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Huellas N.04, Abril 2024

PRIMER PLANO

¿Cuál es nuestra tarea?

Silvia Neciosup

Durante la etapa final se desvela la infinitud del ser humano, en la mayor fragilidad se abre paso el anhelo de plenitud

Soy oncóloga desde hace más de 20 años, trabajo en el Instituto Nacional de Enfermedad Neoplásica y en un Centro oncológico privado en Lima (Perú). Trabajo con pacientes mayores de 14 años muchos de ellos con enfermedad avanzada y sin alternativas de terapias curativas. Muchos son jóvenes con el deseo de ser padres, o muchos con hijos y con el deseo de ser abuelos, o ancianos con terror a la soledad y a morir sin haber perdonado o ser perdonados. ¿Qué tienen en común? El deseo de vivir, más aún, el deseo de ser felices, incluso con su temor al dolor o a la soledad. ¿Pero qué significa ser feliz frente a la posibilidad cada vez más cercana de morir? Si la vida es un don, ¿por qué eliminar el don más preciado? Y si la vida es un derecho, entonces ¿también es un derecho morir? Los datos de eutanasia en pacientes oncológicos son crecientes y a veces se la considera como parte de los cuidados paliativos. Por otro lado, el ensañamiento terapéutico tampoco permite mirar a fondo el límite de la vida y se transforma en fenómeno justificatorio del “derecho a la muerte”. En una encuesta a pacientes con cáncer de mama en fase terminal y en cuidados paliativos, les preguntaron qué deseaban hacer antes de morir y más del 70% quería estar en paz con Dios, el 60% quería rezar, el 50% estar con su familia y no tener dolor, y perdonar. ¿Qué despierta estas exigencias en los últimos momentos de la vida? En una entrevista en el diario El País, el primer médico condenado en España por eutanasia, Marcos Ariel Hourmann afirma que «no estamos preparados para acompañar a la muerte. Pero no solo el mundo sanitario, sino también las familias: no se habla, nadie está preparado para enfrentar algo que es la única verdad de esta vida». Entonces, ¿cuál es nuestra tarea? Durante este tiempo de trabajo y acompañamiento, ha sido cada vez más visible que durante la etapa final se revela la esencia infinita del ser humano, no solo la fragilidad sino que se enaltece la dimensión humana que desea y mendiga la plenitud, la verdad de la vida, el deseo de ser amado y acompañado.
Recuerdo mucho a un paciente que venía siempre diciendo que tenía dinero ahorrado para viajar a otro país y aplicarse la eutanasia.
Cada vez que venía le decía: «¿Ya compraste tu pasaje? Mira que ya pasó mucho tiempo. Cuando llegues a casa mira a tu familia y pregúntate quién les ha dado la vida». Y él me respondía: «Falta poco, es que mi hijo se va a casar». A las pocas semanas le volvía a decir lo mismo, y él: «es que ahora nacerá un nieto». Poco a poco la enfermedad lo iba deteriorando, estuvo con su familia hasta los últimos días. El día de su muerte su esposa me llamó porque él pidió verme, fui a su casa, estaba con el rostro sereno, a los pocos minutos falleció, estoy segura de que fue a los brazos del Padre eterno.
La urgencia de estas preguntas y exigencias nos constituyen y no nos dejan escapatoria. Estamos llamados a responder, no estamos hechos para la muerte. Estamos hechos para vivir incluso abrazando la muerte. ¿Por qué eliminar la posibilidad de este recorrido cuando es parte de nuestra humanidad? ¿Cómo no ser cómplices? ¿O no estamos a la altura de mirar y abrazar y acompañar al que sufre?
La realidad siempre revela datos frente a los cuales ningún argumento lógico es capaz de dar respuesta a la sed de infinito, a la soledad o a la angustia de morir sin haber amado la vida. En el día a día de nuestro trabajo es muy común que nos digan: «Doctora, tranquila, ya debería estar acostumbrada, no sufra, eso pasará». Confirmo que es imposible acostumbrarse, es necesario dejarse provocar por la realidad que se impone, no estamos hechos para la medida, estamos hechos para lo infinito. Atiendes a personas que portan el deseo de volver continuamente a la verdad de la vida, y eso hace que cada paciente sea único e irrepetible. ¡Estamos hechos a la perfección!
El milagro de la vida renace en el espectáculo y el milagro de la muerte, ¿cómo eliminar esa posibilidad? Solo una presencia apasionada y desbordante de vida puede hacer frente a la desesperación, la soledad y el miedo. Muchas veces lo último que ven es mi rostro, pero yo ¿quién soy? ¿Quién responde a mi desproporción y a la humanidad mendiga que tengo frente a mí?
Ningún derecho o ley puede ni podrá calmar este corazón mendigo. Todos en cada instante, y más aún al final de la vida, queremos ser amados, retornar siempre al Padre. Luigi Giussani decía: «Si Jesús es Dios hecho hombre, nacido de las entrañas de una joven mujer de quince o diecisiete años, si Jesús es Dios hecho hombre, debe ser sencillo, a la fuerza, el modo como el hombre, errabundo en medio de sus necesidades, puede reconocerle». Es por esto que en el momento más álgido y más dramático brota la naturaleza única del hombre, que es ser hijos de Dios hecho hombre. ¡Qué coraje se necesita para sostener la vida de los hombres!, de los pacientes, de la familia, de los amigos, del mundo y la mía.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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