Tres días de convivencia en Uganda con los responsables de las comunidades africanas de CL. Cómo el encuentro con el movimiento genera personas nuevas, hasta en las circunstancias más difíciles
«Vuestros rostros, vuestras miradas, atestiguan que no es una ilusión. La vida puede volver a empezar todos los días», afirma Davide Prosperi. El aula del Instituto de Educación Superior Luigi Giussani está abarrotada, más de doscientas personas de todas las edades. La comunidad ugandesa de Kampala se ha reunido en una asamblea con el responsable del movimiento para concluir una visita de tres días junto con varios responsables de otros países africanos. Un momento de convivencia que han llamado “Las fuentes”. La primera edición, en 2016, fue a orillas del Lago Victoria, cerca de las fuentes del Nilo. Este año se han juntado unas sesenta personas en Entebbe, a pocos kilómetros de Kampala, del 23 al 25 de febrero. Había gente de Uganda, Camerún, Nigeria, Sudáfrica, Burundi, Kenia, Mozambique, Angola e Italia. Nada más aterrizar en tierra africana nos vimos catapultados entre una multitud de rostros que Prosperi recordará en la asamblea tres días después. Los primeros fueron los de cientos de niños asomados por los balcones y ventanas de las aulas de las dos escuelas dedicadas a don Giussani, la High School y la Primary. Como Fiona y Roger, por ejemplo, que nos describieron la dureza del slum en el que se criaron, para luego contarnos lo que aprendieron en estas obras educativas que han nacido de la presencia de CL en Uganda y cuáles son sus sueños: él quiere ser escritor y ella, presidenta de la República. Luego están las mujeres del Meeting Point, las “mujeres de Rose”, enfermas de Sida (actualmente casi tres mil) que son el verdadero origen de estas escuelas, por su deseo de un lugar donde poder educar a sus hijos para que encontraran lo que a ellas les ha salvado la vida. Otros rostros son los de los niños huérfanos –más de sesenta– de la Welcoming House, donde viven después de haber sido abandonados.
«La vida puede volver a empezar, no es una ilusión». Lo ves en todas esas caras y en las que te encuentras en las Fuentes. Cyprian, keniata, contó una noche su encuentro con el movimiento, su vocación a la enseñanza, sus once hijos, una vida cambiada y plena que ahora dedica al cultivo de ricino. Barbara, italiana residente en Nigeria desde hace años, y Michael, director de la Luigi Giussani High School, que da un testimonio en estas páginas. Mireille, de Camerún, habla de sus 25 años de matrimonio llenos de hijos adoptados. David, nigeriano, no se queda atrás en un reto futbolístico de Italia y Camerún contra “el resto del mundo” antes de embarcarse en una excursión a Pineapple Island en medio del Lago Victoria. Maria Rita y Dario de Sudáfrica, Jean Marie de Burundi, Atanasia y Lidia de Mozambique, y los jóvenes del CLU ugandés, capitaneados por la “secretaria” de las vacaciones, Marie Claire… Cada uno a su manera habla de sí mismo entre las comidas y los momentos de encuentro, de cómo el encuentro con Cristo en el movimiento le ha hecho ser una persona nueva, «totalmente yo mismo», como decía alguien. «La unidad de uno mismo va íntimamente ligada a la unidad de la que habla el Papa en su carta al movimiento», señala Prosperi en la asamblea final. «Esa “persona nueva” es la verdadera novedad que Cristo introduce en la historia, en cualquier circunstancia. Incluso en una guerra. Y el milagro de la unidad es el primer signo del mayor milagro, el hecho de que Cristo ha entrado en el mundo».
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