Va al contenido

Huellas N.06, Junio 2024

RUTAS

El don de un pueblo

Luca Doninelli

El 9 de mayo, en la Basílica de San Ambrosio, el arzobispo de Milán, Mario Delpini, presidió la primera sesión pública de la Fase testimonial de la causa para la beatificación y canonización del Siervo de Dios Luigi Giussani

Tuve la fortuna, totalmente inmerecida, de asistir, el 9 de mayo del año 2024 en la Basílica milanesa de San Ambrosio, a la apertura de la Fase testimonial del proceso de beatificación del Siervo de Dios Luigi Giussani. Una fortuna en la que se resume toda mi vida, como la de tantas personas que estaban allí conmigo. Quisiera recorrer aquí, en algunos breves pasajes, la profunda impresión que este momento me causó.
En su homilía, el arzobispo de Milán, Mario Delpini, habló del carisma como algo que permite que las verdades eternas de la Iglesia se conviertan en experiencia personal y existencial, en fuego y alimento para la vida, en el sentido de todas las cosas. Un acento, solía llamarlo don Giussani. Pero un acento especial: por un lado inconfundible, eso sí, pero también capaz de unir a los hombres. A primera vista, esto parecería casi humanamente imposible. Encontrarse a don Giussani en el camino ha sido un privilegio inmenso, pero es fácil transformar ese privilegio en un mérito y considerarnos entre los mejores, dejándonos seducir por un pensamiento sectario. Es fácil porque somos pobres hombres. Pero en un momento como el del 9 de mayo se hacía sensiblemente evidente que el carisma pertenece a la Iglesia entera y es para todo el mundo, según un designio misterioso. Solo esto devuelve a nuestra pequeña estructura humana su verdadera dignidad.
Lo que más me llamó la atención fue el juramento de todos los que estarán involucrados en esta segunda fase del proceso: la postuladora, los miembros del tribunal, también el arzobispo. Cada juramento terminaba con un «con la ayuda de Dios», porque los que tienen que valorar, estudiar y discernir también son humanos como yo. Ese juramento, además, no tenía lugar en secreto, sino delante de todos nosotros, ante el pueblo de Dios. El pueblo era testigo de la complejidad y vastedad del compromiso de este proceso, y todos juntos estamos llamados a rezar para que esta nueva fase del proceso llegue a buen fin. Pensaba para mis adentros: ¡qué gran estima tiene la Iglesia por la pequeña nada que soy! Creo que no me equivoco si digo que esto deja aún más claro el sentido que tiene un carisma. Es hasta tal punto no mío, no nuestro, es hasta tal punto lo contrario de una propiedad o un mérito que cualquier diferencia puede reconocerse como un bien para nosotros. No importa si unos tienen razón u otros se equivocan, lo que importa es la estima que nos une, entre nosotros y a los demás.


La Iglesia nos exhorta a ir hasta el fondo del don que hemos recibido porque solo así aprenderemos a amar los demás dones, a reconocer el signo del Misterio en experiencias distintas a la nuestra, en acentos y estilos que tal vez no caldean nuestro corazón pero han caldeado el de otros, orientándolos hacia el verdadero Bien, que está más allá de cualquier idea u opinión nuestra.
Pero el gran acontecimiento del 9 de mayo también alumbra con luz potente la figura de don Giussani. Hemos hablado muchas veces de la grandeza de don Giussani, de su genialidad, de sus intuiciones, de su método educativo, de su capacidad para darle un vuelco a nuestra visión de la realidad. Pero él, hablando de sí mismo, usaba términos como «soy un pobre diablo», o «soy un pequeño fragmento de tiempo y espacio», sin atribuirse nunca mérito alguno.
Si Comunión y Liberación ha podido existir y hacer tanto bien al mundo, también ha sido gracias a la humildad de don Giussani, que antes que la gloria que pudiera otorgarle su genialidad prefirió postrarse ante la voluntad del Señor y obedecer el camino que se le indicaba – obedecer, sí, chocando a veces con sus propias opiniones, sus juicios o su temperamento fiero e inquieto, chocando incluso son su propio cuerpo. Las palabras de san Pablo ilustran algo que hemos visto en don Giussani: se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte.
Su cruz fue esa obediencia límpida y obstinada, no a su propio camino sino al camino que Dios le mostraba. Con este pensamiento salí de la Basílica. Miraba a la gente a mi alrededor: algunos eran amigos de toda la vida, otros no. Y pensaba en unas palabras que don Giussani repetía mucho: «El vínculo que me une con el último de vosotros, a quien nunca conoceré, es más profundo que el vínculo entre marido y mujer, entre madre e hijo». Esta es la gran paradoja de la comunión cristiana. Don Giussani entregó su vida para que esta paradoja llegara a ser experiencia concreta y cotidiana. La Iglesia nos introduce hoy en un paso nuevo, sosteniendo nuestra fragilidad en este camino, con la ayuda de Dios.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página