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Huellas N.04, Abril 2024

RUTAS

La compañía que buscaba estaba a mi lado

Victoria, Nairobi

Estos meses han pasado tres cosas que me han provocado mucho. En diciembre pasé unos días de vacaciones en Italia y volví a ver once años después a una gran amiga que me ha acompañado todo este tiempo en la distancia. Fue impactante. Era como si nos hubiéramos visto el día antes, con una familiaridad y un afecto impensables. Al volver a Kenia le conté conmovida a mi marido y a varios amigos que ese encuentro había vuelto a despertar mi deseo de vivir la amistad con esa profundidad también en Nairobi, donde llevo 17 años, para buscar siempre lo esencial en una compañía cotidiana que te permita respirar siempre, remitiendo siempre a Cristo. Eso era algo que me faltaba, que no lograba ver.
Me pasé días pensando cómo poder “recrear” una amistad así. Luego llegó la noticia de la muerte de Carras, una de las personas más importantes de mi vida. El mensaje de Davide Prosperi, la carta de su mujer, Jone, el funeral online… Estaba llena de dolor, pero poco a poco se fue haciendo evidente que no estaba sola. Por todas partes resonaba esa palabra, “compañía”, en la que Carras siempre insistía tanto. Un nuevo impacto en mi corazón, y esa herida cada vez más abierta.
A finales de enero, estaba en urgencias con una “semi-parálisis” en la parte izquierda de mi cuerpo, tensión alta y mucho dolor de cabeza. Los médicos empezaron a hacerme pruebas, me pinchaban calmantes y susurraban: «infarto, ictus…». Estaba asustada. Buscaba consuelo en la mirada de mi marido, que me decía: «No te preocupes que está Jesús. Él sabe lo que necesitamos». Yo solo quería poder moverme y que me quitaran ese dolor. Empecé a rezar, no estaba preparada para morir ni para nada “no previsto”. Pedí ayuda a Carras, le dije que no estaba preparada para decir “sí” como él. Años de movimiento, yendo a la iglesia, participando en la vida de la comunidad… y mi fe era así de débil. Gracias a Dios, al final no fue un infarto ni un ictus, sino algo que se puede ir gestionando con mucha paciencia. Me pasé tres semanas en casa, solo salía para ir al médico. De wonder woman con todo bajo control (casa, trabajo, familia) pasé a depender casi totalmente de mi marido. Era una mendiga. Mirando cómo me ayudaba mi esposo, siempre sonriendo y sin quejarse nunca, recibí otro impacto: aquella amistad tan intensa, aquella compañía que tanto buscaba, la tenía a mi lado. Empezaba justo en él, en nosotros. En lo que Cristo me ha dado siempre, desde mi primer encuentro, y me sigue dando para recordarme cuánto me quiere. Eso me dio el coraje de llamar a dos amigas que llevaba tiempo sin ver y compartir con ellas no solo mis problemas físicos sino todo lo que estaba viviendo.
Y ahora “las Fuentes” de Uganda. El dolor físico se hace notar, pero cada minuto que he pasado aquí merece la pena, un canto, una comida, la excursión en barca, el testimonio de los amigos… O simplemente el silencio, reconocer el mismo deseo de felicidad en personas desconocidas o que llevas años sin ver. ¿Dónde existe otro lugar así? Antes de venir, fui al médico para saber si podía montar en avión. Mi marido estaba preocupado. Le pregunté si prefería que me quedara en casa. «No, ve. Estoy seguro de que será un bien para ti, para nosotros».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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