El compromiso con la vida
Estoy casada desde hace año y medio con David. Para contextualizar un poco, diré que llevábamos tres años de relación, los dos últimos ya conviviendo juntos cuando tuve un encuentro muy fuerte con Cristo. A partir de ahí se transformó toda la relación entre nosotros y el Señor me hizo el primer regalo enorme: la conversión del que ahora es mi marido. Gracias a eso decidimos empezar un camino juntos y estuvimos seis meses acompañados por un sacerdote hasta la boda. Pensábamos que ya lo teníamos todo.
Dos meses después de la boda conocimos a un matrimonio del movimiento y comenzó con ellos una amistad muy verdadera. Nunca habíamos vivido nada igual, aunque tampoco en ese momento sabíamos muy bien qué, o mejor dicho Quién era que lo estaba permitiendo. Aunque no entendíamos muy bien qué se estaba dando con estos amigos, aceptamos su propuesta de vernos quincenalmente. Lo aceptamos simplemente por una conmoción, una belleza, una atracción hacia “eso” que veíamos que se daba en cada una de las cenas con ellos.
Pasados dos meses de amistad me quedé embarazada de nuestro primer hijo, que dos meses después se fue al cielo. En ese momento, de entre todas las amistades que teníamos, incluyendo familia y amigos de hacía muchos años, nos supimos muy sostenidos concretamente por este matrimonio. Su manera de mirar nos daba esperanza y no a modo de consuelo, sino que realmente llegamos a vivir la muerte de Noa como un regalo. Éramos felices también en ese momento. ¡Se podía ser feliz también en esas circunstancias!
Recuerdo especialmente durante la semana crítica en la que estábamos esperando a ver cómo evolucionaba el embarazo, que estos amigos nos mandaron un mensaje: «¿queréis que vayamos a vuestra casa a hacer silencio juntos?». Me conmovió muchísimo y ahí surgió esta pregunta: «¿quiénes son estos que se atreven con todo?». También nosotros queríamos vivir así.
Pocos meses después, estos amigos nos invitaron a la Escuela de comunidad y conocimos el movimiento de Comunión y Liberación. No podíamos no ir, no podíamos no querer descubrir por qué vivían de ese modo, qué era lo que les sostenía y les permitía tener esa mirada. Allí descubrimos que los textos de don Giussani no proponían un estudio teórico o filosófico, aunque para mí en ese momento hubiera tenido igualmente un gran atractivo ya que todo lo que leía de Giussani me parecía imprescindible para la vida. Pero la Escuela no era un grupo como otros en los que había estado, no era una clase magistral donde uno hablaba y los demás tomaban apuntes sino que ahí la gente se jugaba la vida. Aun así, recuerdo que igualmente durante meses leía el texto y tendía a analizar teóricamente los conceptos. Me costaba de verdad creer que en el texto que se daba semana a semana hubiera una propuesta concreta para mí. Gracias a una pista que se me dio en esta amistad, que consistía en leer cada mañana el texto e intentar que este fuera iluminando mi semana, fui descubriendo en mi corazón que el encuentro con Cristo se podía dar en cada instante, y no solo eso sino que en la realidad ya se daba todo lo que necesitaba. Eso solo lo descubría si estaba atenta y dentro de una compañía.
Para acabar, quiero contar lo que hemos vivido estos últimos meses, en los que nos hemos visto diciendo “sí” a propuestas que nunca nos hubiéramos planteado antes. Concretamente, hace dos meses, a seis meses de embarazo de nuestro segundo hijo, dijimos “sí” a acoger a un chico de 19 años en casa. El tiempo con él ha sido precioso. Todo lo que se nos ha regalado lo ha sido, pero hace poco se fue y ha coincidido justo con los puntos del texto de Escuela sobre «verse en acción» y «comprometerse con la vida». Cuando se fue estuve realmente triste, y ni siquiera lo esperaba. Era como si todo perdiera su color, su sabor, su sentido… Ha sido una vez más por compañías concretas del movimiento que he podido reconocer que esta herida era una pregunta, y que no era otra que el hecho de que mi corazón quiere que todo sea para siempre. Desde el sentimiento hubiera seguido estando súper triste, porque lo que estaba haciendo era comprometerme con una circunstancia que ya no se podía seguir dando. En cambio, ha sido por el trabajo de esta última semana en Escuela que mi marido me ha regalado un juicio que, junto con el de estos amigos, me ha rescatado: la modalidad de mi relación con este chico no es lo que determina que se esté dando la relación. Es justamente el compromiso con Cristo en todo lo que me permite entrar en las circunstancias que sean con la certeza de que Su promesa se está dando, y que estas son solo el lugar para encontrarme más con Él. Ahí está mi “para siempre”. Esa es la verificación una vez más de que estamos hechos para vivir así, con esa promesa en cada instante, que es lo único que veo que corresponde a mi corazón.
