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Huellas N.06, Junio 2024

PRIMER PLANO

Esperanza viva

Giuseppe Frangi

Una nueva técnica que hace «las obras casi eternas». El arte de Luca della Robbia y su Visitación, imagen de los Ejercicios de la Fraternidad. Una escultura donde María brilla como una «tierna luz que se refleja en su fuente»

Entre los muchos factores que hacen del Quattrocento italiano, y florentino en particular, desde el punto de vista artístico, una etapa sin comparación en la historia, hay uno que no se tiene en cuenta lo suficiente: la capacidad de innovación tecnológica y de exploración de las posibilidades materiales. Gracias a esa genialidad, Brunelleschi consiguió levantar sobre el crucero de la catedral de Florencia una cúpula de 54 metros de diámetro. Y gracias también a una solución técnica inédita que ni siquiera exploraron los romanos, el escultor florentino Luca della Robbia, nacido en 1400, introdujo una técnica de extraordinario impacto. Se trata de la cerámica “vidriada”, un elemento distintivo y característico del paisaje urbano toscano. La historia es sencilla y emblemática. Menos hábil con el mármol y el bronce que su maestro Donatello, Luca se dedicaba a trabajar en terracota, pero se enfrentaba a un problema: la fragilidad del material y la imposibilidad de realizar obras destinadas al exterior, ya que la terracota no aguanta a la intemperie. De modo que Luca, «fantaseando, encontró la forma de defenderla de las inclemencias del tiempo, por lo que, después de experimentar muchas opciones, descubrió que al darle una capa de vidrio templado lograba este efecto perfectamente y hacía las obras casi eternas», según cuenta el historiador Giorgio Vasari.
Así se inventó la cerámica vidriada, que otorga al material original una pátina luminosa y resistente. «Un arte nuevo, útil y bellísimo», como lo calificó Vasari. De su novedad no cabe duda. Su utilidad le permitía adaptarse a múltiples situaciones, como se puede ver en los maravillosos tondos con recién nacidos de la fachada del Hospital de los Inocentes que diseñó Brunelleschi. Y su belleza cautiva la mirada por su sencillez e inmediatez, como se hace patente en la obra maestra de la Visitación que ha sido la imagen de los últimos Ejercicios espirituales de la Fraternidad de Comunión y Liberación.

Enseguida se dio cuenta Luca della Robbia de que la cerámica vidriada no solo podía utilizarse en los bajorrelieves, sino también en todas las formas escultóricas, donde concurre con el mármol y el bronce. Con una ventaja añadida: las obras se podían preparar por bloques y luego se montaban, lo que simplificaba mucho el transporte. Así que en torno a 1445, de la gran casa donde Luca compartía estudio con su hermano, en la Via Guelfa de Florencia, salió con destino a la iglesia de San Juan Extramuros un cargamento de resplandecientes bloques de cerámica vidriada blanca. Una vez llegados a su destino, Luca los recompuso en una escultura única, destinada a dejar a todos atónitos, tanto artistas como fieles. Las junturas entre bloques se habían diseñado de tal modo que desaparecían bajo los pliegues de las vestiduras de las dos protagonistas, dando la sensación de conjunto único. El tema era la Visitación.
En este punto puede ser útil dejar volar la imaginación. La iglesia era un edificio maravilloso, a caballo entre románico y gótico, con una sola nave grandísima sin capillas laterales, tal como se sigue admirando hoy. La obra de Luca della Robbia estaba destinada a colocarse en un altar situado a la derecha. Consciente de ello, el artista afinó su estrategia visual. El lugar más adecuado para observar la escultura era naturalmente delante del altar, de modo que las dos figuras aparecían de perfil, enfatizando el hecho de encontrarse. Pero Luca también pensó otro punto de observación estratégico: quien entraba en la iglesia se sentía inmediatamente atraído por el brillo de la figura de María situada a la derecha y orientada hacia la entrada, que se elevaba sobre la figura arrodillada de su prima. Gracias a su posición, atraía inmediatamente las miradas con su blancura luminosa. Una joven María, bellísima y de una pureza refulgente, como dirían los versos que Margherita Guidacci dedicó a esta escultura precisamente, «tierna luz que se refleja en su fuente». María se presentaba inmediatamente a quien entraba en la iglesia con una presencia nítida y cargada de esperanza. Una esperanza real, objetiva, viva.

Con su actitud llena de ternura y premura, María se dirige en realidad a su anciana prima, postrada ante ella. Con esta obra, Luca della Robbia introducía una variante insólita y audaz en la iconografía de la Visitación que luego adoptarían otros artistas. La vejez de Isabel destaca en las arrugas que surcan su rostro, que hacen conmovedoramente humilde su gesto de inclinarse ante su joven prima. La conciencia que define su relación se pone de manifiesto en la luminosa claridad de la cerámica de la que están hechas. Sus miradas se encuentran con esa conciencia y Luca della Robbia remarca ese intercambio pintando sus pupilas con un toque azulado, el único color que altera la continuidad del blanco en la escultura. En el conjunto de bloques que componen esta obra, vemos que las manos de María e Isabel se han moldeado junto a las partes del cuerpo sobre las que se apoyan y luego se han pegado a la figura a la que pertenecen, como se percibe a la altura de la muñeca derecha de María. De este modo, una necesidad técnica sirve para hacer aún más verdadera e intensa la relación que une a las dos primas, conscientes de que comparten la gran esperanza que las invade.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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