica, para después profundizar en varias investigaciones acerca de la estructura del núcleo atómico y de las reacciones nucleares. Pero Peter, además de ser un físico extraordinario, fue un estudioso de amplio rango, llegando a desentrañar la naturaleza y las raíces históricas del conocimiento científico de manera aguda y original. Apoyándose en su vasta cultura humanística, además de científica, Hodgson mostró cómo ese modo particular de concebir y de observar la naturaleza que llamamos ciencia encuentra sus presupuestos racionales y antropológicos en el Medievo cristiano.
Un mundo ordenado. «La ciencia –solía decir– nació una sola vez en la historia». Recuerdo las apasionadas conversaciones junto a la exposición de la Asociación Euresis “Sulle spalle dei giganti” (“A hombros de gigantes”, ndt.), realizada para el Meeting de 2005. «Las razones son tanto de tipo material como cultural», explicaba. Respecto a las primeras, subrayaba cómo durante el Medievo europeo se alcanzó un determinado desarrollo social, instrumentos lingüísticos (escritura y matemática) adecuados, y las abadías y primeras universidades medievales fueron lugares capaces de transmitir y difundir el conocimiento. Pero eso no es todo. Otras civilizaciones antiguas, Grecia y China por ejemplo, alcanzaron un nivel de desarrollo similar, sin embargo en ellas la ciencia únicamente conocería algún maravilloso episodio sin llegar nunca a una verdadera maduración. Fueron necesarios también presupuestos culturales precisos.
De hecho, señalaba Hodgson, no cualquier concepción del mundo, del hombre y de Dios, permite tomar en serio aquel particular tipo de atención y de pregunta sobre la realidad que abre al método experimental. Es preciso tener la convicción de que la realidad material sea digna de ser conocida. Puede parecer obvio, pero no lo es para nada. La visión de los gnósticos o de los epicúreos por ejemplo, que predicaban la indiferencia con respecto al mundo físico cuyo conocimiento era considerado inútil o dañino, era incompatible con el surgir de la ciencia. Es necesario además el presentimiento de que en el mundo existe un orden, y que este orden es accesible a la razón humana. Misteriosa correspondencia, aquélla por la que Einstein observó: «Lo más incomprensible del universo es que sea comprensible». No basta reconocer la regularidad del movimiento de los astros, hace falta admitir la posibilidad de que esos movimientos sean descifrables, al menos en parte. En fin, fue necesaria la persuasión de que el conocimiento de los fenómenos y de las leyes de la naturaleza sería útil al sujeto y a la comunidad humana, aunque no fuera de forma inmediata.
Hodgson observaba que «la concepción judeocristiana en el período medieval reunía todos estos requisitos por primera vez simultáneamente». En ella la realidad es buena y ordenada porque ha sido creada por un Dios personal y racional, que da libremente el ser para realizar un proyecto bueno sobre la creación. El mundo físico, cada criatura o fenómeno particular, es significativo por ser signo del Creador. Además el universo es creado por Dios, pero es diferente de él: la creación es una libre iniciativa del Misterio. «El Dios de los hebreos es muy diferente del dios de Platón o del motor primordial de Aristóteles… [Él] creó un mundo completamente distinto de sí mismo». Para conocer el universo por tanto no es suficiente pensar o deducir, hace falta ir al encuentro de la realidad, observar el dato que ofrece la naturaleza. En la visión judeocristiana «el conocimiento es siempre un acontecimiento», se produce en el encuentro con la realidad.
Realismo. Pero fue precisamente la llegada del cristianismo lo que provocó el vuelco cultural decisivo. «La encarnación, el acontecimiento en el que Dios mismo se hizo hombre, ennoblece la materialidad de la realidad hasta lo inverosímil», observaba admirado Hodgson. «Desde entonces la historia dejó de ser una sucesión de ciclos que se repiten; adquirió el carácter de una historia lineal, con un inicio y un fin. Un conjunto de creencias acerca del mundo, fruto de la enseñanza de Cristo, llevaron al primer nacimiento vital de la ciencia en el Alto Medievo y al subsiguiente florecer del Renacimiento».
Hodgson ha sido también testigo y apasionado defensor del realismo como condición para un uso sano de la razón, y por tanto también del conocimiento científico. «Se puede ignorar la realidad durante algún tiempo –decía– pero cuanto más tiempo se la ignore tanto más tremendo será después rendir cuentas». En una reciente conferencia en Trieste dijo: «La verdad del cristianismo, o la verdad de la teoría atómica o del sistema heliocéntrico, no se apoya en un único o en varios argumentos lógicos; se apoya en cambio, en cada caso, en un enorme acumulo de experiencias personales… [sobre] la convergencia de una enorme número de indicios independientes, ninguno de los cuales es resolutivo por sí solo».
Peter Hodgson había descubierto y hecho suya una concepción amplia de la razón. Por eso al encontrar el carisma de don Giussani se sintió inmediatamente en su casa. Tanto que el año pasado aceptó entusiasmado presentar en Londres, junto con Julián Carrón, Educar es un riesgo. En Peter la amplitud del conocimiento mantenía todo el atrevimiento de la mirada sencilla sobre la realidad, de manera que en cada uno de sus ademanes se parecía sobreentender que decía «¡qué bello es el mundo y qué grande es Dios!».
* profesor de Astrofísica en la Università degli studi de Milán
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