Paula, Barcelona
Mi vida en el trabajo
Hoy hace exactamente seis meses que empecé a trabajar, y si tengo que definir este tiempo en tres palabras serían: agradecimiento, regalo y milagro. Empezaba el año con muchas preguntas, y dos de las más urgentes eran: «¿De verdad la vida va a más? ¿Cómo se me llama a construir el Reino de Dios en un ambiente aparentemente hostil como es el mundo creativo?».
No puedo explicar el regalo que está siendo el trabajo. El regalo de ir todas las mañanas paseando por el Retiro. El regalo de salir cada día de la oficina al borde de las lágrimas por la belleza del mismo. Muchas veces ni siquiera pasan cosas extraordinarias. Sin embargo, me sorprendo en la cotidianidad del día, en la sonrisa de Wisden (la chica que limpia la ofi) cada vez que entra en mi planta, en una conversación con los compañeros, en un “hola” con el que te encuentras en el ascensor, en algo nuevo que aprendes a hacer…
Estas últimas semanas están siendo especialmente bonitas, cada vez tengo más libertad con los compañeros. A medida que los conozco crece la inquietud de ver por qué se me pone con ellos concretamente. Y últimamente las conversaciones banales terminan desembocando en las inquietudes que todos llevamos dentro.
Escribiría también mil líneas de la vida en trabajadores, pero solo diré que el Señor me sorprende rodeada de gente sencilla, cuya vida interpela directamente la mía. Me sorprende reconociendo a los adultos cada vez más como amigos. Me sorprende viéndome libre delante de ellos.
Retomando las preguntas del principio, después de estos seis meses puedo afirmar con rotundidad que la vida va a más. Me sorprendo con que cada día la vida va a más. Sigo descubriendo cómo se me llama a construir el Reino de Dios, de momento, en este lugar. Pero si pasa por vivir el trabajo de esta manera, confiando en el plan de Otro, pido no cansarme nunca y os pido a vosotros que me sostengáis en esta petición. Seguimos caminando.
Irene, Madrid
Un divino acontecimiento
El 1 de abril de 2022 me desmayé en la facultad de derecho de la universidad complutense. Estaba en primero de bachillerato cuando nuestro profesor de lengua nos invitó a la clase entera a un bocata de calamares en la plaza mayor de Madrid, ¿por qué iba a rechazarlo? Estuvimos un tiempo agradable riéndonos y hablando; nada del otro mundo.
Al terminar, nos propuso ir a una exposición que habían organizado unos amigos suyos; yo no sabía dónde iba, pero iban mis amigos y estaba ocioso, por lo que fui. En ese momento estaba viviendo “modo ameba”, es decir, nada me afectaba ni me implicaba, pasaba por encima de absolutamente todo y me evadía completamente de todos los problemas que me surgían. De repente, delante de un panel sobre la Tristeza me desmayé. Cuando me desperté, habían llamado a la ambulancia. La cardióloga me explicó que era un síncope y que sucedía por una falta de azúcar o algo parecido, o porque piensas mucho en los problemas de repente, tipo depresión momentánea. En mi experiencia fue lo segundo, pensar en la muerte y en todo de lo que me había evadido.
Conocía la existencia de la Escuela de comunidad, pero me coincidía con entrenamiento los jueves y esa misma noche mandé a mi profesor un audio diciendo lo siguiente: «Como estaban diciendo frases duras que no son fáciles de asimilar me estaba sintiendo mal. Tengo un problema y te pido ayuda. Como soy muy independiente me guardo todo y no soy capaz de decirlo, entonces el problema es que me pongo así (triste) cuando me ponen estas frases delante, pero luego me pongo a contar mis problemas, a molestar a la gente como decía la exposición, “pidiendo un grito de socorro”, pero al día siguiente vuelvo a estar tan feliz, me evado del dolor y lo percibo en mí, necesito ayuda (…). El otro día pensé que ojalá El Quijote me diese la salvación, porque dice Cervantes en el prólogo que es un libro que busca que te cambie la vida. A ver si El Quijote me cambia la vida y consigo dar un cambio y dejar de evadirme del dolor…, porque ahora estoy así (llorando) y mañana estaré tan feliz pero no quiero eso, quiero conseguir resolver mi dolor, afrontarlo y vivir alegre la vida, (…) quería ir a Escuela para eso». Después de este acontecimiento, se cambió la Escuela de comunidad a los viernes. En ese momento no tenía conciencia de que Dios se encontraba allí, pero seguía yendo porque afrontaba las cosas que me pasaban y empezaba a caminar. Como decía otra profesora en Covadonga, «un pequeño acontecimiento, con el paso del tiempo, lo vas amando más».
Jon, Torrelodones (Madrid)
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